Opinión
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En el Chopo

Del barrio al escenario: Hargán y Lira

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Haragán y Cía en su encuentro con la banda choperaFoto Chelico
L

as calles de la colonia Valle Gómez aportaron al niño Luis Álvarez historias e imágenes que posteriormente serían frases en sus primeras composiciones; allí surgieron, seguramente, La perra brava y Mi muñequita sintética. Años después, Luis aterrizó en San Lucas Patoni junto con sus primeras líneas escritas, cobijadas ya, con algunos acordes; así surgieron No estoy muerto, Él no lo mató y A esa gran velocidad, entre otras. Estas rolas, más otras cinco, forman parte de uno de los discos más vendidos en la historia del rock mexicano: Valedores juveniles. Se habla de que vendió más de un millón de copias. Veinte años después de esa grabación, Luis, ya como Haragán y Cía, realizó un encuentro pospuesto mucho tiempo: tocar en el Tianguis del Chopo. Lo hizo ante un foro pletórico y prendido. Allí, Luis avaló por qué su éxito: los asistentes corearon todas sus canciones y le hicieron firmar autógrafos por un par de horas. El concierto fue una muestra de calidez entre Haragán y la banda, tanto, que en una falla de energía eléctrica se dejó de escuchar la voz de Luis y la banda cantó a capela El Chamuco y empezó, espontáneamente, Sé mujer. Al recuperar el audio, el septeto de músicos se discutió todavía más; al entonar, No estoy muerto, Luis dijo a los presentes: “Esta rola está dedicada al Vampiro –cantante de Sur 16– y a mi comadre Mireya –mamá de Lalena/Amandititita–”. Así, pues, Haragán y Cía estuvo, por fin, con su bandera en el espacio más ad hoc para rocanrolear el sábado 7 de enero.

Liranrol en el Auditorio Nacional

Una veintena de canciones, un popurrí y un escenario de lujo –de los más importantes del mundo, y no es exageración– fue lo que disfrutaron los asistentes, que casi llenaron el recinto de Reforma, en la celebración, denominada por Liranrol Los 20 años de resistencia. Y sí, atrás quedaron los años con Blues Boys, las calles de la Gaviota –como es conocida, entre la banda, la colonia Gabriel Hernández–. Ahora, Antonio Lira cosecha lo sembrado en esos años: atiborró un par de veces el Metropólitan, y la noche del jueves, demostró que el rock urbano ya es una manifestación artística con cabida en cualquier foro. El concierto inició con Escándalo y María, rola emblemática de Lira. En la quinta canción apareció Cecilia Toussaint, la primera invitada; Rod Levario prendió a la banda en su intervención; Charly Montana apareció del brazo de un par de gogo dancers para acompañar a Toño en su fiesta; el Guadaña, cantó y brindó con el festejado. Quien se llevó la ovación de la noche fue José Cruz, cuando demostró su virtuosismo en la armónica al hacer la introducción de El pianista, egregia versión de Toño Lira que supera fácilmente al chafa cóver del ganador de un programa televiso. Entre las rolas de esa noche no faltó la premonitoria Quiero mi vida cambiar, que Antonio ha convertido en su leiv motiv. La lista de invitados cerró con Alejandro Lora, otro de los supervivientes –igual que Lira, Haragán y todos los invitados– a los raspones que el rocanrol suele dar a sus seguidores. Buen concierto, sin duda.