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Solovki power
C

on mano de hierro conduciremos a la Humanidad hasta la felicidad. Esta consigna brutalmente irónica presidía, según recuerda Alexander Solyenitzin (El archipiélago Gulag), la entrada al campo de concentración soviético instalado en la isla mayor de Solovetski, en el conjunto de seis islas conocido como Solovki, ubicado en el mar Blanco al extremo norte de Rusia, a cien millas del océano Ártico. En este lugar fallecieron por inanición, congelamiento, torturas y ejecuciones sumarias alrededor de 15 mil prisioneros considerados enemigos de clase del Estado soviético, miembros de la vieja nobleza y de la intelectualidad burguesa, acompañados de decenas de miles de campesinos y obreros acusados de infracciones leves que oficialmente habrían de ser de nuevo educados para una venturosa reinserción en el radiante porvenir estalinista.

Solovki power (1987), estupendo trabajo de la camarógrafa y realizadora moscovita Marina Goldovskaya, es el primer documental que relata los 16 años de historia de este primer campo de detención y trabajos forzados, instalado en 1923, a seis años del triunfo de la revolución bolchevique, en el mismo territorio donde desde el siglo XV había sido erigido un gran monasterio ortodoxo. El procedimiento de la directora es interesante. Primeramente recupera imágenes de archivo que incluyen extractos del documental propagandístico Solovki, filmado en 1928, que describe las condiciones excelentes que supuestamente privan en el centro de reducación: actividades culturales, diario local, impecables instalaciones sanitarias y un trato humanitario a los detenidos en proceso de reinserción social. El documento incluye la visita del escritor Máximo Gorki, a quien se le muestra un campo previamente acondicionado como laboratorio y microcosmos de la futura bonanza proletaria, para que luego presente a la prensa local y extranjera este sistema de reclusión colectiva como gran logro del régimen soviético.

La realidad era diametralmente opuesta, como detallan los testimonios de varios sobrevivientes del gulag Solovki a los que entrevista Goldoskaya, quienes hablan de las estrategias de humillación sicológica y las prácticas de tortura sofisticada de que fueron víctimas, entre ellas la exposición repetida de sus cuerpos desnudos y maniatados al ataque de nubes de mosquitos, o las faenas laborales absurdas encaminadas no a la productividad sino a un planificado desgaste anímico. Solovki fue el modelo a partir del cual se multiplicarían los campos de concentración soviéticos, de la región báltica hasta los confines de Siberia, y desde los primeros años de la revolución hasta la muerte de Stalin, en 1953. La cuantificación es imprecisa, habiendo puesto siempre los historiadores énfasis mayor en la dinámica de exterminio del nazismo. Cabe señalar sin embargo que algunos analistas sí aportan datos comparativos: Si el terror de la revolución francesa arrojó un saldo de 30 mil muertes, y si el llamado terror rojo implantado durante la guerra civil rusa bajo el gobierno de Lenin totalizó 150 mil víctimas, en tan sólo dos años de purgas estalinistas, de 1936 a 1938, la cifra de ejecuciones alcanzó varias centenas de miles, sin contar las personas recluidas en los campos de concentración (Jean Ellenstein, Historia del fenómeno estalinista, 1975).

Una mística revolucionaria difuminaría por años esa aritmética atroz, y el silencio de muchos intelectuales, compañeros de ruta, ensombrecería aún más el panorama. La bruma del autoengaño cubriría incluso la siniestra realidad de las UMAP (Unidades de Ayuda Militar a la Producción) en la Cuba de los años 60. El cambio vendría lentamente: luego del breve intento de autocrítica en la era Krushchev y de un proceso de desestalinización aparente, habrá que esperar hasta el gobierno de Gorbachov y su política de la Glasnost y la Perestroika, para que la realidad del terror estalinista y sus purgas masivas quedaran finalmente expuesta. El trabajo de Marina Goldovskaya, autora de un número considerable de documentales críticos, representa una contribución inestimable al proceso de revisión y de transparencia histórica emprendido por el nuevo cine ruso desde finales de los años 80. Sus documentales más recientes ofrecen un panorama crítico de los cambios sociales, de las realidades complejas y las ilusiones contrariadas que hoy viven sus compatriotas. A la coherencia moral de esa revisión histórica, Marina Goldovskaya añade su propia perspicacia e ironía, la agilidad en sus entrevistas, la variedad de puntos de vista, excelentes pistas sonoras, una inteligente recuperación del material de archivo y un notable trabajo en la edición de las imágenes.

Solovki power se exhibe hoy en la sala 4 de la Cineteca Nacional, como parte de una retrospectiva de nueve documentales de la directora.