Sociedad y Justicia
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La comunidad universitaria requiere dónde obtener alimentación adecuada a precios accesibles

Cafeterías de CU, necesidad que resurge

El rector Soberón no midió el alcance del cierre de comedores en 1973, señala investigador

 
Periódico La Jornada
Sábado 14 de enero de 2012, p. 33

Con el argumento de que eran un nido de delincuencia tremendo, donde había gente viviendo y se distribuían drogas, días antes de que se iniciara el periodo vacacional de verano, en 1973, el rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Guillermo Soberón Acevedo, dio una orden irrevocable: la supresión de casi una veintena de cafeterías en diversas facultades de la Ciudad Universitaria.

Eran los años posteriores al conflicto estudiantil de 1968 y al movimiento sindical de los trabajadores de la institución de principios de los años 70. En esa época las cafeterías de Ciudad Universitaria, como de otras instituciones de educación superior, eran los espacios en los que se hacía política y los universitarios debatían los temas de actualidad.

En el transcurso de estos 38 años, estudiantes y académicos han pedido en innumerables ocasiones la instalación de cafeterías económicas y de calidad en el campus. Debido a la falta de este tipo de comederos se ha multiplicado el ambulantaje en las facultades y escuelas de la universidad, fenómeno que la administración del rector José Narro Robles ha comenzado a combatir.

Si bien actualmente en la UNAM existen algunos comedores y barras (sitios establecidos en los que se se venden tacos, tortas, quesadillas, pizzas, ensaladas, frituras y refrescos), resultan escasos para dar servicio a una comunidad de más de 316 mil estudiantes, 36 mil académicos y más de 34 mil trabajadores administrativos, distribuidos en 13 facultades, cinco unidades multidisciplinarias, cuatro escuelas nacionales, 14 planteles de bachillerato, 29 institutos, 16 centros y ocho programas de investigación, y con sedes foráneas en 24 entidades.

Información de la Dirección General de Patrimonio Universitario (DGPU) –órgano encargado de la autorización y control de los expendios de comida en la institución– indica que en Ciudad Universitaria operan 16 cafeterías y 90 barras, más siete y 56, respectivamente, en los planteles metropolitanos, y tres y una –en igual orden– en las sedes estatales.

Se carece de una política institucional

El investigador Hugo Casanova Cardiel, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, de la UNAM, sintetiza que en estas casi cuatro décadas no ha existido una política institucional para resolver el problema de la alimentación en los campus. Se trata de un tema que no tiene mucha relación con lo académico, pero en los hechos es sustantivo para la vida universitaria. Valdría la pena atenderlo.

El cierre de las cafeterías en 1973 se basó en un diagnóstico completo realizado por el Patronato Universitario, que analizó cómo funcionaban y en qué se aplicaba su presupuesto. El estudio concluyó en que esos espacios comúnmente había delincuencia, violencia y distribución de drogas. Ese fue el argumento que utilizó el ex rector para decidir su desaparición.

Así lo cuenta el propio Soberón en una entrevista con los investigadores Imanol Ordorika y Rafael López, que forma parte del libro Política azul y oro (UNAM y Plaza y Valdés, 2007). “Me comuniqué con los directores de las dependencias donde había cafeterías, unas 15 o 20, y les dije: ‘Ahí tienes ese espacio. ¿En qué quieres convertirlo? Vamos a aprovechar las vacaciones para hacerlo. Podemos hacer aulas, una biblioteca, lo que quieras’. Hubo directores que dijeron: ‘Eso no se va a poder, vamos a tener problemas’. ‘Perdóname –les contestaba–; si no me dices qué quieres en ese espacio a lo mejor se construye una alberca donde no la querías. Más vale que decidas’. Y se hizo”.

El rector no midió el alcance de aquel decreto, asegura Casanova Cardiel. Hubo daños colaterales. Con la disolución de esos espacios naturales de expresión de diversos grupos universitarios, algunos comenzaron a radicalizarse. Los comedores era donde se hacía la política estudiantil universitaria. El de la Facultad de Filosofía y Letras fue un baluarte de los movimientos alternativos. Eran espacios de confluencia.

Con los años, se han abierto barras y comedores en los campus universitarios. En su mayoría, se concesionaron a personas ligadas al Sindicato de Trabajadores de la UNAM. Los altos costos para el promedio de los estudiantes y el deficiente servicio –en ocasiones hay que esperar más de media hora para ser atendido– son dos de los problemas de que se quejan integrantes de la comunidad universitaria.

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Cafetería de la Facultad de Arquitectura de la UNAMFoto La Jornada

Alumnos, profesores y visitantes se ven en la necesidad de acudir a sitios donde abunda el ambulantaje y se expende comida poco nutritiva.

Uno de esos casos es el llamado pasillo de la salmonela, algunos lo llaman paseo de la facultad de gastronomía (ubicado en la franja que divide el campus de la unidad Copilco), donde hay tacos al pastor, tortas, quesadillas, caldos de gallina, aguas frescas, esquimos y una amplia gama de antojitos a precios relativamente decentes, según dicen algunos estudiantes.

Refrescos, botanas, tacos de canasta, tamales, tortas, quesadillas, tacos, malteadas, pasteles, galletas, emparedados, sincronizadas, gorditas, fruta con chile, sopas instantáneas, pizzas, chicharrones de harina y otros productos con alto contenido calórico forman buena parte de la dieta de muchos universitarios.

Alberto, alumno de tercer año de la Facultad de Medicina (FM), asegura que prefiere pagar 36 pesos por tres tacos de bistec –con doble tortilla–, que puede acompañar con frijoles, nopales y papas, que esperar más de media hora a que me sirvan una comida corrida, que ni es barata y las porciones no satisfacen.

En general, una comida corrida en las cafeterías autorizadas en los campus cuesta entre 35 y 50 pesos (de 175 a 250 pesos a la semana), mientras que en las barras el costo de una torta va de 30 a 50 pesos. Para muchos universitarios esas cantidades representan un gasto considerable.

Vengo desde Ecatepec. De puros pasajes gasto casi 40 pesos al día. Si a eso le sumas fotocopias, compra de libros y de otros materiales, la comida termina siendo un lujo. En ocasiones traigo de casa, pero cuando no, hay que entrarle a las galletitas, chocolates, tacos o quesadillas. Es lo más rápido; los servicios de las cafeterías son lentos, escasos y caros, indica Rocío, de la carrera de sociología.

Según datos de la Coordinación de Planeación de la UNAM, la mayoría de los estudiantes universitarios proviene de familias con ingresos mensuales de dos a cuatro salarios mínimos.

Frente a este problema, jóvenes de varias facultades plantean desde hace años a las autoridades universitarias en turno la creación de comedores subsidiados. Inclusive dentro del Consejo Universitario algunos de sus representantes han trabajado en una propuesta de solución.

La realidad del país, donde el sobrepeso y la obesidad se han convertido en severos problemas de salud pública, se refleja en la comunidad universitaria. Información del examen médico automatizado –que la UNAM aplica a estudiantes de primer ingreso– indica que uno de cada 10 alumnos del bachillerato presenta sobrepeso, además de que 30 por ciento, en todos los niveles, afirma tener vida sedentaria.

Repercusiones en el desempeño académico

Carmen Iñárritu, nutrióloga del Departamento de Salud Pública de la FM, refiere que la ingesta de alimentos no nutritivos también puede tener consecuencias en el desempeño académico.

“Las personas que no desayunan –en particular niños y jóvenes– presentan menor rendimiento escolar, se afecta la memoria a corto plazo, carecen de suficiente energía para el día, tienen más sueño, pueden estar anémicos al no tener todos los grupos nutrimentales, y sustituyen la falta de alimento con comida chatarra”, señala.

Investigaciones realizadas por la especialista entre estudiantes de primer año de la FM muestran que 30 por ciento de éstos padece sobrepeso y obesidad. Ligado a estas enfermedades, sostiene, el consumo de comidas no sanas también puede generar gastritis, colitis y hasta diabetes tipo dos, además de la carga sicológica en los jóvenes al no sentirse a gusto con sus cuerpos.

En el país, y por supuesto en las universidades, se necesita ofrecer opciones saludables a los estudiantes, con expendios que ofrezcan a bajo costo ensaladas, frutas, verduras, cereales integrales, alimentos de origen animal, así como emprender esfuerzos para generar una educación y cultura alimentarias, resalta la especialista.