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Canción de tumba, título de su libro más reciente publicado por Mondadori

México, país de clósets y cliente seguro para ambientar desastres: Julián Herbert

Escribirla mientras mi madre agonizaba fue como hacer una novela en vivo, reality, indica

En todas las formas del arte hay una vocación delictiva, expresa a La Jornada

 
Periódico La Jornada
Martes 5 de junio de 2012, p. 8

El desastre general de México como escenario de otros desastres particulares, la nueva negociación masculina con lo femenino, y la simulación como uno de los símbolos del país (con hijos de puta en el clóset de servidores de la nación), son algunas de las sustancias que trasminan la nueva novela de Julián Herbert, Canción de tumba.

En ella Herbert –narrador, poeta y vocalista del grupo de rock Madrastras, nacido en Acapulco en 1971, radicado en Coahuila desde hace más de 20 años y ganador del Premio Jaén de Novela 2011– recrea parte de su vida y la de su madre, una prostituta que padece leucemia.

–Comenta sobre el vínculo de la literatura de ficción con la autobiografía y la biografía.

–Al empezar la escritura me di cuenta que muchas cosas que recordaba eran falsas. A la hora de tratar de constatarlas con la realidad, en una mínima investigación, comenzó cierta decepción. Algunas cosas no encajaban, otras sí, y muy bien, y en algunas más me di cuenta que mi mamá las recordaba mal.

Si la ficción ya estaba tan definida en el testimonio, hacer como que no existía era falsificar. Entonces, traté de seguir una historia con una línea narrativa autobiográfica y biográfica y dejar fluir un trabajo que acepta que las cosas son ficción desde que piensas en ellas.

–¿La elección del tema de Canción de tumba (Mondadori) es un acto de valentía, de exorcismo y catarsis, o sólo un buen tema para contar una historia, o todo junto?

–Supongo que todo junto. México es un país con muchos clósets, de gente que vive en el clóset: priístas en el clóset de los panistas, golpeadores en el clóset de los intelectuales racionales, hijos de puta en el clóset de servidores de la nación. Tampoco es que yo tenga autoridad, sólo que los clósets ha sido un tema para mí.

“Es un libro cuyo primer impulso fue un acto de economía interior. Cuando pasaba muchas horas cuidando a mi madre en el hospital, enferma de leucemia, el tiempo vacío me era muy destructor y no podía con eso.

“Podía lidiar con la enfermedad y con andar pidiendo lana prestada, pero no con la soledad de estar sentado junto a un enfermo sin hacer nada. Y ése fue el primer chispazo. Fue como hacer una novela en vivo, una novela reality, ya que escribía mientras mi madre agonizaba.”

Después, dice, el libro se convirtió en un ejercicio distinto. “Me di cuenta que la única manera en que funcionaría era poder reflexionar sobre el rollo de estar narrando y, a la vez, poder entrar y salir del rollo sobre México”.

–¿Cómo imbricó el perceptible discurso poético con el discurso de la narrativa?

–Me interesa mucho la impureza como visión estética y como visión de mundo. Uno escoge la forma del poema o del relato porque el material te lo pide, incluso también en la música. En muchos de los poemas que he hecho hay, a la inversa, un tono narrativo debido a esa cosa de la impureza.

–Separando un tanto lo biográfico y autobiográfico, ¿cómo pudo hacer surgir a los personajes literarios?

–En mi novela anterior, Un mundo infiel, me costó mucho trabajo la parte de la humanidad de los personajes porque te enamoras de su exotismo. En el caso de Canción de tumba creo que los personajes ya tenían cierta carga de rareza o excentricidad, de complejidad o marginalidad.

Y entonces era muy importante no cargarle la mano de ese lado, no dejarme ganar por frases que sé que en otras circunstancias no hubiera escrito porque me habrían parecido cursis. Mientras escribía pensaba que esos personajes no podían ser demasiado simpáticos ni demasiado terribles.

–La novela también es un recorrido por el país.

–México es un cliente seguro para ambientar desastres. No lo planeé así, pero de repente veía a contraluz un momento del país como se encuentra ahora. Luego venían a mi memoria, por ejemplo, cosas del sexenio de José López Portillo. Investigué cosas del periodo de Manuel Ávila Camacho para ambientar la construcción del hospital de Saltillo.

Todos han sido como un solo presidente que ha venido quitándose máscara tras máscara durante un siglo. Digo un presidente por decir un símbolo, esa figura de cohesión de un país que nunca acaba de cuajar.

Relación difícil

—¿Esta novela es un ejercicio de resignificación o de ampliación del concepto madre, al menos como un efecto del trabajo creativo?

–No lo vi así cuando la estaba trabajando. Sí hay eso, pero no estaba del todo consciente y no era mi objetivo. Hay cosas en el ambiente que se le pegan a los libros. Puedes proceder con una malicia de la que ni te enteras porque hay una vocación delictiva en todas las formas del arte.

–¿La novela también es un homenaje a su madre?

–Me cuesta trabajo reconocerlo porque vengo de una relación difícil con ella y todavía estoy resolviendo cosas, pero sí. Está el rollo de la prostitución que hace avanzar la historia, pero también hay un trasfondo distinto que es el arquetípico amor-odio con la madre, una de las definiciones de lo masculino.

En el ámbito de lo humano quiero participar de esa nueva negociación, poner mi botella y mis 20 pesos en la nueva negociación de lo masculino con la fragilidad, en relación con lo femenino.