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Ver día anteriorMartes 9 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sobre candidaturas ciudadanas
L

as candidaturas ciudadanas a puestos de elección popular son un reclamo cada vez mayor de la sociedad, digan lo que digan los que se oponen a ellas. Y, a propósito de esto, el buen amigo Rodríguez Araujo escribió hace algunas semanas y hace unos días comentarios sobre su posición de rechazo a esta posibilidad, señalando diversos riesgos que esto conlleva. Para empezar, me gustaría mencionar que, a mi juicio, es mucho más riesgoso seguir con la misma estrategia presente, ya que la representación sólo a través de partidos está agotada, pues con ese mecanismo sólo se ha logrado que se reciclen los mismos representantes incompetentes y corruptos que en el fondo no representan a nadie, o más bien, sólo representan sus intereses. El pasado mes de marzo, Rodríguez Araujo escribió que los que nos pronunciamos en favor de las candidaturas ciudadanas implícitamente solicitamos la desaparición de los partidos, lo cual es falso; que los miembros de los partidos son ciudadanos con la misma calidad legal y ética que los de a pie, lo cual es bastante discutible; que las torpezas o errores de los partidos se deben a un asunto de buenos y malos, a las barbaridades de sus dirigentes y a la complacencia de su militancia (que más bien está comprada), en lo cual estoy de acuerdo y por eso hay que oxigenar a la clase política, abriendo espacios a otros tipos de candidatos. También señala que el que milita en un partido sabe más de política que el simple ciudadano, que los que nos pronunciamos por candidaturas ciudadanas tenemos una noción muy irreal de la sociedad y de la ciudadanía; ambos puntos contienen verdades a medias y son argumentos sofistas. Por último, como ejemplo, dice que él no quiere a su primo Juan de candidato porque es ignorante, con cuya evaluación hace extensiva la idea de que toda la población es como su primo Juan. Quizás si le pudiera recomendar que no sea malo y eduque a su primo Juan.

Por lo pronto, en su más reciente reflexión muestra coincidencias afortunadas con nuestra argumentación al pronunciarse a favor del derecho a votar y ser votado, y al reconocer la existencia de perversidades e inequidades en el actual sistema de partidos. Además dice que la independencia como tal no existe y nos ofrece una argumentación por demás sesuda. Empero, y sin entrar en mayores circunloquios, nos queda claro que la independencia total no existe y que más bien el asunto a discusión son las candidaturas de ciudadanos sin filiación partidaria y con el derecho a ser postulados, con o sin apoyo de algún partido, sin el monopolio de ningún organismo para figurar en las listas de elegibles.

Una vez establecido este punto, nuestro inteligente y agudo polemista argumenta el riesgo que tienen esas candidaturas, pues pueden ser sostenidas por comanditarios de oscuros procederes, sin visualizar que las críticas dirigidas a esas candidaturas perfectamente encajan a aquellos postulados por los partidos, como bien lo demostró la triste historia del narcodiputado y muchos más, que demuestran el cúmulo de intereses, las triquiñuelas y la ignorancia de muchos de nuestros honorables parlamentarios.

Por esto mismo, estará de acuerdo en que: 1) la Constitución de 1917 no otorgó a los partidos políticos el monopolio de las candidaturas, esto luego lo cocinó el PRI y lo sostienen entusiastamente los de la transición… electoral; 2) en las democracias modernas existe el derecho a las candidaturas ciudadanas, si acaso solamente se regulan y justo para evitar las influencias criminales, riesgo que también habría que reforzar para los candidatos de partidos; 3) afirmar que la inclinación por tales candidaturas significa en automático la desaparición de los partidos es tanto como afirmar que el derecho al aborto conlleva al infanticidio y el libertinaje, y 4) considerar que sólo entienden lo que sucede políticamente quienes no están en favor de las candidaturas en cuestión es una respuesta tan fundamentalista como afirmar que sólo los letrados o los propietarios tienen derecho a votar, o que a las mujeres habría que impedirles derechos políticos porque las dominaba el clero, como se afirmaba no hace muchos años.

Así pues, aplaudimos las coincidencias y nos inclinamos por simplificar la discusión y tener el arrojo de dar un paso adicional con la intención de refrescar y enriquecer la representación política. El candado a las perversiones resolvámoslo con la experiencia, pero no por ello neguemos derechos elementales ni desconozcamos el monopolio de los partidos ni el empobrecimiento de la clase política.

Sugiero que caminemos hacia delante, arriesgando por estrategias novedosas en nuestro país, en lugar de argumentar para impedirlo y quedarnos anclados en una realidad que nos tiene en un pozo sin salida. No impulsar candidaturas ciudadanas por los peligros que conlleva (que sí los hay) es tanto como decir mejor no salgo de mi casa, pues me pueden atropellar en la calle. Saludos a mi buen amigo Octavio.