Opinión
Ver día anteriorLunes 12 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Toros
Diego y Charro Cantor se hicieron uno
R

asguearon los dedos sobre las cuerdas de la guitarra y puntearon una serie de pases naturales que nos hicieron entrar a los aficionados en delirio. Diego Silveti emocionó a la parroquia torera de tal forma que la México volvió a temblar como la noche anterior. Qué manera de torear del niño, qué belleza, qué naturalidad y empaque, qué manera de meter el toro en la muleta, qué lentitud al ritmo del toro. Diego Silveti había iniciado la faena remojando la garganta sequita por unos lances novedosos con un dulce, en recuerdo de su padre y rompió a cantar quejumbroso el toreo de siempre; echar la muleta delante, templar y mandar y se fue al espacio en la noche que se volvió eterna ¡Cómo toreó el niño! En la misma forma que quejumbrosos los aficionados se fueron a la Basílica a dar gracias por la resurrección del toreo silvetista.

La torería de Diego en su esplendor en la tarde guadalupana al salir investido de gracia plena. ¡Eres el más grande niño! Le gritó un asoleado enloquecido cuando el torero se enredaba en un quehacer de toreo hondo, toreo clásico en que seguía rasgando la guitarra como los propios ángeles en unos redondos que completaban la sinfonía torera. Por fin surgió el demonio de la tentación del toreo en esta temporada. Ese demonio del toreo que es improvisación, se lleva en la sangre y no se puede aprender. Ese demonio que llevó a Diego a perder los límites del yo y torear hipnotizado al toro Charro Cantor de Los Encinos. Un torito de encastada nobleza que literalmente planeaba e iba a más en cada pase y le daba al torero con su transmisión, fijeza y emotividad el ritmo de la faena, lo que permitió a Diego en su segunda actuación en la Plaza México consagrarse al grito de torero, torero, la oreja, el rabo y la vuelta al ruedo al toro de Martínez Urquidi.

En el aire apuñalado de la tarde que se iba al olvido, surgió el toreo de Diego al cuajar geometrías toreras de pedazos de sol y sombra que se volvieron luces y obscuridad en la noche, en las embestidas suaves, acarameladas del Charro Cantor imantado con el torero. Ese demonio que apareció en la muleta de Diego ritmando los redondos en el centro del redondel antes de perderse en el misterio del quehacer torero de las manoletinas por ambos lados y los pases de vuelta entera por detrás.

Cuando se posee la capacidad de transmitir las emociones que da el toreo como las que mostró Diego, actúa infaliblemente el sentido de enlace y propicia una comunicación que se expande mas allá de la faena concreta.