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Disquero
El mejor concierto de nuestras vidas
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El maestro Roger Waters apunta hacia la cámara de la mañana del viernes 27 de abril pasada, durante el ensayo de la obra suprema del músico inglés: la ópera total titulada The WallFoto Fernando Aceves
 
Periódico La Jornada
Sábado 5 de mayo de 2012, p. a16

Más de dos horas de música inédita de Pink Floyd figura entre lo más relevante de las noticias discográficas del momento.

Se trata del nuevo capítulo de remasterización de las obras completas de ese grupo que cambió la manera de crear y apreciar la música.

Después de Dark Side of the Moon, cuya edición monumental, una caja con seis discos, 15 de sus tracks obras inéditas y que reseñamos aquí (http://tinyurl.com/cof5xyd), toca el turno ahora a la obra cumbre de Roger Waters: The Wall, pieza maestra que disfrutamos apenas hace unos días en vivo en el Foro Sol, durante las noches 27 y 28 de abril, y que después de aquella gesta gloriosa de diciembre de 2010, cuando presentó por vez primera en México ese montaje magistral (http://tinyurl.com/bsnwwx8), la constatación de una certeza se refrenda: es el mejor concierto de mi vida, de nuestras vidas.

Conciertos vividos en Estados Unidos y en Europa, sesiones multitudinarias en México. Ocasiones inolvidables todas, cada una de ellas valedera, constituyen hitos, improntas, parteaguas, pero la experiencia vivida la semana pasada en el Foro Sol resulta insuperable en todos sus rubros: nunca antes tanta calidad musical sonando junta; jamás tal parafernalia tecnológica sin que en ningún momento se tratase de efectos especiales o cualquiera de esas superficialidades que suelen utilizarse para ocultar defectos, magnificar pequeñeces, dar gato por liebre.

La gran ópera titulada The Wall tuvo su mejor montaje en la historia con esa puesta en escena cuya finura, inteligencia, sensibilidad, verosimilitud y sobre todo eficacia artística envidiarían los mismísimos Bob Wilson, Robert Lepage y Peter Sellars, es decir, los mejores directores actuales de escena en el mundo, juntos.

Roger Waters funge como autor del guión, compositor de la música, director de escena e intérprete estelar de todos y cada uno de los montajes que desde hace 33 años acumula un número fabuloso de versiones, una a una mejorada y que llega a su culminación ahora en un ente creativo que supera por mucho lo que Richard Wagner intentó hace 163 años: la obra total, es decir, la conjunción perfecta de todas las artes.

Una manera de describir entonces The Wall, esa obra maestra de Roger Waters es: la tecnología convertida en arte.

Jamás ninguno de los más de cien mil asistentes a los dos conciertos de The Wall en México hace una semana imaginó en su vida presenciar arte proyectado a través de una pantalla de cine de 12 metros de alto por 155 (!!) metros de longitud.

Aun quienes ya conocíamos versiones anteriores en vivo de este concierto, inclusive quienes dejamos de escuchar durante meses ese álbum debido a la saturación natural que produce la escucha constante de una obra clásica, no salimos, una semana después todavía, de ese asombro como de paraíso recobrado, y que durará toda la vida, producido por la experiencia de esas dos horas y media de arte extremo, de esa manera tan inteligente, cordial, sensible, imaginativa, de elevar los recursos tecnológicos a la condición de las bellas artes y usar la cibernética de la misma manera que Miguel Ángel usó el marmor lunensis (mármol de Carrara) para esculpir La Piedad.

Pero no es la tecnología lo que determina el trabajo maestro de Waters, sino su elevada capacidad dramatúrgica, su sincero compromiso con su persona y por tanto con las personas. No es gratuito entonces que haya dedicado sus presentaciones en México “a los niños que no están con nosotros. A las mujeres de Juárez. A las víctimas de la así llamada guerra contra el narco”.

En este punto sucedió algo en extremo preocupante en el Foro Sol: en el momento en que Roger Waters pronunció, literales, las anteriores palabras en español, los jóvenes ubicados en las localidades de precio más o menos accesible prorrumpieron en vítores, aplausos y silbidos aprobatorios, mientras por lo contrario los ocupantes de las cómodas sillas de la Sección Platino, frente al escenario, se limitaron a pedir otra chela y a esbozar gestos de fastidio, en ademán de urgir a quien para ellos es un rock star y no una persona con conciencia social: yá callate y diviértenos, que para eso pago.

Capítulo interesante sin duda, el del consumismo, el apego esnob que caracteriza a un buen sector de la melomanía. Tan no entendieron nada muchos que, sentados bajo el cerdo inflable flotante que decía, también en español: todo va a estar bien, tú solamente sigue consumiendo no se dieron por aludidos. Extraña experiencia, aleccionadora, eso de presenciar la obra maestra de Roger Waters desde la Sección Platino. Baño de realidad. La conciencia social no es algo que caracterice a la sociedad mexicana en su conjunto.

Una parte de ese público de alto nivel adquisitivo podrá adquirir la nueva caja Immersion Edition que contiene siete discos de The Wall, dos de esos discos con material inédito. Otros, los más, adquirirán la Experience Edition, consistente en tres discos, el tercero con material inédito.

Todos disfrutaremos de ese Nirvana que es la versión original de The Wall, hasta ahora conocida, y muchos opinamos que muchos de esos cortes hasta hoy inéditos son musicalmente mejores que los que quedaron en el disco oficial.

Pero nadie, eso sí, nadie entre los más de cien mil mortales que presenciamos el nuevo y definitivo montaje en vivo de la ópera total de Roger Waters, The Wall, olvidará jamás en su vida ese concierto de ensueño, esa manera tan contundente que marcó impronta, de poner en carne y sangre la dramaturgia entera de la vida y sus misterios.

Ya colocamos, entonces así, el último ladrillo. Ya la pared está completa, terminada. Desapego, impermanencia, vuelta a comenzar. Derribémosla: es un mandala, una obra de arte budista, efímera: que vuelen los granos de arena de colores de esa pared que abriga velos de sabiduría por igual que de ignorancia, que se eleven por el viento, porque no necesitamos que nadie controle nuestras mentes, nuestro pensamiento.

...We don’t need no thought control...

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