Opinión
Ver día anteriorJueves 8 de septiembre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ciudad Perdida

El cese de Batres

En política, lo que ofende se paga

S

erá el sereno, pero los motivos del cese fulminante de Martí Batres por la administración capitalina se han hundido en un mar de confusiones, y deberá ser analizado cuando menos en dos planos. Por un lado, la facultad del jefe de Gobierno para poner y quitar funcionarios, según sus necesidades y hasta sus caprichos; por el otro, el derecho del ahora ex secretario de Desarrollo Social, que más allá de su postura política –que mantiene desde hace cinco años y que ha hecho pública en todas partes (no reconocer a Felipe Calderón como presidente de México, igual a la que sostenía, no sabemos si ya no es así, el propio Marcelo Ebrard Casaubon–, estaba consciente de que el hilo que lo unía a él ya no soportaba ningún peso político.

Y es que, según el argumento del propio Ebrard, Batres, al externar su postura, levanta una critica al jefe de Gobierno, que a su vez asegura que su presencia y el saludo que cruzó con Felipe Calderón fue obligado por su responsabilidad como cabeza principal de la Conago, es decir, no reconoce más que en el trato protocolario al mismo Calderón. De ser así no habría, de ninguna manera, incongruencia entre él (MEC) y Batres.

Esto, desde luego, a estas alturas del gobierno federal, cuando todo se desmorona alrededor de Felipe Calderón. A menos que a Ebrard se le haya ocurrido considerar la elección de 2006 como limpia y válida, y a Calderón como mandatario legítimo, cosa que hasta ahora no ha expresado.

Entonces no parece haber ni discrepancia ni incongruencia en Batres, a menos, insistimos, que Marcelo Ebrard reconozca la legitimidad de la elección presidencial pasada. Por eso, si se miran a profundidad los motivos que impulsaron al jefe de Gobierno a cesar a Martí Batres, es posible que provengan de otro costal.

La cosa es que el ex secretario de Desarrollo Social se había lanzado ya a una campaña política para conseguir la candidatura del PRD a la jefatura de Gobierno, y eso resultó simplemente imperdonable para MEC, quien ya había advertido a sus colaboradores que el que quisiera competir debería dejar la encomienda que le había otorgado.

Escribimos hace una semana en este espacio que los cambios en el gabinete del gobierno empezarían ya, y el cese de Batres parece la advertencia para quienes participan en su gobierno: que Marcelo no permitirá que se le salgan de control, aunque lo cierto es que todos andan en una carrera loca por adjudicarse la candidatura.

Martí Batres –como muchos otros– no hizo caso de la advertencia, pero él, en especial, mantuvo diferencias constantes, soterradas la mayoría, con su jefe, desde el principio del gobierno. Para empezar, el puesto que ocupó fue producto de una cuota a la corriente que él (Batres) encabeza, misma que se había otorgado a Alejandra Barrales.

Inconforme por la designación que en aquel entonces aún no se hacía oficial, Martí reclamó para él tal cartera, y Marcelo aceptó, pero ejerció su poder para recortar a la secretaría una serie de funciones que pasaron a manos de otros miembros del gabinete, aunque al final tres de los programas sociales más importantes quedaron en manos de Desarrollo Social: comedores públicos, uniformes y útiles escolares gratuitos, y mejoramiento barrial. Los tres prometían jugosas clientelas.

La renuncia, se ha dicho por todas partes, cuando menos se le había insinuado a Batres en varias ocasiones, pero el perredista se negó a concederla, y tal vez supuso que el posible costo político que debería pagar el jefe de Gobierno por su remoción lo tenía vacunado, pero a últimas fechas parece que la actividad política de Martí desbordó las consideraciones de Ebrard.

La semana pasada, por ejemplo, en una casa de la colonia Condesa, propiedad de uno de los intelectuales más reconocidos en la ciudad, y en todo el país, un grupo de personajes prometió su apoyo a Batres, y además aseguraron que su apoyo lo harían explícito por medio de desplegados.

En esa reunión, uno de los participantes fue el presidente del PRD en el Distrito Federal, Manuel Oropeza, lo que daba por cierto el inicio de una guerra entre el partido y el propio Marcelo, guerra que si no está declarada, existe con todo su fragor, y así lo entiende el mismo jefe de Gobierno, que como se ve, ya lanzó el primer ataque.

Así las cosas, más allá del agravio que supuestamente cometió Batres, y que sería motivo justificado del cese, si así hubiera sido, está la lucha por el control del destino del PRD en la ciudad. Si Ebrard hubiera permitido que las manifestaciones en favor de Batres crecieran, con el apoyo de la presidencia del partido, la suerte de la elección interna para designar candidato se habría marcado y seguramente no favorecería al grupo del jefe de Gobierno.

Total, parece que el argumento que revistió el cese del secretario de Desarrollo Social no se sostiene, a menos que Ebrard ya esté jugando en la otra cancha, y por eso sienta el agravio, pero lo que hay que reconocer es que, en la contienda política, lo que ofende se paga, por ejemplo, con un cese. ¿Será?