Opinión
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Guadalupanos por decreto
C

on el corazón inflamado, Felipe de Jesús Calderón borró otras identidades religiosas y proclamó que en el fondo los mexicanos somos guadalupanos. En la ceremonia para inaugurar la Plaza Mariana confluyeron los poderes político, económico y religioso. La gente nada más sirvió como detalle escenográfico.

Nada más faltó al acto quien cedió el terreno, Andrés Manuel López Obrador, a la arquidiócesis presidida por el cardenal Norberto Rivera Carrera. La cesión de casi tres hectáreas la hizo López Obrador en 2003, como jefe de Gobierno de la ciudad de México. Entonces buscaba mejorar sus relaciones con el jerarca de la Iglesia católica. La actuación de Rivera Carrera en las elecciones presidenciales de 2006 desencantó al candidato del Partido de la Revolución Democrática, y le mostró que el encumbrado funcionario eclesiástico se sabe acomodar muy bien hacia los vientos políticos que favorecen sus intereses.

En un rol más cercano al de predicador que al que legalmente cabeza de un Estado laico, Felipe Calderón Hinojosa consideró que a final de cuentas, en muchos mexicanos, la mayoría de los mexicanos, la señora de Guadalupe es un signo de identidad y de unidad. Somos guadalupanos, independientemente, incluso me atrevería a decir, mucho de la fe, de las creencias y las no creencias y, desde luego, lo es para quienes profesamos la fe católica, a quienes congrega desde luego esta imagen tan representativa de México y de los mexicanos (información de Claudia Herrera y Bertha Teresa Ramírez, La Jornada, 13/10/11).

En esa pieza oratoria destacan, a nuestro entender, varios puntos. Uno es el tono festivo con que Calderón expresó su satisfacción porque la mayoría de los mexicanos son guadalupanos. Implícitamente estaba disminuyendo a otras creencias que no se identifican con el guadalupanismo. Además le hizo al hermeneuta de las identidades religiosas, o que no lo son, al afirmar que incluso los ateos son fieles de la Virgen de Guadalupe. En su perspectiva, no lo dijo pero podemos inferirlo, por ejemplo, es posible la coexistencia entre ser budista y guadalupano a la vez. De ser así, la categoría resultante, de interés para los estudiosos del fenómeno religioso, es la de los budalupanos.

Por exclusión, Calderón Hinojosa llamó a quienes estamos lejos de identificarnos con la creencia en la llamada Morenita del Tepeyac, cismáticos y poseedores de una identidad que no es mexicana. Con su afirmación regresó al país a los años anteriores a la ley de Libertad de Cultos, del 4 de diciembre de 1860, promulgada por Benito Juárez. Por ello cuando llegó al poder evitó hacer, en el año del bicentenario de Juárez, mención alguna a la gesta juarista que modernizó a México: la ley que reconoció derechos obstinadamente negados a la ciudadanía por el conservadurismo mexicano, con la Iglesia católica a la cabeza.

Por otra parte, la homilía calderonista trasluce su confesionalidad católica. Este punto es importante por el contexto en que hace la declaración. Dado que habían arreciado los rumores, a veces francas afirmaciones desde distintas trincheras, sobre que Calderón y su esposa habrían abandonado el catolicismo para adherirse al grupo evangélico llamado Casa sobre la Roca. Ante tales versiones no es la primera vez que Felipe Calderón reitera su identidad religiosa católica. Lo hizo recientemente, cuando viajó en mayo de este año para estar presente en la suntuosa ceremonia de beatificación de Juan Pablo II. De ello nos ocupamos en nuestro artículo Calderón en Roma: duda disipada (La Jornada, 4/5/11).

Los de Casa sobre la Roca no son protestantes/evangélicos. Sus mismos líderes, Alejandro Orozco y su esposa Rosa María de la Garza, así lo han sostenido reiteradamente. Él combina sus funciones de líder de la agrupación con el puesto de director general del Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores, y ella divide su tiempo entre las actividades de Casa sobre la Roca y su curul de diputada federal por el Partido Acción Nacional.

Algunos han querido explicar el conservadurismo de Felipe de Jesús Calderón Hinojosa como resultado de su cercanía al liderazgo de Casa sobre la Roca. La verdad es que Calderón ya tenía posicionamiento conservador desde antes de iniciar su relación con el matrimonio Orozco. Las posturas de derecha, de ellos y de él, son coincidentes y sostienen las mismas desde confesionalidades distintas. Calderón impulsa la agenda conservadora a partir de su catolicismo integrista, y los de Casa sobre la Roca comparten dicha agenda desde una lectura descontextualizada y llena de nociones previas (pensamiento positivo y de corte gerencial) de versículos bíblicos que originalmente significan otras cosas, pero que los Orozco tuercen para hacerles decir una serie de mantras posevangélicos.

En mi iconografía, como en la de millones de connacionales, no figura la Virgen de Guadalupe. Que aparezca en lugar primordial en el altar de Calderón Hinojosa es muy su derecho. Pero lo que está completamente fuera de lugar es que su devoción personal la quiera universalizar al conjunto de mexicanos y mexicanas. Ya nada más le faltó decir, por ejemplo, una de las máximas del cardenal de Guadalajara, Juan Sandoval Íñiguez, quien considera que se necesita no tener madre para ser protestante. El sofisma cardenalicio partió de su enrevesada lógica: ya que no reconocen a la Virgen de Guadalupe como madre, entonces no tienen ídem. La exaltación guadalupana de Calderón va por el mismo camino.