Opinión
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Eso es...
D

on Mariano Vallejo comenta en el libro de arte Álbum Salón editado en Madrid en 1905, una historieta o un cuento por mejor decir cuyo protagonista es el orgullo de Fuendetodos, don Francisco de Goya y Lucientes. Dice no responder de su rigurosa exactitud, si bien, dado el carácter burlón, las genialidades artísticas y los apicarados gustos y costumbres del pintor, cuyos lienzos, tapices y grabados prueban que trataba con igual facilidad lo sublime y lo grotesco; los asuntos religiosos, que las costumbres populares. Pintaba, lo mismo con los pinceles, que con las escobas; con los colores, cuidadosamente preparados, que del lodo de la calle con el cual y sirviéndose de un pañuelo de bolsillo, trazó en una pared el fusilamiento de unos patriotas madrileños.

Expulsado de Zaragoza parte a Madrid a buscar fortuna. En el camino encontró un inesperado albergue en que los venteros lo trataron a cuerpo de rey sorprendidos por sus modales y vestimenta que contrastaban con la clientela habitual. Pero… ese pero, lo que no tenía era dinero para pagar el hospedaje.

Al despertar, la realidad se le impuso, mostrándole el terrible aprieto en que se hallaba. Tal vez sin darse cuenta del problema, guiado por el instinto, abrió un balcón que en el cuarto había y sus ojos brillaron de contento, porque aquel bienaventurado balcón que daba al campo, y que apenas distaba del suelo cuatro varas, le ofrecía un seguro y cómodo medio de escapar, sin que el ventero lo notara. A huir por el balcón iba, recordando que era pintor y pensó, que si con dineros nó, podía con unos cuántos minutos de trabajo pagar generosamente cama y mesa, y, cogiendo la servilleta de que para cenar se sirviera, riéndose, mientras pintaba, de su propia diabólica ocurrencia, pintó… la cena al revés.

Al captar los venteros la huida de su huésped desatarónse en imprecaciones y dicterios, llegando éstos al máximum cuando sus ojos se fijaron en la malhadada servilleta de la cena. –Mira, –dijo mostrando á su marido lo que ella creía objeto real y era únicamente una pintura, –¡mira, el muy indecente lo que ha hecho!

Con mucho cuidado, temiendo mancharse los dedos y con visible repugnancia, la ventera cogió por las cuatro puntas la servilleta y, acercándose al balcón, la sacudió repetidas veces, á pesar de lo que, la malhadada substancia á ella adherida continuaba sin desprenderse, lo cual hizo que la mujer, comprendiendo al fin que se trataba de una imitación, se atreviera á examinarla de cerca y hacérsela examinar á su marido; quien, después de un detenido examen, –¡Y que parece de veras! –exclamó, lleno de asombro. –Y tan de veras, –repuso la ventera, –porque yo hubiera jurado hasta que olía.

Halagados con la esperanza de vender en un buen precio la famosa servilleta, uno de sus huéspedes, persona rica é inteligente en pintura, adquirió por cien ducados el extravagante recuerdo que el huésped huído les dejara.

Después de algunos años, don Francisco de Goya, célebre pintor de Cámara de S. M. el rey don Carlos IV, hubo de pasar por la venta de marras, y, recordando lo que en ella le había sucedido, determinó hacer alto para dormir en ella y averiguar, si le era posible, el desenlace de su cómica aventura.

–Si, señor: mi mujer y yo hemos reconocido á Usiría y no queremos que Usiría nos pague, sino que haga lo que hizo la otra vez. –¿Yo, la otra vez? ¿Y qué vez es esa de que hablas? –La vez que Usiría honró mi casa y cenó en esta misma habitación, marchándose por el balcón á la mañana. –No lo niegue Usiría; –añadió á su vez é interrumpiendo á su marido la ventera: –y como nada le cuesta y con ello nos favorece mucho, márchese Usiría sin pagar y haga ahora lo que hizo la otra vez. –Ya que me habéis conocido y que os empeñáis en ello, –dijo Goya,– os dejaré otra servilleta. –Y al decir esto sonrió picarescamente; –pero, decidme: ¿por qué queréis que vuelva á pintaros lo mismo? –Porque un viajero que pasó por aquí nos dio cien ducados por la otra.

Al amanecer del siguiente día, Goya salió en efecto por el balcón, dejando como la vez anterior un recuerdo, que si bien era obra suya, no era una obra de arte… Las imprecaciones, por tanto, los improperios que el ventero y la ventera habían prodigado á su huésped, pudieron, debieron y fueron, á no dudar, fundadamente repetidos esta vez, cuando al entrar en la habitación de Goya, poco tiempo después de salir éste por el balcón, vieron lo que el célebre pintor había hecho.

¿Ficción o realidad?