Opinión
Ver día anteriorLunes 19 de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fin y principio
S

e acaba el tiempo, dijo.

¿Cuál tiempo?, dijo.

El que teníamos, dijo.

Ah, tuvimos alguna vez alguno, dijo.

Sí, mucho.

¿Cómo cuánto?

Todo el del mundo.

No entiendo.

¿Qué?

No entiendo qué es eso.

Pues eso.

¿De dónde sacas que se acaba?

Todos dicen. Y ya era hora.

¿Hora de qué? ¿De que se acabaran el agua, las cosas?

Debe haber cambio.

¿Más? Si esto no para de cambiar.

No lo suficiente.

Sigo sin saber qué tiempo se acaba.

Todo.

¿Y luego?

Luego, nada.

II

Al muñón del caobo muerto le brota una protuberancia en forma de estrella, y lo que parecía decapitado ora sí que como diría Toño, retoña. Para la inabarcable vegetación de la selva a la redonda, qué idioma especial necesitaríamos que nombrara y describiera los verdes. Cada uno, por microscópico, opaco o eléctrico que sea, es diferente a los demás. Cada verde es un mundo. Su gama llenaría diccionarios.

¿Ya checaste? dice Silvio a su compañía, que acaso responde. Sólo lo mira a los ojos, menea la cabeza y continúa por el sendero. Suerte de sendero, imaginario casi, instintivo tal vez, prácticamente inexistente en la espesura.

La compañía que lo guía ha de hablar otra lengua, firme hasta en los titubeos, cuando se nortea entre nudos de liana. Conoce esta selva y no se detiene ni para tomar impulso. Sabe que si no se apresuran pronto el calor los va a derretir y deshidratar y no habrá nada que detenga a los mosquitos, ni siquiera seguir adelante.

Pero Silvio es gente de una idea a la vez, así que insiste: ¿Checaste que ninguna hierba muere? Reverdece, y es perfecta. Si te acercas, huele bien.

Su compañía se detiene, voltea hacia él, le pone cara de qué te pasa, de burlona extrañeza, y reanuda su enérgica marcha. Pero Silvio no se calla, y dice: Aquí donde sólo hay verde, el negro y el café son verdes, los ríos y las nubes del cielo son verdes y pobladas de pájaros verdes que por más que les gusta el silencio no pueden dejar de cantar, y el gris no existe.

Su compañía lo escucha como si no. Cualesquiera que sean sus pensamientos, no son los de Silvio sino otros, prácticos y seguramente más oportunos. A diferencia de Silvio, no abriga la menor duda de que la vida recomienza, que el único color que no se necesita a sí mismo es el verde. Y si no te apuras y cierras el pico, piensa sin decirle a Silvio, la canícula de la tarde te va a achicharrar lo que te queda de sesos.