Opinión
Ver día anteriorViernes 16 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El tiempo espectral
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al parece que ni aun cuando algunos nos calificamos de científicos, académicos o intelectuales toleramos que nos confronten con la muerte, la finitud, la indefensión y la verdad. Preferimos fórmulas edulcoradas que mantenga nuestro narcisismo y omnipotencia a flote. Jacques Derrida se negó a ello y rechazó la metafísica logofonocéntrica de la cual se derivan muchos graves problemas que hoy vive la humanidad: violencia y crueldad, corrupción, hambruna, delincuencia, deshumanización y terrorismo.

Revisó y conoció a fondo la obra de sus brillantes predecesores; desde los griegos hasta los contemporáneos y de ellos, al más cercano, Martin Heidegger. Pero fue más allá de la crítica hacia la filosofía e incluso al sicoanálisis con un fondo, valga la palabra compuesta reconstructivo-constructivo.

Para él, desde Platón sigue vigente la vieja injunción filosófica: filosofar es aprender a morir. En el texto Espectros de Marx, piedra angular de su obra, dedicado fundamentalmente a la cuestión de una justicia por venir, nos dice: Aprender a vivir tendría el significado de aprender a morir, y a tomar en cuenta, por aceptarlo, la mortalidad absoluta (sin salud, ni redención, ni resurrección), ni para él ni para el otro. En lo que sí creía es que por lo que tenemos que trabajar –y a ello apuntan muchos de sus textos– es a que en lugar de tanta injusticia social, tanta violación de los derechos humanos y tanta crueldad de dirigentes y políticas opresivas y crueles, pudiésemos optar por una vida digna de ser vivida. Por tanto, en mi opinión, creo que debemos hacer trabajar al espectro y la obra de Derrida en una forma verdaderamente exegética.

Para Derrida, hoy priva en el mundo un discurso dominante. Un discurso que proclama que Marx ha muerto, que el comunismo también está muerto y vitorea al libre mercado y al liberalismo económico y político. Derrida encuentra que esta conjuración triunfante cae en una denegación, es decir, en una doble negación, en tanto que lo que no logra conjurar son los espectros de Marx. Así, como en Hamlet, el espectro retorna porque la fórmula del tiempo se corresponde con lo que se dice del tiempo en tanto se refiere al verbo ser en tercera persona de indicativo –the time is out of joint– un tiempo salido de sus goznes, un tiempo atemporal que predestina el retorno de los espíritus, en este caso, el espíritu de Marx.

Derrida propone conectar esta línea de pensamiento con el testimonio de la cultura en el espacio público constituido, según él, por tres lugares o dispositivos indisociables de nuestra cultura: a) La cultura llamada política (los discursos oficiales de los partidos y los políticos en el poder en el mundo); es decir, los de la clase política.

b) La cultura confusamente calificada de mass-mediática que comprende las comunicaciones e interpretaciones, que resultan ser una información selectiva y jerarquizada que indefectiblemente tiene una repercusión en el seno mismo del espacio público en las democracias llamadas liberales. Estos esquemas parecen indispensables, pero insuficientes, y ameritarían una restructuración que bien podría ser compatible con el modelo marxista, ya que, entre otras cosas, “Marx fue uno de los escasos pensadores del pasado que tomaron en serio, al menos en su principio, la indisociabilidad originaria de la técnica y el lenguaje, por tanto de la teletécnica (ya que todo lenguaje es una teletécnica).

c) La cultura erudita o académica, fundamentalmente la de los historiadores, los politólogos, los filósofos, los sociólogos, los antropólogos, los sicoanalistas y, en particular, la de los filósofos políticos.

Para Derrida estos tres lugares, formas y poderes de la cultura se intercomunican en todo momento “hacia el punto de mayor fuerza para garantizar la hegemonía o el imperialismo en cuestión. Así, el poder tecno-mediático condiciona y pone en peligro toda democracia. Derrida se pregunta si el marxismo y sus herederos nos han ayudado a tratar y a pensar este complejo fenómeno.

La respuesta ante tal cuestionamiento sería del orden del sí, en unos aspectos, y del no, en otros. Lo que se desprende de esta respuesta es que lo crucial a este respecto debería ser, según conclusión de Derrida, que tendríamos que “asumir lo más ‘vivo’ de él; es decir, paradójicamente aquello de él que no ha dejado de poner sobre el tapete la cuestión de la vida, del espíritu de lo espectral, de la vida-muerte, más allá de la oposición entre la vida y la muerte.