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Ver día anteriorMiércoles 3 de agosto de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El juicio a Mubarak
N

o diremos su nombre. En el camino hacia el lugar del juicio –si es que en verdad se lleva a cabo– hay hileras de puestos de sandías, grandes batiqs de dura cáscara verde apiladas en rotos carros de madera: la fruta helada preferida para el iftar, la comida que cierra todos los días de fiesta en el Ramadán. En un extremo de cada carrito hay una sandía abierta por el sudoroso vendedor para mostrar el rico, jugoso y rojo interior. Pero, claro, lo que todo egipcio quiere ver es si el Maleq-el-Batiq –el rey de la sandía– de veras aparece este miércoles en su jaula dorada al final del camino.

Por lo regular los líderes árabes están perdidos cuando sus nombres se ven asociados a la popular fruta. Yasser Arafat fue el primer Maleq-el-Batiq, en 1982, después que un oficial israelí advirtió que los terroristas palestinos metían explosivos en las sandías. Pero hoy es el único día en que el hombre que podría estar en la jaula –con o sin sus hijos Gamal y Alaá y un ex ministro del Interior, y uno o dos duques más– no necesite un nombre.

La jaula, por supuesto, no es de oro, sino de hierro negro. Tan nueva, dicen, que huele a pintura fresca. Las 600 almas que serán permitidas en la sala del tribunal: los abogados, claro, y buen número de víctimas de la revolución, de cuando el Rey de las Sandías intentaba aferrarse al poder, así como los acostumbrados titanes del periodismo mundial– expresarán algo parecido a una ira religiosa si el anciano no es exhibido en ella. Muchos han sido los procesados –sobre todo islamitas– que han proferido a voces su desafío desde esas jaulas, invento especial del hombre supuestamente será sometido este miércoles a proceso por corrupción y por el asesinato de revolucionarios en las calles.

Yo solía presenciar aquellos primeros juicios, en los que hombres barbudos enjaulados juraban sacrificar la vida de sus mujeres e hijos por la sharia. Eran unos infelices valientes que inspiraban lástima, y la mayoría de aquellos con los que pude hablar fueron colgados con orden firmada por el Rey de las Sandías.

En el cuartel de la policía –complejo de 10 kilómetros cuadrados de arena y edificios en los que se encierra el calor, donde se supone que tendrá lugar el juicio–, un gigantesco letrero con las letras mal alineadas –como el de Hollywood arriba de Los Ángeles– reza Academia de Policía. Sólo cuando se mira a la entrada se percibe, muy borroso, el letrero original: M-u-b-a-r-a-k, retirado con delicadeza del muro.

Afuera, un rimero de técnicos prepara al parecer una pantalla gigante para los que no puedan entrar. También hay dos o tres kilómetros de alambre de púas enrollado, tan nuevo que refulge como el hielo en los calientes muros. Tengo que estar en la puerta 8 a las seis de la mañana, oh lector, pero tengo mis dudas. No hay helicópteros ni retenes militares; sólo una batería de misiles antiaéreos duerme entre las dunas de arena, como ha hecho durante semanas. Los únicos soldados que vi acosaban a los últimos cientos de manifestantes en la plaza Tahrir. Uno estaba en lo alto del parlamento, haciendo dar vueltas un garrote de madera en su mano derecha. No era un buen signo.

Sí, los teléfonos entre la tierra del profeta y la tierra de los faraones estaban obviamente más calientes que al mediodía del martes, el primero –ahora en la tierra de los sauditas– chapeado en oro, sin duda, y el segundo sostenido con ademán más sombrío en el cuartel del Supremo Consejo Militar en El Cairo, por tipos que en verdad preferirían encontrar una excusa para posponer todo este asunto hasta que el Rey de los Melones haya pasado a mejor vida. Eso provocaría algunos asentimientos de cabeza en los hombre de Riad. Y la jaula de hierro podría usarse para las sandías pequeñas: los hijos y los antiguos sátrapas.

Pero, ¿qué dirían los indignados y dolientes deudos si no tuvieran nada que consumir en el iftar? Una aparición del anciano podría al menos dar la apariencia de que hubo una revolución… ¿o acaso hay cosas más importantes estos días?

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya