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Es un drama que crece y se extiende por diferentes áreas del territorio nacional

Hay ya miles en desaparición forzada; autoridades entregan cualquier cuerpo, acusan familiares

Unos por temor no presentan denuncia; otros sí, pero sienten que funcionarios encargados no hacen nada

Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 4 de septiembre de 2011, p. 8

No están muertos. Tampoco están aquí. Son desaparecidos y son miles: Se los suplicamos, regrésenlos por favor. ¡Ayúdennos!, dice con voz desgarrada Enedelia Velázquez. Silencio absoluto. Llora y no puede hablar. Se repone y continúa: Acaban con toda la familia. Es un dolor tan grande. Es horrible esperar que pase el día, esperar que pase la noche; luego otro día, día tras día para ver si vuelve; vivimos una espera horrible, una agonía.

A su lado, María de Lourdes Huerta Tarrega lee una pequeña carta a Kristian Karim Flores: Hijo, donde te encuentres, sé que estás en contra de tu voluntad. Doce días después de que desapareciste nació tu hijo. Está bien. Tu madre, tu esposa, tus hermanos, no nos damos por vencidos. Sé que te vamos a encontrar. Te amo.

La siguiente es Martha Herrera Contreras. Abraza a un niño de 10 años con gorra de beisbol que porta una foto y llora. Empieza a hablar con voz entrecortada por la emoción. “A mi hijo Ramiro González Herrera, de 38 años, se lo llevaron el 19 de mayo de 2010. Estamos sufriendo todos por él. Sus hijos –aquí traigo a uno de ellos– ya no soportan la soledad. Ya no sabemos qué hacer. Pusimos denuncia y las autoridades no han hecho nada. Nos sentimos desamparados. Ayúdenme a encontrarlo”.

La procesión continúa, es interminable. Mi hijo se llama Ernesto Efraín Vidal Flores, tiene 30 años. El que habla es don Ernesto Vidal Negrete, de 76 años, sin poder contener las lágrimas. La voz se le apaga, sólo surgen los sollozos. No puede seguir. Una pausa. Los demás esperan. Se les inundan los ojos. Quiere continuar: Tiene cuatro meses desaparecido. Se lo llevaron cuando comía en un puesto de tacos... El llanto lo invade con fuerza. La vergüenza también. Se cubre la cara con sus manos. Silencio. El que sigue. Otra historia, 10 más, 20, 40, 90 en Nuevo León, 200 en Coahuila, 500 en Tamaulipas, 5 mil en este sexenio. Y cada día más...

Fatal error

Al celebrarse el Día Internacional del Detenido Desaparecido se hicieron manifestaciones por todo el país denunciando los cientos de casos registrados durante la guerra de Felipe Calderón, la falta de investigación judicial, el nulo interés del Estado por atender a los familiares de las víctimas, y la impunidad. Cientos de desapariciones forzadas son perpetradas por el Ejército, la Marina, la Policía Federal y las policías estatales y municipales. También los cárteles de la droga han secuestrado a miles.

Mira, hijo de tu pinche madre: si no quieres a tu hijo en pedacitos, quiero que juntes 100 mil pesos. La voz de un hombre por el celular sonó aterradora para Gerardo Peña. Su hijo Gerardo Peña Esparza fue a una fiesta el pasado 29 de enero y no llegó a dormir. El teléfono sonó a las tres de la mañana y era obvio que se trataba de un secuestro. De pronto, la siguiente voz fue definitiva. Era su hijo: “Me tienen Los Zetas. Créeles por favor. Dales lo que te piden”.

En una segunda llamada, el padre que es obrero y vive en Apodaca, Nuevo León, les explicó que no tenía dinero. Ellos accedieron a que sólo les entregara 50 mil pesos. Su hijo no estaba solo, fue secuestrado con otros cuatro amigos. A la una de la tarde le volvieron a llamar. No había logrado conseguir el dinero. El sujeto le dijo en tono de mando: Vende el carro. Para las 11 de la noche, Gerardo ya estaba listo para entregar el rescate afuera de un Banorte en la Clínica Seis del IMSS ubicada en San Nicolás de los Garza. Allí se dio cuenta que había otras personas llevando dinero: “Eramos varios los que teníamos hijos secuestrados esa noche. Los batos llegaron y se fueron con toda tranquilidad”.

Volvió a su casa. Le habían dicho que al terminar de contar el dinero, le entregarían a su hijo. No fue así: Desde entonces no hemos parado. Fuimos a la Ministerial, también a la policía de Apodaca, a la procuraduría. Nos hicimos el ADN. Y finalmente nos llevamos una sorpresa.

A Gerardo le avisaron meses después que su hijo fue encontrado quemado junto a otros cuerpos en una brecha del municipio de Escobedo el 30 de enero: No es él. No coincide la estatura. Están entregando cuerpos a diestra y siniestra. Alma Delia Esparza, la madre, interviene: Por qué hasta ahorita nos quieren dar ese cuerpo. No creemos que sea él. Quisimos hacerle una prueba de ADN privada y no quisieron. ¿Por qué? Simplemente quieren cerrar el caso para que no sigamos reclamando a nuestros hijos. Nos enteramos que el año pasado en Guadalupe entregaron un cuerpo y al año siguiente apareció la muchacha viva. Ahora la pobre no puede encontrar trabajo porque técnicamente está muerta.

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El dolor por la pérdida de un familiar aflora de nuevo cuando los afectados rememoran los hechos para relatarlos a la reporteraFoto Sanjuana Martínez

Gerardo y Alma Delia están decididos a seguirlo buscando. Se han vuelto a hacer las pruebas de ADN: Mi esposa lo vio pasar en un coche bien despacito por la casa. Otro amigo me dijo que lo vio en Escobedo. Está vivo.

Son miles

Es él, muestra la foto de Ernesto Efraín Vidal Flores, su hijo. La lleva al pecho y en el cuello trae sus credenciales. Fue a una fiesta a una quinta en la Carretera Nacional y de regreso en la noche pararon a comer en un puesto de tacos ubicado por la estación del metro de la colonia Mitras: Se llevaron a él y a sus dos amigos. Al dueño de la quinta, no. Qué casualidad, dice don Ernesto Vidal Negrete.

Su hijo tiene 30 años y estaba terminando la carrera de criminología: Todos los vecinos pueden dar fe de él. Es muy bueno. Tenemos mucha fe en Dios. Hacemos mucha oración. ¿Qué más? Les pido que me lo devuelvan. Yo lo siento vivo.

Antes de cumplir la edad de jubilación, don Ernesto fue despedido por el patrón sin un centavo. Y sin recursos y con la convicción de ayudar a otros, acompañó a amigos en el dolor de la desaparición de sus hijos, algo cada vez más común: Lloré mucho por hijos ajenos, pero jamás me imaginé que iba a sufrir esto en carne propia. Sufrí por otros, ahora sufro por el mío. A cualquiera nos puede pasar. Mi hijo está clavado en el pensamiento. No tenemos paz.

A su lado, María del Carmen Luna Mata, de 76 años, lo interrumpe: “El mío se llama Jorge Andrés Pereira. Desapareció el 27 de septiembre del año pasado. Bien trabajador. Nunca se paraba en una esquina. Dicen que fueron Los Zetas”. Necesita hablar, contar su historia. Lo sacaron de su casa en la colonia Constituyentes. Unos hombres se lo llevaron en un carro. Nunca pidieron rescate. Trabajaba de mesero en varios restaurantes: Él me cuidaba. Me sostenía. Cada vez que me veía me daba 100, 200 pesos. Soy viuda.

Un niño juguetea alrededor, es nieto de Martha Herrera Contreras. Su hijo, Ramiro González Herrera, de 38 años, desapareció el 19 de mayo de 2010. Era taxista. Ese día lo sacaron del coche y se lo llevaron. Dejó su cartera y toda su documentación: Pusimos la denuncia, pero nunca investigaron. Lo mismo que sabemos nosotros, saben ellos, nada. Siento mucha impotencia, mucha desesperación porque no podemos hacer nada. ¿Dónde más buscamos? Estamos en las manos de las autoridades.

Todos llevan el mismo peregrinar: delegaciones de policías, agencias del Ministerio Público, anfiteatros... “Vamos a todas partes, donde haya muertos, narcofosas. Andamos de estado en estado y no hay quién nos ayude. Fuimos a la capital y nada”, dice Martha Herrera Contreras.

El trabajo de taxista se ha convertido en algo peligroso. Decenas de trabajadores del volante han sido denunciados como desaparecidos. El llamado “halconeo” ha estigmatizado su labor. Desde el 4 de enero, Adalberto Luna Montoya desapareció. Era taxista en Huinalá: Trabajaba en una base de taxis piratas en el panteón. La CROC le iba a arreglar sus placas. Encontramos su carro a los cuatro días de desaparecido. Por miedo no interpusimos denuncia, dice Brenda Ruth Vanegas Martínez.

Hace unos meses, el Infonavit empezó a exigir las mensualidades de la casa de interés social y finalmente interpuso una denuncia: “No hacen nada. Y seguimos esperando. Las granaderas de Apodaca los paraban y ya no los dejaban pasar. Los policías les decían que ellos eran zetas y que controlaban todo, incluso les prohibían trabajar. Tal vez como era pirata se lo llevaron. Apenas sacaba 300 pesos diarios”.

La hermana de Adalberto, Martha Yolanda, no para de llorar. Explica que su madre está deshecha, porque es el segundo hijo desaparecido; el primero, desde hace cuatro años. A Brenda la incertidumbre del futuro no le permite volver a su vida cotidiana. Llora también: “No sé qué hacer. Ya no sé qué decirles a mis niños. Mi hijo de nueve años se me descontrola. Se echa a la calle, corre y grita: ‘Yo me quiero perder como mi papá’”.