Opinión
Ver día anteriorDomingo 12 de febrero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cada quien sus clásicos
L

a imaginación es una condición fundamental para las ciencias y las artes, incluso en las peores circunstancias. Al respecto el pintor zacatecano Pedro Coronel señala que: En el Instituto de Ciencias de Zacatecas, donde estudié, había una biblioteca. En los libros de arte ya no estaban las láminas, sólo el nombre del pintor y el título de la obra. Yo llené esos espacios vacíos con la imaginación. La segunda reconstrucción la hice en los museos de Europa. Por eso su legado a Zacatecas fue precisamente dejar un museo lleno de obras maravillosas, de piezas que lo esperaban y que reposan con él en su tierra natal.

Hay una relación muy especial entre los objetos y las personas. Los sicólogos dicen que los niños se aferran a un objeto –puede ser un muñeco, una toalla o cualquier otra cosa– y que opera como objeto transicional, con el cual se sienten seguros y acompañados cuando están lejos de la madre. Este objeto otorga placer y desarrolla el afecto y la imaginación.

Por años guardamos cosas, recuerdos, objetos que tienen un sentido único, íntimo y personal. Y cuando esta relación se establece con una obra de arte, ésta se complementa con un placer estético como si fuera una relación personal que se sustenta en horas y horas de observación y admiración.

A nivel general hay obras de arte que tienen vida propia que fascinan a medio mundo. Hay una docena de pinturas que son emblemáticas y que no tienen rival: La Mona Lisa de Leonardo, El Grito de Munch, Los Girasoles de Van Gogh, las Señoritas de Aviñón de Picasso, etcétera. Cada museo tiene su obra maestra, que supera con mucho a todas las demás. Pero también hay piezas consideradas secundarias, que fascinan a determinadas personas. Una de las obras de arte clave y emblemática del Museo del muelle Branli, en París, es una Venus de Chupícuaro, que en México se considera como una de tantas otras.

Las piezas se relacionan también con los pueblos y las ciudades. Son patrimonio artístico de una comunidad, más allá de los nombramientos oficiales que pueda dar la UNESCO u otra institución. El retrato de Adele Bloch-Bauer de Klimt (1905) era la pieza clave del museo Belvedere en Viena y finalmente pasó, después de un largo litigio y su posterior venta, a la Neue Galerie de Nueva York. El Belvedere tiene la segunda versión del Retrato de Adele, de 1912, pero todavía llora amargamente la pérdida. Cuando la pintura partió hacia el otro lado del mundo toda la ciudad se llenó de letreros que decían Ciao, Adele, una muy sentida despedida.

Recuerdo una noche haber entrado a varios de los famosos anticuarios de la rive gauche en París, cuando ya había dejado mi tesis de doctorado en manos de los lectores y, sin nada que hacer, esperaba sentencia. Entrar en esas tiendas era como ingresar a un museo privado y mi excusa de estudiante para poder tener un pretexto y curiosear era que estaba interesado en exvotos anatómicos etruscos o romanos. De ese modo pasé una tarde curioseando y admirando piezas incomparables.

Pero al conversar con uno de esos anticuarios uno de ellos me dijo que precisamente había llegado un lote de piezas de Afganistán del siglo I y que había una pierna de arcilla de unos ocho centímetros de alto. Se demoró en traerla, mientras yo me deleitaba viendo de cerca unos retratos funerarios Fayun (egipcios de la época romana) impresionantes. Finalmente llegó con la pequeña pieza montada en su base y la pusieron sobre un capitel corintio gigantesco que servía como una especie de mesa en el centro de la sala principal.

La pequeña pierna de barro, encontrada en la base de algún templo, donde algún devoto tuvo a bien ponerla hace 20 siglos, como ofrenda y agradecimiento, brillaba en todo su esplendor. Me quedé mudo. Y para romper el hielo la conversación derivó hacia mi interés por el tema de los exvotos y que venía de México. El anticuario me contó que Pedro Coronel era uno de sus habituales compradores y que tenía una especial predilección por determinadas piezas. Me decía que Coronel consideraba que hay piezas que pertenecen a determinadas personas, es la pieza la que te busca, la que te llama.

Terminó la conversación, obviamente, con el argumento de que esa pieza, que brillaba sobre el capitel corintio, era mía. Y empecé a preocuparme ya que mi beca de Conacyt no daba para esos lujos. Finalmente pregunté por el precio. Eran como 5 mil francos, de aquellos de 1991. Aliviado dije inmediatamente que era muy cara: très cher. Bueno, dijo el anticuario: usted ha dicho muy cara, pero no demasiado cara: trop cher. ¿Cuánto ofrece? No sabía cómo salir del asunto y maldecía por mi atrevimiento. Finalmente caí en la trampa y me preguntó cuánto podía pagar. Creo que fueron 300 francos. y la pequeña piernita forma ahora parte emblemática de mi pequeña colección de milagritos y exvotos mexicanos.

Al Museo Soumaya se le ha criticado por su falta de piezas extraordinarias o emblemáticas y porque no hay mucho criterio o sentido en las colecciones. Pero se trata de una colección y cada quien tiene sus obsesiones y predilecciones. A mí me parece ejemplar el simple hecho de poner a disposición de todos una colección particular. Si te gusta Rodin y tienes el dinero para comprar todas las copias que quieras, qué mejor. Si te gustan los grabados de Goya y tienes dinero para comprarlos, como en el caso de Coronel, qué mejor; ahora podemos disfrutar nosotros de ellos. Cada quien sus clásicos.