Agustín Jiménez,
cámara en mano

Dos fatalidades encasillaron por años al fotógrafo Agustín Jiménez (ciudad de México, 1901-1974). Una, ser contemporáneo de Manuel Álvarez Bravo (y “opacado” por el famosísimo consentido de las élites culturales), y dos, ser asociado para siempre con la “vanguardia”, que es una de esas cosas que se hacen viejas muy aprisa. Jiménez va más allá de eso. Se dice que la vanguardia fotográfica comienza al llegar a México Paul Weston y Tina Modotti. Pero el referente de Jiménez hay que buscarlo mejor en la visualidad de Serguei Eisenstein y Eduard Tissé. Jiménez, señala el volumen Memorias de la Vanguardia (Museo de Arte Moderno y RM, México, 2008) “es conocido por forjar una versión autóctona del pictorialismo romántico, por su innovación técnica y por su experimentación formal”. Se vinculó a las prensa gráfica de los años 20 y 30, y al cine: ¡Qué viva México!, Fernando de Fuentes y el experimentador Adolfo Best Maugard (más recordado como pintor). Hoy es, sencillamente, un autor mayor de la fotografía mexicana.