Opinión
Ver día anteriorDomingo 7 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Santa Ana Chiautempan, ejemplo a seguir

En el DF, novilladas al garete

M

ientras el país espera la desaprobación de los legisladores en turno de la nefasta Ley de Seguridad Nacional que legitima un estado policiaco y vulnera las garantías individuales a cambio de que ahora sí nos protejan de la delincuencia organizada, ciudadanos más esclarecidos emprenden una renovada taurinización de sus comunidades, no a partir de contrataciones de relumbrón, sino del ofrecimiento de algo mucho más importante: el toro de lidia mexicano con edad, bravura y trapío.

Esto, que a los taurinos en general se les volvió ciencia, y a los aficionados pensantes parece olvidárseles a la hora de intentar que La Fiesta, en abstracto, sea reconocida por el Gobierno Federal y por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial de México, es la primera prueba que, hecha de nuevo realidad, deberá mostrarse en tan complicado intento, ya que una cosa es invocar una fiesta de toros sustentada en la tradición y otra, muy distinta, avalar la apoyada en la corrupción y en la negligencia.

Santa Ana Chiautempan, dinámica ciudad del estado de Tlaxcala, a sólo seis kilómetros de la capital de éste, con una rica tradición textilera, tanto industrial como artesanal, con hermosos tejidos y diseños en sarapes, jorongos, capas, cobijas y muchas otras prendas a unos precios increíbles que hacen obligado ir hasta allá, pues al visitante le esperan, además, el delicioso tlilmolli o mole prieto (típico de Santa Ana), barbacoa de carnero, conservas de capulín o tejocote y, faltaba más, el divino neutle (esta globalizada pero ignorante computadora insiste en poner Nestlé; sí, Chucha), pulmón o pulque.

Ángel Meneses Barbosa, entusiasta presidente municipal de Santa Ana Chiautempan, decidió que tras injustificables años sin celebrarse allí corridas de toros por voluntad de algún falso progresista, esa población debía volver a recuperar su taurinismo, y lo hizo convocando a aficionados serios de la localidad para confeccionar un cartel de lujo.

Cuatro bien criados toros cárdenos de la prestigiada ganadería de De Haro para los matadores Jerónimo y José Luis Angelino, en una por ahora plaza portátil para 3 mil espectadores. Y como ocurre siempre en estos casos, la importancia y la emoción del festejo residieron en la importancia y emoción del ganado y en la actitud y aptitudes de los alternantes. Menudo paquete para los que organicen la feria taurina de Tlaxcala.

Desde luego, unos toros recargaron más que otros en varas, o unos fueron más castigados, o unos llegaron con más calidad y recorrido a la muleta, u otros dejaron estar más a su aire a los toreros, pero el hecho es que la presencia y el comportamiento de aquellas reses contribuyeron a la torería de los diestros, al homenaje al arte de la lidia cuando por toriles salen toros auténticos, y a la incomparable emoción de un público que jamás acude a una plaza de toros a divertirse o a entretenerse a costa del encuentro sacrificial entre dos individuos.

José Luis Angelino se vio sobrado de sitio. Con templadas verónicas recibió a su primero, geniudo, al que cuajó un gran trasteo por la derecha, en tandas siempre muy bien rematadas y al que despachó de tres cuartos en lo alto, por lo que recibió una oreja muy seria. Y con su segundo, complicado, derrochó sentido de la colocación y de la distancia, hasta meterlo en la muleta.

Jerónimo, por su inspirada parte, tuvo detalles con el que abrió plaza, un torazo al que El niño del bar igualó soberbiamente, pero que se apagó pronto, y a su segundo le dio desmayados lances de la casa, lo metió con suaves doblones en la muleta y le ligó incopiables derechazos, dejando una entera que le valió merecida oreja.

En el Distrito Federal las novilladas se han vuelto sinónimo de falta de voluntad promotora, de bautizo con agua de lavadero, de siembra ociosa, cuando no costosa, sobre todo para los que torean. Con dinero, pero peleados, los promotores capitalinos nomás no logran establecer un circuito con novilleros que interesen al público. Uno, sin intención de armar buenos carteles; otro, negándole a los subalternos un inevitable pago por derechos de televisión, medio contraproducente si en lugar de emociones trasmite su caricatura.