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Ver día anteriorMartes 8 de noviembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Anticoncepción y tasas de fertilidad
D

esde el surgimiento del primer anticonceptivo oral, la noretisterona, debida al genio de Ernesto Miramontes, George Rosenkranz y Carl Djerassi –proeza realizada en México en 1951, en los laboratorios Syntex–, los avances en la investigación sobre estas sustancias no se ha detenido. Se han creado las hormonas que durante muchos años han sido empleadas para evitar embarazos, como los estrógenos y la progesterona, y más recientemente, también mediante la síntesis química, el levonorgestrel, principio activo de la llamada píldora del día siguiente; el ulipristal, conocida como la píldora de los cinco días; o la mifepristona, que además de su empleo en la anticoncepción puede interrumpir el embarazo.

Esta evolución en la química de esteroides ha permitido a la humanidad contar con elementos para regular la reproducción. De acuerdo con datos del Banco Mundial (BM), en 1960 la tasa de fertilidad a nivel global era en promedio de 5 hijos por mujer, y para 2009 se redujo a la mitad, lo que constituye un cambio trascendental, que ha modificado no sólo nuestro conocimiento acerca de los procesos reproductivos, sino además apunta a la transformación de las sociedades.

Si bien la reducción en la tasa mundial de fertilidad puede asociarse con la disponibilidad y la extensión en el empleo de medios anticonceptivos, no puede atribuirse solamente a ellos, pues involucra procesos muy complejos a nivel social, político, económico y cultural, como el desarrollo de los sistemas de salud y de educación, o las creencias predominantes en un lugar y tiempo determinados. Esta complejidad se traduce en imágenes muy diversas entre países y regiones en el mundo. En México, por ejemplo, en 1960 la tasa de fertilidad era de 6.78 hijos por mujer, muy por encima del promedio mundial en ese año. A partir de 1970 se experimentó una caída rápida, hasta situarse en 2.91 en 2000. Posteriormente, al finalizar la primera década del siglo XXI, siguió este descenso, aunque más lento, para ubicarse en 2009 en 2.36 hijos por mujer, cifra menor al promedio mundial en ese año (2.47). Nuestro país es un caso interesante, pues a pesar de estar integrado por una mayoría católica, religión opuesta al empleo de cualquier forma de anticoncepción, las políticas públicas desde el último tercio del siglo XX se orientaron a favorecer la reducción de la natalidad.

Es también interesante ver los extremos. En 1960, naciones como Japón y algunas europeas, como Alemania, Austria, Polonia, Hungría, Italia y España, tenían tasas de fertilidad menores a tres hijos por mujer, muy por debajo del promedio mundial en ese mismo año. Puede proponerse (y seguramente alguien ya lo ha hecho) que es un efecto de la guerra, lo que se tradujo en un posterior efecto inhibitorio sobre la fertilidad. Se trata de sociedades que han mantenido desde entonces la tendencia decreciente en este indicador, pues para 2009 todas se ubicaban por debajo de 1.5 hijos por mujer. Aunque es importante señalar que la mayoría de estos países ha experimentado recientemente un leve ascenso en la natalidad. Italia, para tomar un solo ejemplo, pasó de 1.18 en 1995 a 1.41 en 2009 en el parámetro citado.

Un caso especial está representado por algunos países de Asia, pues presentan las caídas más vertiginosas en la tasa de fertilidad a escala mundial. Es el caso de China, nación emergente que en sólo 14 años redujo en más de tres el número de hijos por mujer, al pasar de 5.91 en 1967 a 2.59 en 1981 (para 2009 su tasa de fertilidad se redujo aún más, al ubicarse en 1.61). El otro ejemplo es Corea del Sur, gran potencia tecnológica, que pasó de 6.16 hijos por mujer en 1960 a 1.55 en 1987, y recientemente tuvo la tasa de fertilidad más baja del mundo (1.1 en 2009).

En el otro extremo se encuentran naciones en las que, vistas desde la óptica de este indicador, pareciera que el tiempo no ha transcurrido, como Afganistán, que tiene la tasa de fertilidad más alta del planeta (6.42 hijos por mujer en 2009). Lo mismo ocurre con algunos países del continente africano, como Zambia, Uganda, Malí y Somalia, cuyas tasas de fertilidad se ubicaban por encima de seis en 2009. En ellos se combinan la pobreza, los bajos niveles sanitarios, educativos, científicos y las guerras internas, con la permanente explotación y el saqueo de sus recursos por naciones más desarrolladas.

Las diferencias que se observan en el mundo indican que no bastan los avances científicos y técnicos para cambiar la calidad de vida de todos los habitantes del planeta. La anticoncepción desempeña un papel decisivo en la reducción de las tasas de fertilidad; sin embargo, las influencias económicas, sociales y culturales, tienen todavía un rol decisivo.

Al observar estos números, surgen varias reflexiones. Los datos sugieren que en el empleo de anticonceptivos en países como México (y en otras naciones) pueden distinguirse al menos dos etapas. La primera, caracterizada por su utilización como parte de políticas públicas tendientes a la reducción de la natalidad, y una segunda fase en la que, además, su empleo se convierte en un acto individual y consciente para evitar embarazos no deseados. El desarrollo de esta segunda fase es el que conducirá a modificaciones decisivas en la estructura y organización de las sociedades. Es la revolución que se encuentra en marcha.