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Alivio en Washington

El plan de rescate es la receta de disminuir aún más el sistema de bienestar social

El drama se reduce a una solución neoliberal
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Al conocerse el acuerdo en el Congreso de EU para aumentar el techo de endeudamiento, el dólar repuntó luego de las caídas de días pasadosFoto Reuters
Corresponsal
Periódico La Jornada
Lunes 1º de agosto de 2011, p. 21

Nueva York, 31 de julio. La gran disputa política sobre la deuda y el déficit presupuestario de las semanas recientes en Washington oculta algo sorprendente detrás del humo de discordia, ataques retóricos entre y dentro de los dos partidos y tanta atención sobre la polarización política: existe entre las cúpulas políticas un consenso que está a la derecha de la opinión pública.

Por ello, desde hace días, los expertos y analistas confiaban en que los adultos de Washington lograrían poner fin a esta crisis fabricada (Estados Unidos no está a punto de entrar en bancarrota, aún es el país más rico del mundo y obviamente tiene los recursos para pagar las operaciones de su gobierno).

Desde hace más de una semana, líderes demócratas y republicanos han indicado que no hay mucha diferencia entre sus propuestas, y que un acuerdo está al alcance. Todas estas iniciativas incluyen severos recortes a programas sociales y muy pocos recursos, si acaso, a medidas para incrementar el ingreso (a través de impuestos a los más ricos, por ejemplo).

Algunos sugieren que la mejor manera de caracterizar esta coyuntura es con la broma de que sí hay una luz al final del túnel, pero es la de un tren que viene para aplastarnos a todos.

Washington es disfuncional, fue el coro entre observadores, ciudadanos y hasta los mismos políticos que estaban en medio de la disputa que captó la atención mundial al prolongarse el debate para elevar el techo de la deuda federal hasta las últimas horas.

Sin embargo, detrás del escenario se estaba negociando algo más que el techo de la deuda. Las cúpulas de ambos partidos elaboran un acuerdo que en esencia es la receta neoliberal de reducir aún más el sistema de bienestar social a cambio de satisfacer las demandas de Wall Street y los dueños del crédito mundial. O sea, mayor austeridad a nombre de algo llamado responsabilidad fiscal.

Cuando uno de cada seis estadunidenses está desempleado, hay mayor pobreza, la crisis hipotecaria no tiene solución y nuevas estadísticas oficiales destacan que la gran recesión de 2007 a 2009 fue más profunda y amplia de lo sospechado, y la recuperación actual más frágil de lo pensado, prominentes economistas como los premios Nobel Paul Krugman y Joseph Stiglitz advierten que las recetas propuestas por la cúpula política para abordar el asunto de la deuda y el déficit sólo empeorarán la situación. El empleo y estímulo económico, argumentan, es la clave, no el déficit, en coyunturas como ésta.

Pero Barack Obama y los republicanos han definido el déficit como el punto central del momento. La desaparición del desempleo en el discurso de la élite política y su sustitución por el pánico del déficit es verdaderamente notable, afirma Krugman en su columna del New York Times. Esto, señala, no es compartido por el sentimiento público; encuestas recientes, como una de CBS News/New York Times, registran que las mayorías identifican la economía y empleo como las supremas prioridades; el déficit sólo es mencionado por un 7 por ciento.

El consenso de la cúpula política (de ambos partidos) en Washington es que cualquier acuerdo debe centrarse en mayor austeridad, o sea reducciones en el gasto público, muy parecido a lo que se está aplicando en Europa. Para aquellos que conocen la historia de los años 30, esto es muy familiar, advierte Krugman, y señala que si fracasan las negociaciones sobre la deuda se puede repetir lo de 1931, con el colapso del sistema bancario que profundizó la gran depresión. Pero, si las negociaciones son exitosas, estaremos listos para repetir el gran error de 1937: el giro prematuro a la contracción fiscal que descarriló la recuperación económica y aseguró que la recesión durara hasta que la Segunda Guerra Mundial finalmente ofreció el impulso que necesitaba la economía.

