Opinión
Ver día anteriorViernes 7 de octubre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Economía Moral

Fin de la sociedad centrada en el trabajo pagado y visiones de futuro/XI

La visión totalizadora de André Gorz

A

unque ya en otras ocasiones he tenido la oportunidad de abordar, en Economía Moral, las ideas de André Gorz contenidas en el que fue su último libro: Miserias del presente, riqueza de lo posible (Paidós, 1998), lo había hecho desde la perspectiva del Ingreso Ciudadano Universal (ICU) y no tanto del fin trabajo pagado. Hoy abordo su diagnóstico donde estamos en el mundo y como llegamos, particularmente en cuanto a empleo. Gorz comienza el libro citado con estas extraordinarias frases que reflejan el espíritu del libro:

“Hay que aprender a discernir las oportunidades no realizadas que duermen en los repliegues del presente. Hay que querer apoderarse de las oportunidades, apoderarse de lo que cambia. Hay que atreverse a romper con esta sociedad que muere y que no renacerá más. Hay que atreverse al Éxodo. No hay que esperar nada de los tratamientos sintomáticos de la ‘crisis’, pues ya no hay más crisis: se ha instalado un nuevo sistema que tiende a abolir masivamente el ‘trabajo’”. (p.11).

Como se aprecia. Hay una coincidencia de diagnóstico, en lo esencial, con Rifkin, a quien he analizado ampliamente en esta serie. Pero no es la abolición del trabajo el principal reproche que hay que hacerle al capitalismo, dice Gorz, sino el “pretender perpetuar como obligación, como norma, como fundamento irremplazable de los derechos y la dignidad de todos, ese mismo ‘trabajo’ cuyas normas, dignidad y posibilidad de acceso tiende a abolir”. Y añade rematando la idea de la cita anterior:

“Hay que atreverse a querer el éxodo de la ‘sociedad del trabajo’: no existe más y no volverá. Hay que querer la muerte de esta sociedad que agoniza, con el fin de que otra pueda nacer sobre sus escombros. Hay que aprender a distinguir los contornos de esta sociedad diferente detrás de las resistencias, las disfunciones, los callejones sin salida de los que está hecho el presente. Es preciso que el ‘trabajo’ pierda su lugar central en la conciencia, el pensamiento, la imaginación de todos: hay que aprender a echarle una mirada diferente: no pensarlo más como aquello que tenemos o no tenemos, sino como aquello que hacemos. Hay que atreverse a tener la voluntad de apropiarse de nuevo del trabajo”. (Ibid.)

Dice que las polémicas que ha suscitado la obra de Rifkin son significativas al respecto. Que el trabajo del cual Rifkin anuncia el fin es lo que todo mundo llama trabajo, pero no es el trabajo en sentido antropológico ni filosófico, ni el trabajo de la parturienta, ni del escultor ni del poeta. No es el trabajo como actividad práctico-sensorial por el cual el sujeto se exterioriza produciendo un objeto que es su obra. De lo que se trata es “del trabajo en el sentido específico propio del capitalismo industrial: un trabajo al que nos referimos cuando decimos que una mujer ‘no tiene trabajo’ si consagra su tiempo a educar a sus propios hijos, y que ‘tiene trabajo’ si consagra aunque más no sea una fracción de su tiempo a educar a los hijos de otra persona” (p.12). Dice detestar a los mistificadores que, en nombre de la definición antropológica o filosófica del trabajo, justifican el valor de un ‘trabajo’ que es la miserable negación de aquél y sostiene que, negando el fin del trabajo en nombre de su necesidad y de su permanencia en el sentido antropológico o filosófico, demostramos lo contrario de lo que queríamos demostrar. Y añade:

Si deseamos salvar y perpetuar ese ‘verdadero trabajo’, es urgente reconocer que el verdadero trabajo no está más en el trabajo: el trabajo, en el sentido de poiesis, que se hace, no está más (o no está más que de manera cada vez más rara) en el ‘trabajo’ en sentido social, que tenemos. No demostraremos la perennidad necesaria de la ‘sociedad del trabajo’ invocando su carácter antropológicamente necesario. Por el contrario: es preciso que salgamos del ‘trabajo’ y de la ‘sociedad del trabajo’ para volver a encontrar el gusto y la posibilidad del trabajo ‘verdadero’. A su manera (que no es la mía), Rifkin no dice otra cosa: dice que el ‘trabajo’ cuyo fin anuncia deberá ser remplazado por actividades que tengan otras características” (p.12).

