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Pasajeros del tiempo
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Jake Gyllenhall en una escena de 8 minutos antes de morir
T

al es el dominio del cine hollywoodense en la cartelera, sobre todo en esta época, que uno tiende a discriminar en bloque. Pero si se busca con cuidado, puede encontrarse algo que no sea necesariamente adaptado de un cómic –o de un parque de diversiones o de un juguete– o animado en 3D. Ése es el caso de 8 minutos antes de morir, cuyo director, Duncan Jones, es un crédito a favor.

Como se sabe, Jones es el primogénito de David Bowie (al nacer, el roquero llevó el nombre de Zowie Bowie), y su debut en el cine fue prueba suficiente de que Ziggy Stardust no procreó en vano. Luna: 1095 días (2009) fue un ejercicio en ciencia-ficción pensante, obviamente influido por 2001: odisea del espacio. En su segundo largometraje, el cineasta ha aumentado un poco su presupuesto y también sus ambiciones.

8 minutos antes de morir parte de una premisa mucho más elaborada, aunque igualmente protagonizada por un hombre aislado, bajo los efectos de una profunda desorientación. Según se va desarrollando la trama, nos enteramos de que el capitán Colter Stevens (Jake Gyllenhaal), piloto de helicóptero derribado en Afganistán, participa de manera involuntaria en un cerebral experimento. A través de algo denominado código fuente, su conciencia ha sido introducida al cuerpo del pasajero de un tren a punto de explotar por una bomba terrorista. Su misión, controlada por la también militar Goodwin (Vera Farmiga), será la de aprovechar ese mismo lapso –8 minutos, claro– para descubrir al terrorista responsable y desactivar la bomba, aunque para ello deba morir varias veces.

Entonces la intriga se resuelve a lo largo de los repetidos intentos de Stevens por conseguir su propósito. Si bien las acciones se refrendan en el mismo orden, no ocurren de manera inevitable, sino que el héroe es capaz de transformar su secuencia. Obviamente estamos ante un proyecto conceptual que funciona artificialmente bajo una mezcla de influencias. Uno apostaría que el guionista Ben Ripley es un ávido lector de Phillip K. Dick, si bien la película también denota sus fuentes cinematográficas. La estructura es la misma de Hechizo del tiempo (Harold Ramis, 1993) en versión thriller, el elemento de que, a través de la computadora, la conciencia de un individuo utilice otro cuerpo como vehículo deriva de Avatar (James Cameron, 2009) y la idea de que una misión se cumpla en una realidad alternativa, sujeta a una acción mental, la asocia con El origen (Christopher Nolan, 2010).

Con maña, Jones establece su premisa y sus acciones con tal destreza que uno no tiene tiempo para reparar en su improbabilidad. Unas cuantas frases –física cuántica, cálculos parabólicos, reasignación del tiempo– son suficientes para justificar lo científico del experimento, mientras la economía visual del realizador se encarga de hacer verosímil la modesta tecnología que ha sido necesaria para llevarlo a cabo.

Ya puestos a pensar en retrospectiva, 8 minutos antes de morir está repleto de hoyos de incoherencia y violaciones a sus propio concepto. Sobre todo el final –dividido en varias secuencias que parecen finales– se antoja improcedente y fuera de toda lógica. Sin embargo, hay algo en la sensible actuación de Gyllenhaal y en la forma como Jones desarrolla la posible relación amorosa con una chica llamada Christina (Michelle Monaghan), que mueve al espectador a creer en ese desenlace, ocurrido en su propios tiempo y espacio. En esos momentos, la película aspira a ser algo más que un mero gimmick narrativo. Casi lo logra.

8 minutos antes de morir

(Source Code)

D: Duncan Jones/ G: Ben Ripley/ F. en C: Don Burgess/ M: Chris Bacon/ Ed: Paul Hirsch/ I: Jake Gyllenhall, Michelle Monaghan, Vera Farmiga, Jeffrey Wright, Michael Arden/ P: Vendôme Pictures, Yhe Mark Gordon Company. EU-Canadá, 2011.