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Ciencia, evidencia, ética y conciencia
U

no de los fundamentos metodológicos de la ciencia moderna llamado inductivismo fue propuesto en el siglo XVII por Francis Bacon (1561-1626), y consiste en extraer leyes generales a partir de la observación, en repetidas ocasiones, de fenómenos ocurridos en condiciones iguales. A lo largo de la historia este método ha pretendido aplicarse de manera universal para casi todo problema científico.

El positivismo pretendió encontrar en el método inductivo la manera idónea de acceder al conocimiento objetivo a partir de la observación de los hechos simples y desnudos. La ciencia, así, se fue construyendo como forma de conocimiento basada en una máxima que se convirtió casi en dogma: entre más veces se corroborara la existencia de un fenómeno, mayor evidencia de su certeza y más científica sería la teoría que lo explicará.

Fue en 1934 cuando el filósofo austriaco Karl R. Popper (1902-1994), en su libro intitulado La lógica de la investigación científica, arremetió contra el inductivismo y el positivismo afirmando que la ciencia no progresaba por medio de corroboraciones o comprobaciones, sino mediante falsaciones. Según Popper, es la demostración de la falsedad de una teoría o al menos el establecimiento de las condiciones en las cuales una teoría tenía la potencialidad de ser falsada, lo que le confiere su estatus de científica.

El planteamiento de Popper ha sido objeto de muchas críticas debido a su rigidez e ingenuidad. Sin embargo, muchas de esas críticas no pueden soslayar un gran acierto de Popper: que en ciencia se cometen errores, que el peso de éstos es, frecuentemente, mayor que el de los aciertos y que sólo siendo consciente de esto es posible progresar en ciencia.

Desde la publicación de La lógica de la investigación científica han venido desarrollándose muchas ramas de la ciencia caracterizadas por la elevada complejidad de sus objetos, sujetos o sistemas de estudio. Esto acarrea mayores dificultades para corroborar las afirmaciones. En cambio, aparecen más fuentes de error, mayores incertidumbres, dificultades para predecir.

Sin embargo, la ciencia sigue funcionando con base en el método de las corroboraciones. Esto es muy claro en las ramas de la ciencia dominadas por la intervención de la gran empresa privada o controladas por las estructuras del Estado capitalista contemporáneo. En ellas, el criterio de evidencia que domina se basa en un método inductivista vulgar y desprovisto de consideraciones éticas. Este tipo de evidencia científica se ha convertido en instrumento del poder, de manejo sesgado de la información, de distorsión de la realidad, de mentira, de falta de los más mínimos criterios éticos.

Esta es la metodología utilizada por empresas como la Monsanto, Dupont o Syngeta; la General Electric o la Westinghouse, y las compañías tabacaleras. Así se ha procedido en cientos de escándalos científicos del pasado: El DDT la talidomida, la dioxina, la nicotina; así se procede en las casos de los organismos genéticamente modificados o los accidentes nucleares, como los de isla de Tres Millas, Chernobyl y el reciente accidente de Fukushima. Lo que domina la argumentación de esas empresas es un fuerte desprecio hacia los principios éticos, a los seres humanos y ecosistemas bajo una cantaleta eterna: no hay evidencia de la existencia de daños. El método de las corroboraciones les sirve para afirmar una actitud prepotente y de infalibilidad.

El proceder de esas empresas parte de una idea parcial y sesgada lo que es la ciencia. Ante las denuncias, sospechas y pruebas que se presentan cotidianamente en el sentido de que el uso de una cierta tecnología o de agentes físicos, químicos o biológicos causa o puede causar daños a la salud o al ambiente, quien defienda el empleo de esas tecnologías o agentes, lo que debe mostrar no es que no haya evidencia de daños, sino que haya evidencia de que no los hay. Mientras eso no se muestre, lo que debe prevalecer es el criterio ético, la aplicación del principio precautorio, no la aplicación de un inductivismo cientificista y vulgar.

La neutralidad del hecho, de la observación desnuda, de la acumulación de evidencias, queda en entredicho en este tipo de casos. Por ello es imperativa una reconstrucción de la ciencia para vincularla con la ética, que reconozca que los caminos de la evidencia científica tienen que estar a la par con la protección de la salud, tanto de los seres humanos como de las demás especies del planeta. Una ciencia que recurre a los criterios de una verdad desprovista consideraciones éticas ni es verdadera y sí se convierte en herramienta de prepotencia para satisfacción de los más siniestros intereses.