Opinión
Ver día anteriorLunes 29 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Responso por Manolo/ II

Q

uédate es hermosa palabra en el vocabulario de un amigo, dijo alguien. Quedarnos y qué darnos es el doble desafío de toda conciencia amorosa.

“Durante clases y ensayos –continúa el maestro Víctor Ortiz su evocación del maestro Manolo Vargas–, su palabra sabia llegó siempre al punto clave, de la manera precisa, en el momento justo, para permitirme una creciente apertura al mundo, al universo, a mis semejantes.”

“Más allá de la enseñanza de la danza, Manolo nos enseñó la belleza como camino de conocimiento y el amor como camino a la realización. Su maravilloso jardín, cuidado por él mismo, hasta donde pudo, es prueba de esa mano paciente, misma con que tocaba su pequeño tambor para llevar el ritmo de los ejercicios durante las clases.

“La misma mano con que mostraba a Pilar Rioja desde dónde sacar el movimiento de los brazos, mientras ella sentada en el banco seguía las indicaciones. Manolo me enseñó a ver la danza; y más que eso, me enseñó cómo abrir el alma para poder recibir tan sólo una de las danzas de Pilar.

“Durante horas y horas hablábamos de ella, luego de haber ido a alguna de sus presentaciones. Era impresionante ver la minucia con que Manolo recordaba el más leve movimiento, el más ligero atisbo, el más suave de los gestos; y con todo ello, cómo reconstruía paso a paso el andar de la Rioja por el escenario y por nuestros corazones.

“Dos imágenes contrastantes vienen a menudo a mi mente: la fiesta de navidad donde todos (as) tus alumnos (as) bailábamos sevillanas en tu estudio y aquello era una explosión inenarrable de vida, versus la última vez que te vi postrado en cama y me dijiste, abriendo los ojos en el medio de los sedantes: ‘Esto ya no es vida. Muy pronto saldré de esta, de una o de otra manera’, y me miraste con esa mirada profunda que mostrabas cuando estabas muy conmovido, para acto seguido darme tu bendición. Es curioso que un ateo bendiga a otro ateo; en realidad, la cosa pasaba por muy otro lado: el maestro agónico bendecía a su discípulo… una semana antes de partir.

“Nunca me sentí tan tu discípulo, amadísimo maestro. Sé el tamaño de tarea que tácitamente dejaste en mis manos; ojalá llegue a estar a la altura. Manolo, me atrevo a nombrarte en presente, pues siempre estás aquí, a cada paso, cada vez que caminamos con el porte humano, con la dignidad de quien se entrega totalmente a su hacer. Y aun así, me haces tanta falta…”