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Memorias de Joseph Grimaldi
 
Periódico La Jornada
Domingo 12 de febrero de 2012, p. 3

Uno de los primeros libros salidos del horno este 2012 es una primicia excepcional: Memorias de Joseph Grimaldi, escrito por Charles Dickens el joven: a los 25 años. En ocasión del bicentenario de uno de los más grandes escritores de la historia, la editorial Páginas de Espuma, en coedición con el sello mexicano Colofón, da a conocer en español este valioso volumen que fluye a caballo entre la novela y el documento testimonial acerca del más importante payaso del siglo XIX. Con autorización de la editorial, presentamos un fragmento a manera de adelanto

Grimaldi murió el 31 de mayo de 1837, tras sobrevivir cinco meses al último capítulo de sus Memorias. En ese lapso, aunque su salud mejoró bastante, nunca se sobrepuso a la debilidad que lo obligaba a estar postrado. Tras superar los impactos de esas dos muertes que habían minado sus fuerzas, Grimaldi llegó a recobrar el buen ánimo y la calma y parecía incluso dispuesto a vivir varios años más y a gozar en la medida de lo posible. No albergaba mayor deseo que el de vivir felizmente en compañía de sus amigos y tan sólo protestaba cuando, en ausencia de ellos, la soledad le parecía insoportable.

Esperaba con indescriptible ansiedad que se publicaran sus Memorias e imaginaba que el día de su presentación al público sería el más placentero de su vida; sin embargo, se vio privado de este orgullo por un súbito recrudecimiento de sus dolores que pronto alcanzaron picos inéditos y redujeron su existencia a la de un muerto en vida.

Hasta muy pocos días antes de morir, Grimaldi tuvo la costumbre de pasar parte de la noche en una taberna vecina donde la compañía de unas pocas personas, todas ellas respetables, compensaba las largas horas solitarias que pasaba sentado ante su chimenea. Completamente privado del uso de sus piernas, tenía que ser transportado (el trayecto era mínimo) por un hombre que lo cargaba en brazos. La noche de su muerte, este hombre lo había llevado de regreso a su casa y, al despedirse, Joe le había pedido que lo recogiera al día siguiente. Poco después de que Joe se acostara, la mujer que se ocupaba de la casa creyó oír un ruido anormal en la habitación y acudió allí de prisa. Todo parecía muy tranquilo, pero la mujer regresó horas después y encontró muerto a Joe. El cadáver estaba frío, lo que significa que había expirado horas antes.

Un médico, al que convocaron enseguida, estableció que la muerte se había debido a causas naturales; el juez sostuvo que había muerto de súbito, visitado por Dios.

Lo enterraron el lunes siguiente, 6 de junio, en el cementerio de St. James Chapel, en Pentonville Hill. En la tumba de al lado yace su amigo Charles Dibdin, nombrado con frecuencia en estas memorias y autor de diversas obras en las que Grimaldi descolló y de muchas canciones que mataron de risa a su público.

Todo intento de resumir aquí las virtudes de Grimaldi sería impertinente. Casi todas las personas se acuerdan de él y no necesitan que alguien les describa ni recuerde su talento. Digamos tan sólo que no hubo jamás nadie tan cómico, que sus cualidades eran sumamente originales y que de todos los actores que se consagran hoy a la pantomima no hay uno solo que no se le parezca. No se denigra a estos actores si se dice que el verdadero bufón, el artista de las mejores muecas y el payaso irresistible abandonaron la escena con Grimaldi y que, mientras se sigue hablando de él, no ha vuelto a verse nada semejante.

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Ilustración del volumen
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Ilustración del volumen
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En su vida privada, Joe no sólo fue querido por sus iguales, sino también por sus superiores y sus subordinados. Fue un hombre de gran corazón y de simpleza casi infantil, como se habrá percatado quien haya leído las páginas precedentes. Muy incauto para los asuntos mundanos, se cuenta que llegó a pagar 40 guíneas por un reloj de oro que podría haber obtenido por 10. Entre sus abundantes actos generosos –a los que él no solía acudir– cabe mencionar la ocasión en que, con benevolencia digna de un príncipe, ayudó a que un colega saliera de la cárcel de Lancaster.

Enfrentado a más tentaciones de las que suelen encontrar muchos hombres, Grimaldi llevó una existencia temperada y nunca se le vió en estado de ebriedad. Fue célebre, eso sí, por su gran apetito, como suele ser el caso de los actores saludables que se abstienen de beber, y se ha llegado a suponer que lo que causó su muerte fue un ataque de indigestión tras una cena excesivamente copiosa.

A muchos lectores les parecerá absurdo que un payaso fuese un hombre tan sensible y refinado, pero así era Joe Grimaldi, quien sufrió tremendamente por culpa de su enfermedad y de sus muchos infortunios. La muerte de su primera esposa, con quien estaba tan unido, le deparó unos cuantos años de pesar. La mala vida de su hijo fue motivo de amarguras y la muerte del muchacho, cuando las cosas parecían encaminarse, colmó de dolor sus últimos días.

Joe superó estas duras pruebas pese a estar postrado por la enfermedad, pese a perder a la mujer con la que había compartido más de 30 años de alegrías; y no sólo las superó, sino que llegó a recuperar el buen talante y la paz.

Grimaldi se veía privado de su capacidad motriz, reducido a los peores trastornos de la vejez a una edad en que suelen quedar décadas de salud y actividad, condenado a vivir sus últimos días en un hogar solitario, pues sus seres más queridos habían muerto; sin embargo, nunca perdió la paciencia, supo aceptar estos hechos con sabia resignación y llegó a recomponerse, hasta ser casi feliz.

Tal actitud tras esta serie de infortunios es más didáctica, acaso, que cien sermones y demuestra que no hay dolor que el tiempo no aplaque y que la voluntad no venza. Algunos sonreirán al ver que la biografía de un payaso se termina con una moraleja. Recordémosles que, cuanto más débiles son los recursos intelectuales, mayor es el mérito de sobreponerse a las desgracias. Y recordemos, asimismo, que en este caso puntual las luces y el éxito fueron remplazados, de súbito, por la tristeza y la melancolía de una oscura habitación de enfermo.