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Ver día anteriorDomingo 10 de junio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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a arquitectura del pasado en la ciudad de México suele ser tan intrínsecamente bella, sólida y generosa en sus espacios, que se puede decir que es prácticamente eterna ya que es susceptible de restaurarse y reciclarse en sus usos indefinidamente. Esto lo vemos cotidianamente en el Centro Histórico. Hace unas semanas se abrieron al público dos soberbios palacios barrocos, uno que llevaba varios años changarrizado y otro que tenía usos comerciales poco exitosos.

Ahora el primero es un Sanborns del que hablaremos en otra ocasión y el segundo es una mixtura de hotel, hostal, restaurantes y comercios. Este último está situado en la calle de Isabel la Católica 30 y originalmente perteneció a la familia del Conde de Miravalle. En alguna ocasión hemos descrito su sobria fachada de tezontle y cantera, cuya única coquetería es un bello balcón y el gran portón enmarcado con cantera labrada; esa sencillez no permite imaginar lo que existe en el interior. Al traspasar el vestíbulo aparece un hermoso patio con laureles de donde se desplanta una escalera que se abre en dos rampas en el descanso, y que luce el fresco titulado El Holocausto que pintó en 1945 Manuel Rodríguez Lozano con la ayuda de Nefero y de B.Winslow. Esta notable obra de arte que con gran talento integró el artista al muro, ya que ostenta en el centro un ventanal, la mandó hacer Francisco Iturbe, quien habitó la mansión. Era miembro de una opulenta familia aristocrática que desde el siglo XVII se dedicó al negocio aduanero y a adquirir haciendas. La revolución no afectó mayormente la fortuna ya que habían tenido la visión de adquirir bienes raíces en la ciudad de México, varios de ellos palaciegos. Con decirles que el personaje nació en el Palacio de los Azulejos, mismo sitio en donde le pidió a Orozco pintar, en 1925, el mural Omnisciencia, que adorna el descanso de la escalera del Sanborns que ahora ocupa el majestuoso recinto.

Sin embargo el nombre de El Palacio de Miravalle con el que se le conoce se debe a Alonso Dávalos Bracamonte, quien fue el primer conde de Miravalle, caballero de la Orden de Santiago, canciller de la Santa Cruzada y limosnero del Convento de la Merced. Adquirió el inmueble en el siglo XVII y le dio el carácter palaciego, con la fortuna que le produjo la mina del Espíritu Santo, situada en la Nueva Galicia, hoy Jalisco.

Por 1850 se estableció en la mansión el Hotel del Bazar, que funcionó hasta 1930, siendo considerado uno de los mejores de la ciudad. Al cerrar sus puertas su dueño readaptó la casona para despachos y departamentos, y lo bautizó como Edificio Jardín. Se establecieron, entre otras, las oficinas del Partido Acción Nacional, de la Sinfónica de México y un tiempo habitaron ahí el dramaturgo Rodolfo Usigli y el crítico de arte Francisco de la Maza,

Ahora el palacete tiene nuevo uso. El fresco de Rodríguez Lozano fue magníficamente restaurado por Mónica Baptista de López Negrete y el inmueble intervenido de forma extraña. Se cegaron los arcos y le pusieron aplanados de cemento aparente y para proteger el patio de la lluvia una cubierta oscura que se corre y convierte el lugar en una boca de lobo; los laureles están tan altos que no se ve el segundo cuerpo.

En la planta baja funcionan dos restaurantes: El Azul Centro Histórico, hermano del Azul y Oro de la UNAM, al que todavía tiene que aprenderle, pues la comida está muy dispareja. El otro es un Padrinos, cadena que ha estado abriendo establecimientos por toda la ciudad y que ofrece sabrosa cocina de barrio.

A la entrada del recinto se encuentra una tienda de Pineda Covalín, esa empresa de dos talentosos jóvenes mexicanos Cristina Pineda y Ricardo Covalín que, inspirados en el arte popular mexicano crean prendas de seda de gran calidad. En el entrepiso hay pequeñas tiendas que ofrecen artesanías, materiales para artistas, embutidos, textiles y mucho más. Próximamente inaugurarán el hotel y el hostal de los que ya platicaremos.

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