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Mictlantecuhtli y el colibrí
 
Periódico La Jornada
Sábado 28 de enero de 2012, p. 4

Ha muerto el Señor 9 Flor. Mictlantecuhtli, de quien pende un corazón del cuello, se prepara para recibirlo en el inframundo. Nueve hombres son degollados por el sacrificador (quien porta su caparazón de tortuga ritual), para que acompañen al alto dignatario, mientras dos lechuzas, mensajeras de la oscuridad, les indican el camino.

Al frente de la comitiva, aparece un colibrí, cuya función es hacer más dulce la transición de la vida a la muerte.

Tal es el planteamiento que se desprende de los glifos y ofrendas que en 1962 descubrió el arqueólogo Roberto Gallegos Ruiz en la tumba uno de Zaachila, Oaxaca.

El acompañante del Señor 9 Flor fue un joven de 15 años. Al ser depositados en la cámara principal de la estructura llevaban suntuosos atuendos y sus objetos personales. El alto dignatario zapoteca fue tendido sobre la espalda, con el rostro hacia arriba, quizá cubierto por una máscara de madera. Llevaba orejeras de obsidiana y un anillo de oro con la representación de un águila descendente (muy similar al encontrado en una de las tumbas de Monte Albán).

Una de las piezas más bellas rescatadas del último aposento del Señor 9 Flor, explica el arqueólogo Roberto Gallegos en entrevista con La Jornada, es una pequeña y delicada copa policromada, en cuyo borde posa un colibrí, con su largo pico hacia el cuenco y las alas abiertas.

En la cultura zapoteca-mixteca esta ave se asocia con la transición de la vida a la muerte, pues tiene una vida breve, muere después del verano y se alimenta del néctar de flores rojas, es decir, parece que bebe sangre, así lo conciben. Simboliza vida por su interminable movimiento, pero como ofrenda funeraria recuerda que el ciclo de la vida termina. Es parte de la dualidad vida-muerte mesoamericana.

El colibrí vuelve a aparecer volando junto a Mictlantecuhtli, en los glifos de un muro. Van hacia el inframundo precedidos por lechuzas, aves nocturnas, mensajeras del señor del mundo de los muertos.

En la tumba dos, de menores dimensiones, descansaba el Señor 7 Flor, con tres pares de orejeras de obsidiana, un collar de cuentas de oro laminado y un excepcional pectoral, también de oro, con un disco calado al centro, y un cascabel con figura humana que representa a una deidad solar.

Llama la atención, señala Gallegos, que la joya fue manufacturada con la técnica orfebre precolombina andina, la cual se extendió de Colombia al sur de Mesoamérica, es decir, hasta donde hoy se ubican Panamá y Costa Rica.

Un vaso trípode que lleva en el exterior la representación de Mictlantecuhtli, empuñando con sus manos descarnadas cuchillos de pedernal, con la cabeza articulada, es la pieza emblemática de los hallazgos de Zaachila. Menos de 20 por ciento del acervo recuperado se exhibe en el Museo Nacional de Antropología.