Opinión
Ver día anteriorLunes 16 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
Tinta blanca
E

l cielo estaba gris, triste, cerrado, sin una pizca de azul, a ritmo con los toreros. La corrida se arrastró monótona, sin alegría, ni fantasía capotera, sin interés, sin emociones. ¿Qué faltaba? Faltaba el sol, principal encanto de la fiesta, insustituible colaborador de los festejos toreros. En las corridas sin sol desaparece lo que las corridas de toros tienen de alegre. Eso sin contar que en la actualidad los torillos en general padecen una depresión severa que se torna epidemia. Al desaparecer lo pintoresco, lo brillante, no queda más que la lucha –es un decir– más o menos arriesgada y brutal del torero y el toro. La lucha encarnizada del hombre sometiendo a la fiera groseramente.

A falta de sol, los toreros vistieron elegantemente los trajes de luces, eso sí, a ritmo con el precioso pelaje de los toros de Arroyo Zarco, para no variar, rodando por el ruedo, quien sabe si debido a la debilidad de los mismos o lo patinoso que quedó la arena del redondel después del aguacero con el que se inició la corrida. Pequeñas gotas de agua empezaron a caer al llegar al coso. Al sonar los clarines la lluvia se soltó frenéticamente y, pese a eso, el juez dio salida al primer toro de la tarde que correspondía la alternativa de Angelino de Arriaga y que deslució totalmente su actuación.

La corrida se suspendió durante una hora en que el agua tenía accesos de raza despiadada. Esa agua tan próvida y de añadidura, tan espléndidamente invernal que todo lo removía, desbordaba los cauces y corría con ímpetu loco en la plaza. Al reiniciar el festejo la corrida terminó como empezó fría, triste y monótona como esta crónica. El escaso público renegaba de su mala fortuna. En vez de los comentarios de siempre, la pasión siempre presente en las discusiones no se escuchaba. Solo quejas jurando no volver a la plaza mientras no brille el sol que achicharre los sesos y los de los toros, a ver si les sale la casta y desaparece la depresión.

La labor de los toreros a tono con el clima fue a su vez monótona, gris, machacona y no pasará a la historia. Rafael Ortega, cual es su costumbre, volvió a cortar una oreja sin conmover ni a sus más fieles seguidores.

Fernando Ochoa se dedicó a cuidar su elegante vestimenta y hasta eso le falló al darle una voltereta el toro y desmadrarle el traje. Angelino de Arriaga pasó desapercibido en su tarde de alternativa y habrá que volverlo a ver en una tarde en que aparezca el sol.