Stiglitz, en los meses recientes, ha subrayado que lo más importante para abordar el déficit presupuestario es la generación del empleo y el crecimiento económico. “Si uno está gastando fondos para inversiones que incrementan la productividad de la economía –infraestructura, tecnología, educación–, eso tiene dos efectos: impulsa el crecimiento económico hoy, pone a la gente a trabajar, pero también incrementa el potencial futuro de la producción económica… eso implica más ingreso de impuestos…. Hay que invertir en el futuro y hacer crecer la economía hoy”, señaló a National Public Radio.

Robert Reich, ex secretario de Trabajo de Bill Clinton y profesor de políticas públicas en la Universidad de California, recuerda que el déficit presupuestario no tiene ninguna relación económica con el límite de deuda. Los republicanos han vinculado las dos cosas y el gobierno de Obama ha jugado ahí, y acusó que los republicanos están usando una votación técnica de rutina sobre el techo de la deuda como manera para tomar como rehén a la nación con su objetivo político de reducir el tamaño de gobierno federal.

Subrayó: “en realidad estamos en una crisis de ‘empleo y crecimiento’, no una crisis del presupuesto. Y la mejor manera de generar empleo y crecimiento es que el gobierno gaste más ahora mismo, no menos”.

Hasta el New York Times está sorprendido y alarmado. En su editorial de este domingo afirmó: dejaremos a los historiadores que expliquen cómo ambos partidos políticos, y muchos estadunidenses, se convencieron de que la austeridad es el camino a la recuperación. Agregó que la situación económica actual requiere de asistencia del gobierno, pero está ocurriendo lo opuesto, y agrega: con una economía débil y tasas de interés bajas, la austeridad no tiene sentido.

Las nuevas estadísticas del gobierno dadas a conocer la semana pasada registraron que la gran recesión fue más grande de lo pensado, y que la recuperación ha sido más anémica de lo reportado inicialmente. También informan que las empresas tuvieron más ganancias, mientras a los trabajadores les fue aún peor.

Las utilidades antes de impuestos de las empresas se incrementaron 264.9 mil millones de dólares a lo largo de los pasados tres años: las más prosperas fueron las del sector financiero.

A la vez, el ingreso personal promedio ajustado por inflación sólo se incrementó 0.6 por ciento entre 2008 y 2010, la mitad de lo antes calculado. Por cierto, el ingreso personal promedio se desplomó 2.3 por ciento en 2009 (se había calculado anteriormente que se había incrementado 0.6 por ciento): fue la primera vez que disminuyó desde 1974 y el desplome más grave desde 1947, informó la agencia Bloomberg.

Los ricos se están haciendo más ricos. Su tasa de impuesto efectivo, en años recientes, se ha reducido al punto más bajo en la historia moderna. De hecho, enfermeras, maestros y bomberos pagan una tasa más alta que algunos multimillonarios, escribió el senador Bernie Sanders en el Wall Street Journal, donde criticó a los republicanos por defender los intereses de los más ricos, y también la decisión de Obama y otros líderes demócratas de proceder en la misma dirección con sus propuestas de recortes para los más necesitados, todo opuesto a la opinión pública mayoritaria.

“En otras palabras, el Congreso está en un camino de hacer justo lo que el pueblo estadunidense no quiere… No es sorprendente, por ello, que el pueblo estadunidense esté tan furioso con lo que pasa en Washington. Yo también.”

Todo esto es producto de lo que Stiglitz llama un sistema del uno por ciento por el uno por ciento y para el uno por ciento, o sea, un sistema político y económico dominado por la capa más rica.

Señala que ese uno por ciento capta ahora casi una cuarta parte del ingreso nacional, y controla 40 por ciento de la riqueza, y los de en medio han visto nulo crecimiento. Todo el crecimiento económico en décadas recientes se ha concentrado en el segmento más rico, resumió en Vanity Fair hace un par de meses. Eso, dice, implica que ejerce un enorme poder sobre la toma de decisiones en este país, y por ello no sorprenden las propuestas de política económica que se están promoviendo en Washington.

Ahí viene el tren.