foto: HUGO CIFUENTES

El regreso de los militares en Guatemala

Emilio Chuah,
Guatemala, septiembre

LA ANTESALA DEL cambio de ciclo de la cuenta larga del calendario maya está impregnada de un contexto adverso para el conjunto de los pueblos originarios de Guatemala, no solamente porque se ha hecho del 2012 un acontecimiento esotérico y mediático que no ha permitido discutir a profundidad la herencia cultural y la experiencia política de dichos pueblos, sino también, porque las condiciones de explotación, dominación y racismo siguen enraizadas al seno de la sociedad centroamericana.

Aunado a lo anterior se vislumbra el regreso, al frente del Estado guatemalteco, del general Otto Pérez Molina del Partido Patriota (PP), que de acuerdo a las encuestas tiene alrededor del 40 por ciento de intención de voto, una ventaja importante sobre sus competidores más cercanos que se encuentran entre el 17 y 8 por ciento de la preferencia electoral. Si el PP no obtiene el 50 por ciento, la segunda vuelta será el 6 de noviembre.

El militar que ahora domina la contienda electoral, fue conocido en los tiempos de guerra como el “Comandante Tito” y por haber dirigido los planes de contrainsurgencia en la tierras mayas del altiplano, los mismos territorios que conocieron las masacres, desapariciones forzadas, torturas, secuestros y otros actos de barbarie que sólo pueden compararse con los actos de genocidio cometidos en Ruanda o Camboya.

Un ejemplo del pasado reciente puede verse el documental Titular de hoy: Gua - temala, de Walhforss, donde también puede apreciarse el rol de dicho comandante.

Como las estructuras contrainsurgentes no fueron completamente desmanteladas con la firma de la paz en 1996, muchas de ellas se infiltraron en el crimen organizado, en el narcotráfico y en el contrabando. Estos “poderes ocultos” aprovechan las posiciones y redes que han construido en el sector público y privado, no solamente para enriquecerse sino también para cometer crímenes y extorsiones.

La debilidad del sistema electoral y la volatilidad de los partidos políticos también ha sido aprovechada por estos sectores, las elecciones del 11 septiembre son un claro ejemplo: 20 partidos políticos han participado en la contienda electoral. Los cargos públicos se definen a través de relaciones clientelares, se desconocen las fuentes de financiamiento de los partidos políticos y la mayoría de ellos se han visto implicados en problemas de narcotráfico o contrabando.

En este sentido, la posible llegada al gobierno de Pérez Molina no cambia sustancialmente el sistema social y económico del país, pues al igual que el partido oficial, el Partido Patriota está estrechamente ligado al sector económico tradicional. Por un lado, varios de sus candidatos y principales financistas provienen de las filas de la oligarquía, los empresarios Ricar do Castillo, Dionisio Gutiérrez y el Grupo Multi Inversiones, son un claro ejemplo. Por otro lado, la alianza entre la oligarquía y el sector militar no es nueva, inició con el golpe de Estado de 1954 contra el presidente Jacobo Arbenz y se consolidó durante más de 36 años de conflicto armado interno.

Otra característica del sistema electoral y de partidos políticos es la fuerte presencia de partidos de derecha y su indefinición ideológica: tres partidos de derecha y uno de centro detentan cerca de 80 por ciento del poder legislativo (PP, GANA, LIDER y UNE), mientras que de 158 diputados únicamente tres pertenecen a partidos de izquierda (URNG y MNR).

Dado el deterioro de la izquierda guatemalteca en los últimos ocho años, diversas organizaciones sociales y partidos políticos lograron crear el Frente Amplio, con Rigoberta Menchú y el diputado independiente Aníbal García como candidatos a la presidencia y la vicepresidencia. Sin embargo, las diferencias políticas e ideológicas han distanciado a ciertas organizaciones fundadoras, como El Frente Nacional de Lucha (FNL) y el Movimiento Tzuk Kim Pop.

Estos problemas distan del pragmatismo y oportunismo político de algunos partidos políticos considerados democráticos y de izquierda, como Encuentro por Guatemala (EG) de Nineth Mon tenegro, que lejos de construir un programa político y alianza con sectores sociales, prefirió aliarse con el partido liberal Visión con Valores (VIVA) del ex líder neo pentecostal Haroll Caballeros.

Un comportamiento que también es compartido por supuestos líderes sociales y de izquierda, que se reciclan cada período gubernamental. Los casos son innumerables. Dos de ellos pueden ser ilustrativos. Los primeros son Orlando Blanco y sus más cercanos colaboradores, que después de haber dirigido el Colec tivo de Organi zaciones Sociales (COS), y trabajar con organizaciones de “víctimas” del conflicto armado, negociaron con el gobierno en turno para acceder a cargos públicos como secretarías y viceministerios. El segundo ejemplo lo encontramos en Edgar Ajcip, líder maya que después de dirigir el programa asistencialista del Fondo Nacional para la Paz durante el gobierno anterior, cambia de partido político y ahora se postula como diputado nacional.

En este sentido, los Comités Cívicos siguen siendo una posibilidad real de organización política y social en Guatemala, puesto que son organizaciones políticas locales y regionales que pueden postular y elegir alcaldes municipales, el apoyo de las comunidades indígenas y populares es directo y lejos de buscar hacer de la política una profesión y una forma de ganarse la vida, son un medio para organizar y politizar a las comunidades y trasformar la realidad en que viven.

El amanecer y despertar político que durante siglos han buscado los pueblos mayas sigue siendo distante, y parece que un periodo oscuro y violento se avecina. Por ello, el trabajo organizativo del pueblo, la búsqueda de unidad de las organizaciones populares y la superación el sectarismo de la izquierda tradicional y el culturalismo de gran parte de las organizaciones mayas del país, así como la incorporación de las nuevas generaciones de hombres y mujeres siguen siendo tareas pendientes.