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Ver día anteriorDomingo 6 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pina
U

n fantasma recorre los escenarios de la danza contemporánea. Pina, el documental en 3D que el realizador alemán Wim Wenders (Las alas del deseo) dedica a la memoria de su compatriota, la coreógrafa y bailarina Pina Bausch (1940-2009), posee el tono elegiaco de un ritual de duelo. No sólo duelo del cineasta cómplice, amigo cercano de la artista, sino también de varios bailarines, compañeros de ruta de Pina, quienes brindan testimonios breves, muy emotivos, de lo que significó trabajar a lado suyo.

El proyecto del documental lo habían acariciado juntos Wenders y la coreógrafa, seducida esta última por las posibles virtudes de la tercera dimensión aplicada a conferir profundidad visual, relieve físico y brillantez formal al ejercicio de la danza. La bailarina muere justo en el momento de la preproducción del documental y por un momento Wenders duda en seguir con el proyecto. Los compañeros de la coreógrafa lo convencen de transformar el documental en un tributo a la artista, pero, sobre todo, en una nueva experiencia audiovisual capaz de conquistar públicos más amplios que la audiencia que en ocasiones muy contadas tuvo el privilegio de apreciar en vivo el trabajo de la compañía Tanztheater Wuppertal.

De este modo, Pina es menos un retrato convencional de la bailarina europea, dotado de un contexto histórico o una explicación didáctica de la novedad e importancia de la experiencia escénica, y más un espectáculo por derecho propio. Un espectáculo, cabe decirlo, en verdad sobresaliente.

Bailen, bailen, o estamos perdidos. Lo que consigna el espectáculo Pina, de Wim Wenders, es la vigencia de una actitud artística de una energía vital irreductible. En una época de conformismo creciente, de temerosa renuencia a la movilidad y al cambio, la expresión física es la mejor garantía de preservar la libertad y protegerse de la deshumanización. La danza sería así un impulso libertario sin fronteras.

Wenders elige cuatro momentos de este impulso en el arte de Pina Bausch: inicia de modo notable con la coreografía de La consagración de la primavera, de Igor Stravinsky, como la interpretó la artista alemana en 1975; sigue luego un trabajo hipnótico, Café Müller, de 1978, con cuerpos que atropelladamente se desplazan en medio de sillas, mientras una figura sonámbula atraviesa la sala para concluir todo en la rutina de una pareja que en aceleración creciente se une y se separa, para resumir la angustia de la soledad en medio del caos, el drama de la incomunicación humana. Hay dos trabajos más, Kontakthof y Vollmond, con una propuesta novedosa: una compañía de danza integrada por personas de edades y nacionalidades muy diferentes, alejadas todas del glamur físico y de las restricciones vestimentarias, con pies muy libres y cuerpos casi desnudos, con movimientos rítmicos, acompasados, de autómatas imperturbables que ostentan sin embargo un goce malicioso en sus rostros. Esos cuerpos se desplazan ritualmente sobre la grava de un escenario o en la confusión de espacios invadidos por el agua o en la procesión en torno a un cráter industrial que remite al desfile de almas guiadas por la muerte en El séptimo sello, de Ingmar Bergman.

No son pocas las ocasiones en que una rutina dancística de Pina Bausch entremezcla motivos fúnebres con un frenesí dionisiaco que celebra la vitalidad y el erotismo. En 1983, la realizadora belga Chantal Akerman registraba, con su peculiar estilo de contemplación estática, el arte de la coreógrafa en On tour with Pina Bausch. Federico Fellini la hizo intervenir en su delirio onírico Y la nave va, como también lo hizo Pedro Almodóvar al recuperar una de sus coreografías en Hable con ella.

Wim Wenders acude aquí a imágenes de archivo, pero no las comenta; transita por la ciudad de Pina, una moderna y muy industrial Wuppertal, serpenteándola coreográficamente a bordo de un monorriel; elige difuminar su propia presencia sin el protagonismo con que antes describiera el trabajo de los diseñadores japoneses en Cuaderno sobre ciudades y ropas, limitándose a ser ya sólo uno más de los siempre nuevos espectadores de Pina Bausch y sus transfiguraciones escénicas. Esta saludable distancia de compañero cómplice –discreción de artista en pleno dominio de su oficio– permite a Wenders compartir con su público una misma mirada fresca y novedosa a Pina y al arte de la danza, la más antigua de todas las expresiones artísticas.

Pina se exhibe en los complejos Cinépolis. Mayores informes: www.cinepolis.com.mx

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