Opinión
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Surrealismo repetidor
D

on Carlos Fernández-Vega, en su espléndida columna del 22 de este mes, comenta “que el gobierno mexicano se ha negado rotundamente a utilizar parte de las sacrosantas reservas internacionales para reactivar la economía nacional, atemperar la pobreza y/o atender la devastación producto de fenómenos naturales. Ni un solo peso porque el ‘guardadito’ es intocable. En cambio sí son utilizables y rapidito para fortalecer la capacidad de respuesta y de maniobra del FMI y contribuir a una recuperación más rápida de la estabilidad y de la capacidad de crecimiento de la economía mundial”.

Candil de la calle y oscuridad de la casa reza el viejo dicho que entraría como anillo al dedo en relación con nuestra economía y sicología, y es que cuando un ser humano marginal (pobre) no encuentra respuesta a las variaciones en sus sensaciones internas o las variaciones de sus percepciones, ni respuesta a su petición de un intercambio complementario, no experimentará en el encuentro alguien en que pueda confiar, un semejante a él por los vínculos de la connaturalidad. Resentirá esta nada como abandono en su hábito de ser humano, que no ha logrado encontrar entonces otro ser humano. Quedará sometido a sus tensiones internas de necesidades y deseos. El marginado es ese personaje que parece sumergirse cada vez más en las sombras, en condiciones de extremo dolor y de vivir infrahumano, desarraigado y falto de pertenencia, las coordenadas de su horizonte, amén de su pobreza extrema.

Ya he mencionado con anterioridad que, la experiencia de la marginalidad, desborda y por mucho, las explicaciones que de ella se puedan dar, desde el punto de vista sicoanalítico. Había que plantear nuevas aproximaciones teóricas, vía las nuevas conceptualizaciones del lenguaje en sicoanálisis, con base en postulados freudianos, con las corrientes filosóficas actuales, en rechazo al logofonocentrismo, y bajo otro enfoque de los conceptos (y no seguir perpetuando, en alguna forma, su vinculación con el objeto hostil) y éste sea el inicio de una nueva familia que vendrá a engrosar las filas de la marginalidad.

El niño que nace en estas circunstancias, nace cargado con la estafeta de no deseado y es depositario de fantasías filicidas. Crece entre el rechazo y la desconfianza, el reproche y el autodesprecio: aferrado a un narcisismo de muerte, a la omnipotencia, máscara de la impotencia, condenado a perpetuar vinculaciones de índole sadomasoquista, cargado de rencor y odio hacia los demás y hacia sí mismo y limitado severamente en sus capacidades cognoscitivas y en los procesos de simbolización.

¿Dónde se inicia la incisión de la herida, la fractura, la transgresión brutal (además de la carga histórica desde la conquista) que invalida e incapacita de manera tan severa y brutal al ser humano condenándolo al grito y al silencio, a la dolorosa experiencia de la marginalidad?

Coincido con las reflexiones de Dolto al respecto: “La organización del lenguaje se origina siempre, en el ser humano, en la relación inicial y predominante madre-hijo, debido a la larga impotencia del niño para sobrevivir solo. Tal madre y tal niño se inducen mutuamente, por modulaciones emocionales ligadas a las variaciones de tensión, de bienestar, de malestar, que la convivencia y la especificidad de sus separaciones.

Faltan palabras para describir lo que ha sido la dramática involución de la economía en nuestro país, azotada bajo las garras del fantasma del neoliberalismo, la corrupción, la violencia sin límite, la descomposición social y la ingobernabilidad reinante en este principio de siglo.

Herederos usufructuarios de desnutrición, depresión, carencia de toda índole y duelos no elaborados desde la conquista, los niños marginados vienen al mundo en condiciones precarias, llevadas al extremo: servicios médicos inaccesibles, escasa o nula atención prenatal (cuando no iatrogénica), alta incidencia de complicaciones peri y trasnatales, inadecuado aporte nutricional y para agravar aún más la situación, llegan a un hogar donde privan el ruido y el hacinamiento. La mayoría de ellos crecen entre una madre deprimida y un padre ausente, o bien alcohólico y violento.

Hogares de un solo padre, donde varias figuras sustitutas ejercen los cuidados, ya que las madres con frecuencia tienen que laborar fuera del hogar. Hogares que se convierten en excelente caldo de cultivo para las neurosis traumáticas.

Ruido, violencia, confusión de roles, hostilidad, falta de privacidad e intimidad, obediencia por imposición, relaciones incestuosas y vinculaciones primitivas matizadas por el sadomasoquismo, condicionan la huida de los hijos, previa actuación, de un hogar sofocante. Mientras… sigamos presentándoles los ahorritos al FMI.