Opinión
Ver día anteriorLunes 4 de junio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Buscando el cambio
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éxico pasó en el siglo XX de una dictadura personal a una revolución que se inició buscando sufragio efectivo y no relección, y luego se enriqueció con aspiraciones más profundas de justicia e igualdad. En la larga lucha contra Huerta, en los enfrentamientos entre facciones revolucionarias, no dejaron de haber motivos sociales que dieron contenido a la lucha y justificación a la violencia.

Cuando se apaciguó la guerra los sobrevivientes, con Calles a la cabeza, emprendieron el ensayo de un gobierno de unidad con una herramienta para lograrlo, que fue el partido político; primero el PNR con sus ribetes nacional socialistas, que se transformó en PRM, bajo la dirección e inspiración de Lázaro Cárdenas, y desembocó, ya como instrumento del alemanismo, en el actual PRI.

En sus tres etapas, con sus tres nombres, el partido cambió de directriz ideológica pero no modificó su esencia, que es la de un partido de Estado, único, sustentado por el erario y sometido al presidente en turno.

La hegemonía del partido oficial, bautizado por el genial Nikito Nipongo (Raúl Prieto) como la aplanadora, fue incontrastable de 1929 a 2000; la vocación íntima era de partido único, pero tuvo que conformarse con ser partido oficial, pues aparecieron grupos y personas independientes que, aun con desventajas, se le enfrentaron.

En 1929 José Vasconcelos recorrió la República huérfano de recursos, apenas con un puñado de universitarios y teniendo que cobrar sus conferencias proselitistas para sostener su campaña; 10 años después el PAN, con un antiguo vasconcelista al frente, Manuel Gómez Morín, tomó la palabra al régimen y acudió puntualmente a participar en elecciones sólo para encontrarse una y otra vez con el voto burlado por el aparato.

Durante mucho tiempo y con suerte casi siempre adversa, fue el PAN el único rival independiente del sistema; a la izquierda, el Partido Popular Socialista vivía a la sombra del gobierno y el PARM no tenía significación alguna. Con la llegada del PAN a la presidencial en 2000, el sistema de partido único quedó atrás y parecía que pasábamos a una competencia política con equidad.

Sin embargo, el panismo en el poder no cambió el sistema; pactó, igual que el PRI, con los líderes sindicales y las cúpulas empresariales. No desmanteló la fuerza política de los poderes fácticos, sino que se alió a ellos y mantuvo prácticas de corrupción y de compra de votos, y lo más grave: no modificó las estructuras económicas extremadamente injustas, y en este punto superó al PRI y ahondó la distancia entre los insultantemente ricos y los desposeídos.

Sin embargo, durante este largo periodo no se perdió nunca la esperanza de un cambio, ni siquiera cuando el PAN, traicionando su historia y principios, desperdició la oportunidad de encabezarlo. El pueblo en general, y en especial sectores ilustrados y críticos, han estado a la caza, por así decirlo, de dirigentes o movimientos que sacudan las estructuras corruptas e ineficaces para cambiarlas.

Movimientos y personas encarnaron esta esperanza: entre otros, los estudiantes en 1968, el levantamiento en los Altos de Chiapas del EZLN, en 1994, y más recientemente despertaron el entusiasmo personajes que aparecen ante la opinión pública como cabezas del cambio.

Enumero algunos de años no muy lejanos; Cuauhtémoc Cárdenas, El Maquío Clouthier, el mismo Fox que tantas esperanzas despertó, Andrés Manuel López Obrador, y ya prácticamente en nuestros días, el poeta Javier Sicilia y en este momento el movimiento #YoSoy132.

Algunos no tuvieron la constancia necesaria o les faltó sentido práctico para la continuidad y persistencia de los movimientos que piloteaban en las aguas turbulentas de nuestra realidad social, aun cuando, sin duda, casi todos han contribuido a mantener la fe en un cambio que ya es urgente.

El más persistente y sólido de estos movimientos, que ha mantenido congruencia en los ideales y ha actuado con realismo, con el sentido práctico indispensable para alcanzar fines, es el de López Obrador. En él convergen tres cualidades difíciles de encontrar simultáneamente, la fidelidad a una convicción, el liderazgo creíble y realismo para encontrar los medios adecuados, a tal grado, que parece que el cambio por fin está al alcance de la mano.

Así lo comprendió con generosidad el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y finalmente sumó su prestigio personal a la lucha del Movimiento Regeneración Nacional; así se ha entendido por muchos participantes en esta coyuntura histórica; así pudieran también hacerlo los destacados dirigentes sup Marcos y el poeta Javier Sicilia, porque son hombres de convicción y patriotas. Finalmente, hoy en día, los jóvenes que sorpresivamente aparecieron como una reserva moral que no se vislumbraba en el letargo circundante.

Si no logramos entre todos alcanzar el poder para el pueblo en esta ocasión que parece tan propicia, estaremos haciendo lo debido y muchos tendrían que lamentar haberse marginado.