Política
Ver día anteriorSábado 7 de enero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El golpe de Estado made in USA
¿P

or qué en Estados Unidos no hay golpes de Estado? Según el chiste que cuentan los latinoamericanos, porque allá no hay una embajada estadunidense.

Un caso reciente: el golpe en Honduras (2009) en el que la misión yanqui estuvo metida hasta las orejas.

Pero, como siempre, la realidad es más complicada que los chistes.

El hecho de que EU no ha sufrido ningún golpe parecido a los que han inspirado y apoyado en la región es porque sus élites han desarrollado otras técnicas para lograr lo mismo: asaltar al Estado y reformularlo según sus intereses por encima de las clases populares.

El mejor ejemplo de un coup d’état por otras vías fue el neoliberalismo, dice Alan Nasser, un investigador estadunidense y profesor emérito de la economía política.

Desde los años 70 –ante la caída de la tasa de ganancia– empezó una gran movilización de la clase dominante que mediante lobbying, la compra de políticos y medios, privatizó al Estado, borrando la diferencia entre los dos (y entre demócratas y republicanos). Esto equivalía al golpe (lo remarcó Simon Johnson, ex economista del FMI en The Quiet Coup).

Ahora iba a haber un New Deal para el capital, dice Nasser.

Pero hay también otra historia, casi olvidada o desconocida incluso por los estudiosos, relevante durante la crisis.

En 1933 la oligarquía estadunidense planeaba un golpe de Estado en contra de Franklin Delano Roosevelt (FDR en adelante) para remplazar su administración por un gobierno fascista al estilo de Hitler y Mussolini (muy populares en los círculos de poder en EU).

Los conspiradores incluían la crema y nata de los industriales, empresarios y financistas de Wall Street (Rockefeller, Mellon, Pew, J.P. Morgan, Du Pont, Goodyear, et. al.) y los políticos republicanos y demócratas, asociados en la American Liberty League. Para ellos los planes de FDR: la redistribución y el empoderamiento de la clase trabajadora eran una amenaza. Un gobierno fascista revertiría el New Deal, garantizaría la disciplina económica y restablecería las ganancias.

Iban a reunir medio millón de veteranos de la Primera Guerra Mundial, la mayoría desempleados. Querían que los liderara el general retirado de los marines, Smedley Butler, el más exitoso ejecutor de los planes imperiales y empresariales de EU, dedicado al saqueo en beneficio de los bancos y las petroleras (Cuba, Filipinas, China, América Central y el Caribe o en la toma de Veracruz, en 1914).

A pesar del apoyo a FDR en las elecciones de 1932 y la posición crítica al fascismo naciente en EU, los conspiradores insistían en él, dada su popularidad entre los veteranos (parte de ellos –la llamada Bonus Army– demandando el pago por su servicio ocupó a Washington, y Butler visitó su campamento).

Pero algo cambiaba en su consciencia: cada vez más se sentía como un pistolero del capitalismo y mercenario de Wall Street (lo denunció en su libro War is a Racket, 1935). Cansado, al final reveló todo, frustrando el golpe.

El comité McCormack-Dickstein del Congreso, durante la investigación en 1934, confirmó sus acusaciones. Pero desistió de ir al fondo del complot y nadie fue llevado a juicio. Algunos periódicos cubrieron la historia, pero no la siguieron.

Aunque hay discrepancias que tan avanzado era el putsch, al parecer a FDR convenía silenciarlo. Esto podría alentar a los sectores anticapitalistas muy fuertes en los 30, subraya Nasser. Y mostraba una cara desagradable de la élite (de la que FDR formaba parte) y del país. Mejor que la gente no supiera que aquí era posible un golpe como en una república bananera, añade.

Sorpresivamente ni en La otra historia de Estados Unidos de Howard Zinn hay mención de esto (ni de Butler, quien aparece en una compilación de Zinn, Voices of People’s History of the United States, pero sólo en el contexto de las conquistas imperiales).

Según Nasser, no denunciar a los golpistas hizo que las tendencias fascistas permanecieran en el tejido político estadunidense. Se revelaron en el gobierno de Bush II (cuyo abuelo, Prescott, admirador de Adolfo Hitler, fue parte del complot) y han sido de-sarrolladas por Barck Obama (los asesinatos extrajudiciales).

El fascismo y el golpismo han sido posibles en los EU y aún los son, subraya.

La historia no se repite. Hoy ningún político está interesado en empoderar al mundo de trabajo (ni siquiera en fomentar la demanda interna). Y con el golpe neoliberal las élites ya tomaron el estado.

Pero estamos ante los mecanismos del mismo sistema que determinan las reacciones del capital y la resistencia de los sectores populares (el doble movimiento del que hablaba Karl Polanyi). Conocer el pasado, junto con la asombrosa historia de un supuesto golpe fascista made in USA, significa no descartar los paralelismos y posibles peligros (después de todo las élites y los banksters no han cambiado mucho).

La agudización de la crisis y una prolongada falta de desarrollo a causa de la austeridad, pueden generar más xenofobia, más sentimiento antiinmigrante y más medidas autoritarias, subraya Nasser.

Según Polanyi el auge del fascismo y el paso hacia los totalitarismos estuvieron directamente vinculados con el avance y las fallas de la economía del libre mercado que ocasionaron la Gran Depresión.

¿Suena familiar?

*Periodista polaco