Opinión
Ver día anteriorLunes 12 de diciembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Zombilandia
T

uvo que venir un Récord Guinness –ese monumento a la trivilización del número– para confirmar que somos una nación zombi. Qué orgullo. Los zombis están entre nosotros y quizás no deba sorprendernos que se junten 9 mil 806 jóvenes para marchar al Zócalo manchados, maquillados, gruñentes, hechos unos zombis. ¿Sí debe sorprendernos que no se reunieran 9 mil 806 indignados frente a la Bolsa de Valores, donde Edur Velasco sostuvo una solitaria huelga de hambre por más de 40 días? (¿Habrá un récord Guinness del ayuno? Seguramente.)

No está de más apuntar que pintarse de zombi (o impersonar a Michael Jackson, otro happening reciente del México virtual, y zombi) no es una tradición propiamente mexicana. Pero décadas de penetración del Halloween ya nos educaron en eso de pintarse el rostro y disfrazarse de espanto. Tal escuela llegaría también al subsuelo, convertida en la mendicidad de me da para mi calaverita y suplantaría las payasadas permisivas del carnaval de pueblo.

Nuestros zombis eméritos llegaron al Monumento de la Revolución desde las nueve de la mañana del pasado 29 de noviembre para que sus convocantes los maquillaran convenientemente. En el mejor espíritu del Teletón y los oportunistas kilos de esperanza de los supermercados, estos engendros de las redes sociales presuntamente ayudaron a recopilar alimentos no perecederos para unos indios pobres por ahí. Las reglas del Zombie Walk Mexico fueron simples: disfrazarse, dejarse pintar y desfilar por las calles gruñendo, gimiendo, aullando sin articular palabra, espantando mirones.

Estas creaturas de mello tiene que ver con el marketing y con el churrerísimo subgénero gore que lleva décadas imitando (mal) la obra maestra de George A. Romero La noche de los muertos vivos (1968). Y nada que ver con los verdaderos zombis que sí existen en el reino de este mundo del vudú. En Haití, el país más pobre del hemisferio, cualquiera conoce zombis de carne y hueso, lejos de la representación hollywoodense de las pesadillas recurrentes de las clases medias urbanas.

Dan qué pensar las declaraciones de Iris Bermejo, parte de la organización del magno evento a la oficial agencia Notimex: El propósito de esta marcha es fomentar los valores familiares mediante una reunión organizada de personas caracterizadas como zombis para caminar juntos al Zócalo. Entre más pienso en el magno evento, menos entiendo. ¿Cómo fomenta los valores familiares está transferencia histriónica del miedo que hoy nos gobierna, acostumbrados como estamos al horror, sin necesidad de películas con catsup?

De las decenas de miles de asesinatos que nos candidatean de seguro para algún otro Récord Guinness, el de Trinidad de la Cruz en Xayacalan, Ostula, Michoacán, México, escala a otro nivel el horror real y el miedo. El mensaje a la sociedad civil fue no te metas. Así, entre hacerse el zombi para renunciar al lenguaje y al sentido, o comprometerse, protestar, resistir, decir la verdad que nadie allá arriba quiere escuchar, ¿mejor distraer los miedos con la vara mágica de una ficción mediática y consumista? ¿Mejor zombificarse y echar relajo obediente un rato? Aunque bien mirado, el relajo sólo aguanta cuando desobedece, si no qué chiste; ya ven cómo convoca Calle 13 en Vamo’ a portarnos mal: No somos clones, no somos imitaciones/ Hoy vinimo a hacer lo que no se supone (en el álbum Entren los que quieran, 2010, muy recomendable para los que quieran portarse mal, bien).

Si de zombis se trata, mejor corro a refugiarme en el ingenio ácido de T Bone Burnett en The True False Identity (La verdadera falsa identidad, 2006), que abre con su trepidante Zombieland: Miren a ese muchacho/ No puede ver nada/ No puede oír nada/ Bótenlo por ahí/ En Zombilandia todas las mareas llevan al olvido.

El maestro Burnett, guitarrista y arreglista de lujo para los Dylan y Los Lobos, que reina en los soundtracks de Wenders, Minghella y los Coen, es autor de rolas demoledoras sobre el Arte del Estado en su país, nuestro vecino. Allá donde sí entienden de zombis como símbolo, y dónde tanta gente funciona como autómata: Hablando en jeroglíficos/ Con su pistola y sus pastillas/ Fantasma conjurado en oscuros amuletos/ Quieres saber pero no sabes. Donde las máquinas hacen siempre lo que dices que hagan/ siempre y cuando hagas lo que ellas dicen.

Nuestros zombis no están indignados sino idos, entretenidos, deliberadamente confundidos y obedientes. ¿Esa es la onda? Pues vámonos preparando, ¿cómo no iba a producir zombis un sistema de educación pública en manos de la invasiva y espantosa abeja reina de las alianzas de un panal con registro electoral y con subsidio?

Además, opino que García Luna Productions y la Armada deben capturar a los asesinos identificados de don Trinidad de la Cruz y de más de 20, y que el gobierno está obligado a proteger a la comunidad de Ostula, respetar sus derechos y evitar una masacre en la costa de Michoacán.