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Corto sobre la vida en pareja, que captó la atención en el encuentro

Con Sonreír, Gil González Penilla representó a México en festival serbio

La oportunidad de acercarse a los grandes es lo más gratificante de este tipo de encuentros, señaló el realizador tijuanense en entrevista

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Stribor Kusturica and The Poisoners, durante su actuación en el festival de KüstendorfFoto Juan José Olivares
Enviado
Periódico La Jornada
Sábado 21 de enero de 2012, p. 9

Mokra Gora, Serbia, 20 de enero. Concebido como foro para cineastas incipientes y estudiantes del arte audiovisual, el Festival Internacional de Cine y Música Küstendorf, que este año realiza su quinta edición en Mokra Gora –poblado serbio en la frontera con Bosnia–, exhibe una selección de buenos cortometrajes de diversos países, incluso México, cuya representación estuvo a cargo de un egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica, el tijuanense Gil González Penilla, quien exhibió Sonreír, tercero de sus trabajos.

Sonreír es una de las cintas que ha llamado la atención en el encuentro. Narra la historia de un jubilado de la extinta compañía de Luz y Fuerza del Centro, que lleva una vida monótona con su esposa. El hombre se refugia en su guitarra y pasa el tiempo paseando a su perro. Se trata de una reflexión acerca del matrimonio y del tiempo, pero esencialmente sobre el amor. Sobre este sentimiento en tiempos de monotonía. Lo más importante en una sociedad, sobre todo en una pareja o familia, es la comunicación. Es fundamental para establecer vínculos. En la actualidad las parejas no se comunican entre ellas. Es algo que se ha perdido. En mi familia, muy numerosa, siempre veía la relación de los matrimonios. Eso me ha llevado a contar historias de parejas y los temas de gente mayor, que está sola. Antes, las parejas se conocían poco y se casaban rápido. No había contacto y luego ya era tarde cuando se daban cuenta de que no eran compatibles, cuenta González Penilla.

En Sonreír participan René Castellanos, Idaifi Rosas, Esther Mendoza, Pablo Marín y Pedro Vivero.

El joven realizador dijo que realizará su primer proyecto de largometraje en su ciudad natal, por el cariño que le tiene y porque quiero experimentar al grabar allá. El Distrito Federal es muy caótico. Las historias del cine no pueden darse sólo en la ciudad de México, hay que buscar alternativas. Considera que encuentros como éste sirven para acercarse a los grandes y mostrarles tu trabajo. Lo más gratificante es saber qué piensa de tu trabajo gente de otros lados.

También sobresalió el trabajo del catalán Fernando Pomares, quien retoma el caso de una chica violada hace 20 años en una comunidad de Aragón. Alto Sauce lleva por título el corto, y es el nombre de la comunidad española. El caso se reabrió y algunos personajes de la comunidad tendrán que encarar esa situación. Pomares aseguró que su cinta, cierto tipo de documental, la realizó con ayuda de cada integrante de su familia.

Otro trabajo destacado fue Fireworks, del italiano Giacomo Abbruzzese, oriundo de Taranto, que, con su industria de acero, es una de las ciudad más contaminantes de Europa. La historia se centra en ese lugar, donde unos jóvenes ecologistas, un tanto radicales, deciden hacerla explotar.

Soul kitsch

Anoche se vivió uno de los mejores conciertos del festival. El de Stribor Kusturica and The Poisoners que, con su soul kitsch, hizo brincotear a la mayoría de los asistentes al teatro Damned Yard.

Con rock y soul mezclados con sonidos gitanos y serbios, la banda de 11 músicos ofreció un concierto que se inició pasada la medianoche y finalizó alrededor de las tres de la madrugada. El tecladista Nikola Kitanovic gritó: ¡Dedicamos este concierto a Tito (líder comunista que devino dictador por casi 30 años de la otrora Yugoslavia, desmembrada 10 años después por sus guerras separatistas)... pero Tito Puente!, y comenzó la metralla sonora de este combo conformado por metales, acordeón, batería, percusiones y guitarras.

El olor a tabaco y alcohol que se percibe en los kafana (pequeños bares balcánicos) se respiró metafóricamente en el mencionado auditorio, atiborrado de gente no sólo del festival, sino de villas de los alrededores, así como el Mokra Gora, a 15 kilómetros de Bosnia.

El ritmo contagioso no permitió que persona alguna se mantuviera en sus asientos. Incluso, algunos presentes con dos pies izquierdos, y no precisamente por sus orígenes, dejaron atrás esa rigidez para mover cada partícula de su cuerpo. Esa fue la convocatoria de esta banda, que con su acústica hizo caer hasta el cúmulo de copos blancos que por este tiempo inundan la región.