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La remesa sistémica
D

esde hace tiempo hemos reportado en La Jornada la tendencia a la baja de la emigración mexicana. En el año 2007 se llegó al nivel máximo de indocumentados con cerca de 7 millones, y en la actualidad (2011) este colectivo se ha reducido a 6.1. La famosa válvula de escape está cerrada, aunque sería más propio decir que la puerta trasera del imperio se ha clausurado.

En realidad se ha llegado a un saldo migratorio cero, es decir, se siguen yendo mexicanos a Estados Unidos, unos 150 mil cada año, pero regresan otros tantos, por lo que el saldo es prácticamente cero. Algunos retornan voluntariamente pero sobre todo la migra se encarga de retornar a los demás. Por otra parte, no sólo han vuelto mexicanos nacidos en México, se estima que en el pasado lustro han ingresado 300 mil niños nacidos en el otro lado. Que son mexicanos con plenos derechos pero que técnicamente figuran como inmigrantes. Según el último informe del Pew Hispanic la migración mexicana no sólo se ha detenido, sino que se ha revertido en términos estadísticos.

Una clave fundamental para entender y explicar el fenómeno migratorio es que no existe una sola causa que lo provoque o una sola teoría que lo explique. Es un fenómeno multifactorial y multicausado. Intervienen diversos factores y es la conjunción de múltiples causas las que intervienen cuando un fenómeno social, de tal antigüedad y magnitud, se revierte.

Tres factores en la ecuación son indispensables para explicar la situación: demográfico, político y económico. Respecto al primero es reconocido el cambio radical que ha habido en México, lo que se conoce como el proceso de transición demográfica, que en números se traduce a una tasa global de fecundidad que pasó de 7.3 hijos por mujer en 1960 a 2.3 en 2010. En la práctica esto significa que las familias mexicanas ya no tienen la necesidad, el apremio o la urgencia de mandar a algunos de sus hijos al norte en busca de trabajo y con la esperanza de recibir remesas.

En segundo término hay que tomar en cuenta que la política migratoria estadunidense ha cambiado de manera radical. Anteriormente fomentó la inmigración temporal de 5 millones de trabajadores durante el programa Bracero, luego toleró por más de 20 años la migración indocumentada (1965-1985), y finalmente en 1986 con IRCA amnistió a 2.3 millones de mexicanos. Pero esa misma ley sentó las bases de un nuevo patrón migratorio y de una nueva política de control que ha demorado 20 años en implementarse, pero que finalmente ha logrado afectar de manera directa el flujo migratorio (1987-2007). Ahora no es tan fácil cruzar la frontera; por el contrario, cuesta muy caro e implica serios riesgos.

En tercer término se considera al factor económico que como cualquier moneda tiene doble cara: la estadunidense y la mexicana. Nos habíamos acostumbrado a pensar en que la demanda de mano de obra por parte de Estados Unidos era, no sólo constante sino creciente. Pero la crisis de 2008, como sucedió en 1929, ha afectado directamente al empleo y en especial al empleo y el trabajador precario que no tiene apoyo alguno para poder subsistir, más allá de vender su fuerza de trabajo. Y aunque muchos no lo crean, en los pasados cinco años el mercado de trabajo estadunidense no ha resultado atractivo.

Si en México las condiciones laborales hubieran mejorado, como aduce el presidente Felipe Calderón, el círculo se habría cerrado y la migración ya se habría detenido de manera definitiva. Lo que sucede es que la aventura migratoria se ha encarecido y para cruzar al otro lado se requieren 4 o 5 mil dólares, unos 50 o 60 mil pesos, que significan aproximadamente unos años de salario mínimo. Es decir, para los migrantes mexicanos típicos, que apenas cuentan con la educación primaria y que ganan dos, tres, cuatro o cinco salarios mínimos, la posibilidad de ahorrar esa cantidad es prácticamente imposible.

Los únicos que podían financiar el cruce fronterizo eran los migrantes que ya estaban en el otro lado y tenían un buen empleo. Ellos mandaban el dinero, mejor dicho pagaban al coyote y luego recuperaban el dinero con el trabajo del pariente al que habían financiado. Como quiera, no era fácil disponer de esa cantidad y con la crisis se ha vuelto casi imposible. Los migrantes establecidos tienen que pagar sus hipotecas, se encuentran con dificultades para conservar su trabajo y muchos trabajan a tiempo parcial.

En esas condiciones traer y financiar a un pariente o amigo no es posible.

Esa era la remesa sistémica, la que mantenía en funcionamiento el flujo, el sistema migratorio y la que hacía posible que pese al incremento notable en costos y riesgos los migrantes siguieran cruzando la frontera.

Según el Pew Hispanic Center, en el año 2000 cruzaron la frontera 770 mil mexicanos y se llegó al nivel más alto. En el año 2001 la tendencia se vino abajo. No fue una caída casi tan estrepitosa como la de las Torres Gemelas, pero ese es un factor importante a tomarse en cuenta. Según esto, en el año 2010 sólo cruzaron 140 mil mexicanos, cinco veces menos.

La remesa sistémica es un factor más que debemos tomar en cuenta en el análisis. En las dos pasadas décadas fueron los migrantes los que financiaron con dólares el costo de la migración, no los magros salarios mínimos mexicanos.