Gorz explica que el trabajo que el capitalismo ha abolido es una construcción social y que por ello puede ser abolido. Para ser considerado trabajo debe ser pagado, debe ser una actividad social, que debe estar inscrita en el flujo de intercambios sociales y, aunque Gorz no lo dice, esto significa que deben ser para el consumo de otros, donde el ‘otros’ comienza donde acaba la familia. Por eso es que Gorz dice que la actividad de una mujer que cuida a su hijo, aunque reciba un subsidio estatal aproximado al salario de una puericultora, e incluso tenga un diploma de educadora, no lleva a cabo un ‘trabajo’. Aunque Gorz añade otro requisito del trabajo: debe llenar una función socialmente identificada y normalizada en la producción y la reproducción del todo social, lo que además significa que debe ser identificable por las competencias definidas que pone en funcionamiento según procedimientos socialmente determinados. En otras palabras, debe ser una ‘profesión’, un ‘oficio’. La madre que cuida su hijo y lleva acabo otras labores domésticas, no se sitúa en la esfera pública, no responde a las necesidades socialmente definidas, socialmente codificadas. En contraste con las oficinas que elaboran las estadísticas oficiales del trabajo, Gorz piensa que el sirviente personal, al servicio de los deseos privados de su amo, y el creador artístico o teórico, tampoco trabajan (tampoco tienen un trabajo). Sin embargo, ello es discutible: tanto los sirvientes personales como (una parte de) los creadores artísticos (y la inmensa mayoría) de los creadores científicos reciben un pago periódico, lo que, en términos del propio Gorz, implica de alguna manera que su actividad se reconoce como parte del flujo de los intercambios sociales. En el caso de los creadores científicos y artísticos, la diferencia que encuentro con Gorz está sobre todo en que él se refiere a los verdaderos creadores (y no en una diferencia sobre lo que es el ‘trabajo’ en el capitalismo), lo cual se refleja en las siguientes frases, en las cuales se hace evidente que darle un trabajo a un creador lo destruye como tal:

El creador, teórico o artista, no ‘trabaja’ (no tiene un trabajo), salvo que dé cursos o clases que respondan a una demanda pública y socialmente determinada, o cuando ejecuta un encargo. Lo mismo ocurre con todas las actividades artísticas, deportivas (sic), filosóficas, etcétera, cuyo fin es la creación de sentido, la creación de sí (de subjetividad), la creación de conocimiento…La creación no es socializable, codificable; es por esencia transgresión y recreación de normas y códigos, soledad, rebelión, rechazo y oposición al ‘trabajo’. Por la homologación de las competencias, de los procedimientos y de las necesidades que implica, el ‘trabajo’ es un poderoso medio de socialización , de normalización, de estandarización, que reprime o limita la invención, la creación, la autodeterminación individuales o colectivas de normas, de necesidades y de competencias nuevas” (p. 13).

Volviendo a la línea argumental central, Gorz deja claro que: 1) la abolición masiva del trabajo, en principio y sólo en principio, habría podido (o debido) abrir el espacio social a abundantes actividades auto-organizadas y auto-determinadas, 2) esta liberación del trabajo y esta ampliación del espacio público, que habrían supuesto el nacimiento de una nueva civilización de una sociedad y una economía diferentes, que habrían puesto fin al poder del capital sobre el trabajo, no se produjeron; 3) la desestandarización, la desmasificación y desburocratización posfordistas buscaban el fin contrario: sustituir las leyes que se dan las sociedades-Estado por las leyes sin autor del mercado, liberando al capital del poder de la política, d) Se abrió así una nueva era en la cual lo que podía servir para liberar a los hombres y las mujeres de las necesidades y las servidumbres, se volvió contra ellos para desposeerlos y someterlos, extendiendo las condiciones de vida del tercer al primer mundo. Esto es sólo una parte (incompleta) del abrumador diagnóstico que lleva a cabo Gorz y que habrá que seguir revisando.