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Javier Valdez, corresponsal de La Jornada, ganador del premio Maria Moors Cabot

En Sinaloa no hay oficios de bajo riesgo
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Javier Valdez Cárdenas, corresponsal de La Jornada en Culiacán, SinaloaFoto Cortesía de Roberto Bernal
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Lunes 10 de octubre de 2011, p. 30

Culiacán, Sin., 9 de octubre. Ve la vida a corta distancia, casi siempre tan cerca que se quema. Javier Valdez Cárdenas siente arder en la punta de los dedos la historia que lo encuentra o lo buscó durante semanas. Y sabe que ya no habrá silencio, aun cuando sea necesario apretar el esfínter (palabra que le encanta repetir por certera para el caso), porque siendo periodista en Sinaloa no se puede vivir de otro modo.

Sólo que en Sinaloa, dice el corresponsal de La Jornada y fundador del periódico semanal Ríodoce –rotativo que obtuvo el premio María Moors Cabot 2011, que otorga la Universidad Columbia– no hay oficios de bajo riesgo. Todos corremos peligro: el agricultor o ganadero y el ciudadano que conduce con sus tenencias pagadas y respeta la línea peatonal y sin previo aviso se topa con el camino de una bala en la calle, donde se comete la gran mayoría de los asesinatos en el país.

A estas alturas, Javier Valdez (nacido en Culiacán en 1967) ha sido más tiempo periodista que cualquier otra cosa, más que efímero candidato a diputado federal, más que cartero, más que pintor de consignas políticas en bardas.

Ahora, junto con la periodista bielorrusa Natalya Radina, el afgano Umar Cheema y el bahreiní Mansur al-Jamri, se convirtió en ganador del premio 2011 del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) con sede en Nueva York, organismo dedicado a la defensa de la libertad de expresión.

Este galardón reconoce cada año a reporteros que se distinguen por su valor, y en esta ocasión fue concedido a comunicadores que han enfrentado acoso, asalto, secuestro, tortura y censura (...) Al resistir las amenazas y los abusos, estos periodistas dan voz a las realidades cotidianas en sus países y aseguran nuestro derecho universal a recibir información independiente y confiable, indicó el director ejecutivo del CPJ, Joel Simon, en el comunicado emitido para dar a conocer a los premiados, el 4 de octubre.

No lo esperaba. He vivido estos 20 años de periodista de lo que la gente te dice, te reclama, te reconoce, y eso ha sido un aliciente. Te dice lo que le parecen los reportajes, los libros. Es el más importante premio que he tenido, y ahora me siento apabullado porque desde fuera ven mi trabajo y lo consideran valioso en esta situación de guerra, de violencia, de riesgos para todos los que vivimos en este país, y para los periodistas.

–¿No te parece que el premio podrían asumirlo muchos otros periodistas o ciudadanos que día a día se enfrentan al clima de guerra en el país?

–Tambien es un premio a la sobrevivencia, a la resistencia de muchos que vivimos en México, resignados o no, en este ambiente de guerra, además de los periodistas. Aunque el premio tiene mi nombre, es un premio a la colectividad, a la lucha diaria por cubrir el narco, por hacer periodismo, por no guardar silencio, por suministrar pastillas contra el olvido. Al final es una presea a la supervivencia.

“Es falso heroísmo decir que corro riesgo por ser periodista. Muchos nos victimizamos. Creo que tiene connotaciones especiales hacer periodismo en estas circunstancias, pero vivir en Sinaloa y en muchos otros estados es correr peligro porque el narcotráfico se ha vuelto una forma de vida. No es necesario estar involucrado para correr riesgos, para ser lesionado o asesinado en medio de una refriega, o torturado por militares o policías en un operativo. Eso de que el que nada debe nada teme no tiene vigencia en estas regiones y en estas circunstancias. El periodismo tiene sus connotaciones porque se toca al poder, pero la esencia es que hay muchos lugares de este país donde ya no se puede vivir.”

–Tus libros Miss narco y Los morros del narco, así como las crónicas de Malayerba, parecen piezas de un mismo rompecabezas, donde una generación está perdida o al menos extraviada.

–Yo lo entendí cuando terminé Los morros del narco y leí parte del material que prepararon la editorial Aguilar y su editor César Ramos. Hay una generación extraviada, perdida, enferma, que está pasando su infancia y adolescencia en un periodo de guerra. Eso es matar la semilla, matar los genes de este país. ¿Qué va a pasar con estos 30 millones de niños que viven en periodo de guerra? ¿Cómo van a gobernar, cómo van a dirigir partidos, organismos ciudadanos, cómo van a ser profesionistas y padres de familia? ¿Cómo van a educar a sus hijos si crecieron en la guerra?

Esos libros reflejan un país que está enfermando, perdiéndolo todo, se está extraviando, tomando atajos incluso al abismo. No se ven alternativas, al contrario: parecemos una sociedad resignada frente a la violencia como forma de seguir viva, pero que está matando a sus propios hijos. Es una historia triste que se tiene que contar. Finalmente estos libros cuentan ese incendio, esta tragedia nacional, de una generación que es víctima de esta enfermedad y que así está creciendo y así se va a multiplicar.

El Premio del Comité para la Protección de Periodistas será entregado en Nueva York el próximo mes.