Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 14 de agosto de 2011 Num: 858

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Bitácora Bifronte
Jair Cortés

Un campanero de
Agustín Yáñez

Roger Vilar

Puerto Rico, autonomía universitaria y dominación colonial
Héctor Lerín Rueda

La revolución de
los indignados

Majo Siscar

La movilización de
los desplazados

David Fernández

El 15M: la hora del despertar
Luis Hernández Navarro

Para entender el 15M
Luis García Montero

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Entes de la fantasía

Raúl Olvera Mijares


Animales fabulosos y demonios,
Heinz Mode,
FCE,
México, 2010.

Todas las culturas cuentan con seres que no son productos de la naturaleza sino invenciones urdidas por la imaginación de los hombres e inmortalizadas al inicio por el pueblo en sus sagas o leyendas y más tarde en su imaginería decorativa. Heinz Mode, arqueólogo e indólogo berlinés desaparecido en 1992, autor entre otros libros de Fabeltiere und Dämonen. Die Welt des phantastischen Wesen (1977), se aboca al estudio de este tipo de criaturas que no han sido creadas por Dios ni existen en estado natural, sino que deben únicamente su figura a la imaginación y a la mano del hombre, así reza al menos la versión en español realizada por Carlos Gerhard, la cual constituye una sabia y cuajada muestra de cómo debe traducirse una obra académica del alemán, quizá sólo con transliteraciones dudosas en algunos nombres propios griegos, indios, árabes, chinos y persas.

En esta versión en español se suprime el subtítulo original de la obra, que era El mundo de los seres fantásticos, una forma de referirse a estas entidades conocidas también como monstruos o figuras mixtas. La palabra monstruo tiene acaso connotaciones desagradables que rozan la noción de seres naturales que presentan deformidades. Mode rechaza la hipótesis naturalista del posible origen teratológico de las figuras mixtas, restringiendo éstas a lo que él llama sociedades de clases que, con mayor propiedad, es posible caracterizar como civilizaciones. Igual que Arnold J. Toynbee, el erudito germano excluye a la raza negra como forjadora de tales macroestructuras culturales, reservándose el derecho de no comprender en su análisis las civilizaciones de la América india por considerar que las diversas representaciones gráficas de figuras portentosas son más bien seres humanos ataviados con pieles de animales o una combinación exótica de animales.

Este enfoque más restringido y excluyente, propio de un arqueólogo clásico y un orientalista, se concentra en Occidente, el Medio y el Lejano Oriente, dejando de lado la fantasía de los pueblos africanos, americanos y de Oceanía. Heinz Mode divide en cinco grupos los seres fantásticos: el primero es el del hombre-animal con demonios, ángeles, sátiros, silenos, minotauros, deidades del panteón egipcio y los llamados hombres-animales sumerios; el segundo, el del animal-hombre, comprendería centauros, esfinges, harpías (arpías), sirenas, tritones, nagas de cuerpos de serpiente y kinnaras (kinaras) en forma de ave; el tercero, el de los animales mixtos, abarca grifos, dragones, pegasos; el cuarto presenta seres mixtos con ligeras variaciones como unicornios, cíclopes, trogloditas, enanos, gigantes, deidades del panteón hindú con varios brazos y cabezas –aquí tendrían su origen combinaciones heráldicas procedentes de los antiguos sellos mesopotámicos–; el quinto es la personificación de entidades naturales como los hombres-agua, hombres-árbol, hombres-montaña o bien artefactos culturales como espadas, barcos y puertas.


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Ricardo Yánez


La semilla desnuda, poesía viva de México,
Porfirio García Trejo, Santos Velázquez y Kuitlauak Macías,
Ediciones Poetas en Construcción,
México, 2010.

El tiempo es cruel. Tres de los noventa autores reunidos (cada uno con un poema) en este libro ya no están entre nosotros, Alí Chumacero, Carlos Montemayor (a quienes se dedica el volumen) y Norma Bazúa.

Ordenada alfabéticamente, la antología recoge textos de Raúl Aceves a Lina Zerón (curioso, aunque intrascendente, resulta que los antologadores no sigan el mismo criterio para firmar el libro). Y considera a poetas nacidos desde la segunda hasta la última década del pasado siglo.

Aceves, poeta que merece mucho más difusión de la que entendemos tiene, se pregunta, en un poema desde luego más extenso: “¿Alguien tendría la amabilidad/ de cortarse mis uñas, de lavarse mis dientes/ asomarse a verme en el espejo/ contar los pelos que le quedan a mi calva/ y después masticar mi desayuno?” Zerón por su parte confía: “maduraron los higos y a la vida cayeron/ y se olvidaron de este árbol/ y desnudas quedaron mis ramas”.

Contra la crueldad del tiempo los compiladores tienen un argumento, válido por supuesto: “Dicen que en cuestiones de poesía todos los autores, incluyendo aquellos que han desaparecido físicamente, están vivos y son perenemente jóvenes.”

Martha Rodríguez Mega es joven no sólo en sus palabras, sino en edad (Ciudad de México, 1991). Veamos, de su poema “Exilio”, las estrofas inicial y final: “Mi madre fue arrancada/ del vientre inquieto/ de Buenos Aires./ La madre de mi madre/ quemó las fotos de su hija./ Terror./ Silencio./ Quemó las fotos de su hija.” “Al caminar,/ a veces,/ me muerden los pies/ sus desaparecidos,/ me golpean las costillas / las palabras que no la guardan,/ todos los nombres secos,/ los dioses armados/ que la abandonaron.”

Reconocen los autores, por lo demás incluidos en la selección, que hogaño “cualquiera se siente rebasado y aturdido” por la producción poética en el país, y asimismo que es “imposible pretender una muestra que la represente en su totalidad”. De cualquier manera, lo que miran como importante es su trabajo de difusión, por lo cual, dicen, no incurren en desánimo.

Destacan el Distrito Federal, Chiapas, Jalisco y Michoacán como puntos de mayor entusiasmo y logros líricos dentro de nuestra geografía (cabría, a mi ver, por lo menos agregar Nuevo León, más precisamente la ciudad de Monterrey, pero bueno, yo no hice sus lecturas, a las que ellos, con justa razón, se remiten o atienen).

Una de las más atendibles anotaciones del prólogo es la que nos aclara que “la mayor frescura del libro no vino siempre de los jóvenes”, pues “está visto que, en cuestiones de creatividad, la experiencia es una juventud poética que no se pierde, pero que además, madura lentamente”.

Seguramente, el mezclar nombres conocidísimos con otros moderadamente conocidos y otros no tanto hace de esta antología una especie de fiesta o de manifestación poética en la que el lector encontrará, encuentra, una (ya que, claro está, no toda la) diversidad de voces, frecuencias, tonalidades, tendencias de la poesía mexicana actual.