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El Padrino, una de las mejores trilogías que ha dado el cine, cumplirá 40 años el lunes

Un hombre que no vive con su familia no es hombre: Corleone

Marlon Brando como Vito, una de las exigencias de Coppola; los productores pensaron en Laurence Olivier, Carlo Ponti y Frank Sinatra

Para finales de 1972 el filme era uno de los mayores éxitos de taquilla

En 1973 ganó 3 Óscares y dos años después la secuela obtuvo 6

 
Periódico La Jornada
Jueves 15 de marzo de 2012, p. 8

Los Ángeles, 14 de marzo. “Creo en América. América hizo mi fortuna y he dado a mi hija una educación americana...” Cuarenta años después de su estreno, las palabras que pronuncia Bonasera, el propietario de la funeraria, al comienzo de El Padrino siguen manteniendo toda su fuerza y magnetismo.

No importa cuántas veces se hayan visto. Una y mil veces siguen invitando al espectador a penetrar en un maravilloso y cerrado universo de personajes. Y una vez que se entra en los entresijos de la familia Corleone es muy difícil salir. Una escena lleva a otra; la primera parte a la segunda y ésta, a su vez, a la tercera. Y así, casi sin darse cuenta, el espectador ha pasado cerca de 10 horas con una de las mejores trilogías cinematográficas que ha dado el cine. Es lo que tienen las obras maestras.

Y eso que en febrero de 1972, cuando los directivos de Paramount veían en la sala de proyecciones la versión definitiva de la película, seguían albergando dudas. Habían comprado los derechos de la obra de Mario Puzo antes incluso de que saliera a las librerías, pero no estaban seguros de que llegara a ser éxito.

Razones no les faltaban: la última película que el estudio había hecho sobre la mafia, The Brotherhood, protagonizado por Kirk Douglas, había sido un sonoro fracaso.

Sueño dorado

Cuando dos años antes el proyecto se puso en marcha, Francis Ford Coppola tenía 31 años y era un director y guionista que apuntaba muy alto, pero un poco visionario. Su ilusión era que su pequeño estudio, American Zoetrope, se convirtiera en una alternativa viable a las viejas compañías de Hollywood haciendo pequeñas películas de calidad.

Pero ese sueño dorado se había derrumbado por primera vez. Su película anterior, The Rain People, no había funcionado del todo bien. Tenía deudas y, paradójicamente, se encontraba en manos de las grandes productoras. Así le llegó una oferta que, parafraseando uno de los diálogos más célebres de la película, no pudo rechazar.

Poco a poco Coppola consiguió que el estudio aceptara todas y cada una de sus exigencias. La primera fue que Marlon Brando interpretara a Vito Corleone. Paramount se oponía, alegando que la carrera profesional de Brando estaba estancada y que resultaba muy complicado trabajar con él. Se pensó en Laurence Olivier o en Carlo Ponti, el productor italiano marido de Sophia Loren, e incluso en Frank Sinatra, que se había ofrecido para hacer el papel. Pero Coppola fue inflexible. Consiguió que Brando se presentara a una histórica prueba. Cuando el actor llegó, se untó el pelo con un poco de mantequilla, se puso una cáscara de naranja en la boca y comenzó a decir unas cuantas frases, de un plumazo se disiparon todas las dudas. Nadie podía hacer a Vito como él.

La selección de Al Pacino para el papel de Michael Corleone tampoco fue nada fácil. Paramount no lo quería porque pensaba que no era todavía una estrella. Sin embargo, Coppola apostaba por él y, aunque hacía pruebas a otros actores, como Robert de Niro o James Caan, que acabó haciendo de su hermano Sony, sabía que finalmente Al Pacino sería Michael.

Foto
Escena de la película en la que Bonasera, propietario de la funeraria, dice al Padrino: “Creo en América. América hizo mi fortuna y he dado a mi hija una educación americana”

La tercera exigencia clave de Coppola fue que las escenas sicilianas de El padrino se rodaran íntegramente en Sicilia. Los costos se disparaban, pero Coppola se salió una vez más con la suya. La situación, sin embargo, llegó a ser tan tensa que su agente le aconsejó: No dimitas. Haz que te echen. Pero por encima de mafia, crímenes y venganzas, El Padrino no es otra cosa que la historia de una familia. “¿Vives con tu familia? –le pregunta Vito Corleone al cantante Johnny Fontane–. Porque un hombre que no vive con su familia no puede ser un hombre.” La familia está presente a lo largo de la trilogía. No sólo es algo importante para los Corleone: lo es también para Coppola. Por eso su hermana Talia Shire consiguió el papel de Connie Corleone, la chica de la familia. El bebé que al final de la primera parte se bautiza no es otro que Sofía Coppola, la hija de Francis, que luego protagonizaría la tercera parte. Rastreando entre los extras nos encontramos a los padres del director, Carmine e Italia, y otros 20 parientes más.

La trilogía de El Padrino es también un álbum personal del realizador y de los suyos.

“Creo en América. América hizo mi fortuna...” El 19 de marzo de 1972 los primeros espectadores comenzaron a escuchar las primeras palabras que se pronunciaban en el filme. A finales de año, El Padrino se había convertido en uno de los mayores éxitos de taquilla de todos los tiempos. La crítica cinematográfica estaba totalmente rendida. En la ceremonia de 1973 ganó tres Óscares. Dos años después llegaría la segunda parte de la saga, que rompió con todos los tópicos y prejuicios existentes, porque muchos la consideran mejor incluso que la primera. Ganó el doble de Óscares: seis. Y en 1990 se estrenó la tercera y última entrega, que cierra definitivamente la historia y quizá no está a la gigantesca altura de las anteriores, pero no deja de ser una gran película.

Y eso que a lo largo de todos estos años Coppola ha confesado repetidamente que rodar las películas de El Padrino fue para él una especie de huida hacia adelante. Sus continuas deudas lo obligaban a embarcarse una y otra vez en la historia. Mi gran sueño era ganar un millón de dólares, cantidad que, prudentemente invertida, me daría unos 250 mil dólares más. Esos ingresos me permitirían dedicar mi tiempo a escribir mi propio material, sin la interrupción que supone tratar con los estudios.

Su mujer, Eleanor, también recuerda aquellos ya lejanos días de 1972. “Recuerdo que estábamos en Nueva York. Él miraba por la ventana y veía las colas que se formaban para ver la película y que daban la vuelta a la manzana. Luego se sentaba ante la máquina de escribir, desesperado por los problemas que le causaba su siguiente trabajo, un guión para hacer una versión de El gran Gatsby. Así que en modo alguno pudo disfrutar de esa gloria.”