Opinión
Ver día anteriorJueves 22 de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Palestina, ante la inmoralidad de Washington
A

yer, en un discurso pronunciado ante la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU), el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, afirmó que no existe atajo para la solución del conflicto palestino-israelí, que la paz no llegará mediante declaraciones y resoluciones en la ONU, y que son los israelíes y los palestinos, no nosotros, los que deben llegar a un acuerdo en los temas que los dividen. Tales declaraciones se suman a la decisión, anunciada en días previos por el gobierno de Washington, de vetar, en su calidad de miembro permanente del Consejo de Seguridad De la ONU, la solicitud del reconocimiento de un Estado palestino que se espera sea presentada mañana por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) que encabeza Mahmoud Abbas.

Los señalamientos formulados por el mandatario estadunidense dejan ver la miseria moral y el doble discurso de Washington y sus aliados, que apenas la semana pasada aceptaron, sin ningún trámite de por medio, la incorporación a la ONU del Consejo Nacional de Transición en Libia –conformado por fuerzas opositoras al régimen de Muamar Kadafi– y en cambio siguen regateando el derecho del pueblo palestino a constituir un Estado soberano, como demandan las resoluciones 242, 338 y 3236 del organismo multinacional.

La negativa pertinaz a que Palestina ocupe el sitio que le corresponde en la comunidad internacional plantea, por lo demás, una perspectiva lamentable, pues, lejos de abonar al cumplimiento de las reivindicaciones legítimas de ese pueblo –como sostuvo ayer Obama– parece parte de un plan destinado a borrar del mapa a ese grupo nacional. Resulta indignantec que el actual ocupante de la Casa Blanca recurra a argumentos pueriles, como la insistencia en la negociación bilateral como única salida al conflicto y la afirmación de que la resolución del mismo no se alcanzará mediante resoluciones de la ONU, cuando el belicismo y la unilateralidad del régimen de Tel Aviv han cancelado esa vía y han demostrado que la pacificación en Medio Oriente difícilmente se conseguirá fuera del ámbito de Naciones Unidas y el derecho internacional.

Si Estados Unidos quisiera realmente abonar a una paz genuina y duradera, como afirmó ayer su presidente, tendría que esforzarse en crear condiciones mínimas para que ello sea posible, y eso implica, en primer lugar, condenar el terrorismo de Estado que practica Israel y forzar a las autoridades de Tel Aviv a poner un alto a los asesinatos de palestinos, a las políticas de manipulación demográfica en Cisjornania y al cerco devastador sobre la franja de Gaza; demandar la devolución de las tierras arrebatadas a partir de 1948 o el pago de las indemnizaciones correspondientes a los expulsados; reconocer a las autoridades palestinas democráticamente electas –sean de Fatah, de Hamas o de cualquier otra fracción–, exigir la contención de Israel en las fronteras previas a la Guerra de los Seis Días de 1967, y aplicar las medidas de presión política y económica necesarias para someter el colonialismo, el expansionismo y el belicismo del Estado hebreo.

Ahora bien, a pesar de las advertencias formuladas por Obama y de la virtual imposibilidad de que la solicitud de la ANP prospere en el seno del Consejo de Seguridad, es altamente probable que el reconocimiento del Estado palestino logre, de cualquier forma, un respaldo mayoritario en el pleno de la Asamblea General de la ONU –actualmente tiene asegurados los votos de 126 de los 193 miembros–; que Palestina alcance, de esa manera, el estatus de Estado observador sin derecho a voto –similar al que ostenta el Vaticano–, y que termine por configurarse, en suma, una inconsecuencia entre el pleno de la ONU y su Consejo de Seguridad y una escisión en el seno de ese órgano multinacional.

La falta de solución del añejo conflicto entre Israel y Palestina plantea, pues, la perspectiva de una fractura de la comunidad internacional, de un mayor aislamiento de Tel Aviv en la región y en el mundo y de un aumento de tensiones en Medio Oriente. Si tal perspectiva se concreta, el principal responsable será el gobierno de Washington.