Opinión
Ver día anteriorSábado 19 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La violencia como centro del proyecto nacional?
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a visita del señor Enrique Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana de la ciudad de México –hace una semana– ha sido un tema tocado por buen número de analistas de primer nivel, luego de la respuesta masiva difundida por las redes sociales de repulsa y rechazo a la respuesta del candidato presidencial priísta al cuestionamiento que se le hizo sobre el tema de San Salvador Atenco, en la que además de exhibir nuevamente sus limitaciones para responder a una pregunta, que él debió prever que le sería hecha más pronto que tarde en algún momento de su campaña, nos permitió conocer ya, de su propia boca, su inclinación a la violencia, la cual seguramente pretende aplicar en caso de llegar a la Presidencia de la República, como continuación del régimen de terror y muerte en que hemos estado inmersos.

Luego de ver un primer video, unos minutos después de la terminación del acto, me pareció que sus palabras lo descalificaban una vez más para la actual contienda presidencial, en tanto que al asumir la responsabilidad completa del uso de la fuerza para reprimir a un grupo de ciudadanos que protestaban por los abusos que se intentaba perpetrar en su contra, en aras de una supuesta modernidad, no dio muestras de estar enterado de que la justicia dio su fallo en favor de esos ciudadanos, mientras la Comisión Nacional de los Derechos Humanos documentó las tropelías que las fuerzas públicas del estado que él gobernaba cometieron contra un altísimo número de detenidos, los cuales fueron golpeados y vejados por las fuerzas del orden, ubicándolo así como un nuevo represor en ciernes, como en su tiempo fue Díaz Ordaz, y como un amante de la violencia ejercida desde el poder, similar a Felipe Calderón y sus desahogos patológicos.

Como a muchos miles más de mexicanos, seguramente, el actual escenario de barbarie en que se ha perdido la sociedad mexicana constituye una pesadilla intolerable, por los riesgos que implica para nuestra seguridad, la de nuestras familias y comunidades, pero también por los altos costos que ha tenido y sigue teniendo en materia económica, social y cultural para el país. Así, lo que hace algunos años era un tema de preocupación para la población, se ha convertido en el elemento central de nuestra problemática como nación, conformando ya una verdadera cultura de la violencia, con sus propias expresiones artísticas, con sus líderes y organizaciones, con sus propios valores y fidelidades, con sus formas y estrategias de hacer política y de compra del poder. De este entorno es del que hoy necesitamos salir, antes que pensar en cualquier otra cosa; el perfil de Peña Nieto y de sus colaboradores cercanos, que han sido incapaces de entender lo que los mexicanos necesitamos y buscamos para salir de esta debacle, nos indica con claridad lo poco que podemos esperar de un gobierno dirigido por él.

La sola recuperación del país de la pesadilla actual, ante la cual los ciudadanos nos sentimos inseguros, desorientados, sin opciones para superar los problemas y reconstruir el futuro, habrá de llevarnos años, luego del esperado fin de este sexenio, caracterizado por el florecimiento de la impunidad y el uso de la fuerza como elemento único para restablecer no sabemos qué, aunque se hable del orden y el cumplimiento de la ley, por la supuesta guerra contra el crimen organizado, al mismo tiempo que se abrían las rutas para abastecerlo de armas, pertrechos y flujos financieros.

Para lograr este cambio, el señor Peña Nieto no representa ninguna opción positiva para México, a partir de su confesada propensión a la violencia, pero igualmente por las muestras que ha dado de encubrimiento de los hechos delictivos en favor de su antecesor en el gobierno del estado de México, ante el cual se mostró incapaz de colocarlo frente a la justicia para responder a los delitos que se le imputaban, siguiendo el ejemplo del actual Presidente, que nada hizo para llevar ante la justicia a la familia de su antecesor, como simples actos de pago de favores y compromisos para acceder al poder.

Antiguamente el PRI, más que un partido político, era una arena política, en la que nos encontrábamos igual con personajes de ideologías de izquierda que de derecha o de centro, y la permanencia de ese partido en el poder durante tantos años sólo puede explicarse a partir de los complejos mecanismos que existían para equilibrar esos intereses para lograr un régimen estable. Esta situación reventó con el acceso de Miguel de la Madrid al poder, a partir del cual el partido dio un viraje completo hacia la derecha, para terminar imponiendo el modelo neoliberal durante el oscuro régimen de Carlos Salinas y todo lo que vino a representar en términos de pérdida de soberanía, desmantelamiento del aparato productivo nacional y establecimiento del narcotráfico y del crimen organizado como nuevas fuerzas beligerantes en el escenario político nacional.

En este contexto, una de las grandes ventajas que representa Peña Nieto como candidato está, como ya he afirmado en otras ocasiones, en sus aparentes limitaciones personales que le impiden ocultar sus deficiencias e inclinaciones, en este caso hacia el uso de la fuerza y la violencia, como en otros ha sido la soberbia y la ignorancia. En el pasado, me he topado con muchas personas de diferentes estratos sociales que con pena me han comentado sobre el otorgamiento de su voto a Fox, en un caso, y a Felipe Calderón, en otro, engañados por la propaganda política de que fueron víctimas; en el caso de Peña Nieto no tendrán esta excusa, pues es difícil ocultar que un voto por él será un voto por mantener el modelo económico y el régimen de violencia, inseguridad y corrupción que hoy tenemos.