Opinión
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Puebla de los Ángeles
C

on ese nombre se fundó, en 1531, la ciudad de Puebla. Una leyenda cuenta que los ángeles dirigieron al obispo Julián Garcés en la selección de la ubicación de la ciudad. Son tantos sus tesoros arquitectónicos y gastronómicos que se puede pensar que esos alados seres celestiales extendieron a ambos terrenos su influencia.

En una reciente visita para participar en la Reunión Nacional de la Red de Estudios de Espacios y Cultura Funerarios, tuvimos oportunidad de recrearnos con algunos de sus notables monumentos y degustar una parte de sus excelencias culinarias, ya que agotarlos en su totalidad nos llevaría varios días, quizá semanas.

El acto que organizó la red, que dirigen la arquitecta Margarita Martínez y la Universidad Autónoma de Puebla, representada por María Elena Stefanón y Cristina Valerdi, se celebró en la Aduana Vieja. Es uno de los valiosos inmuebles antiguos que ha venido rescatando la institución en las décadas recientes.

La rectoría ocupa un edificio notable, que como turista poco se visita: El Carolino. Fue fundado en 1578 e inicialmente se llamó Colegio del Espíritu Santo y su administración estuvo a cargo de los padres jesuitas. Tras su expulsión en 1765 y su retorno en 1819, reorganizaron la institución, llamándola Real Colegio Carolino.

El edificio abarca toda una cuadra; el exterior es sobrio, con puertas adinteladas y balcones. El interior es impresionante, cuenta con tres grandes patios, numerosas bóvedas y cúpulas, principalmente en el nivel superior. La monumentalidad de la escalera principal es propia de un palacio, los pasillos son de gran amplitud y la decoración es austera, hasta que se llega al Salón Barroco. El techo de la amplia bóveda esta recubierto con la mampostería más elaborada y profusa que haya visto en ningún lugar. Con decirles que fragmentos de lazos emergen de la superficie y cuelgan sobre el salón. Después de recobrar el aliento, la bella sillería de madera labrada del Paraninfo relaja el espíritu alborotado. Otro espacio relevante es la biblioteca La Fragua, que lleva el nombre de su donador, José María Lafragua. El prominente liberal nacido en Puebla, en 1813, estudió en el Colegio Carolino, por lo que a su muerte les legó parte de su rica biblioteca, que se unió a las de los colegios religiosos que se secularizaron.

Adjunto al Carolino se encuentra la iglesia de la Compañía, que era parte del colegio jesuita. Tiene una curiosa arquitectura que combina la cantera y la argamasa. La fachada consta de dos cuerpos; el primero está elaborado en cantera gris pizarra; en el segundo, los relieves ornamentales son de argamasa pintada de blanco y su garigoleada elaboración da la apariencia de un albo encaje. En el interior destaca el altar mayor en el cual se aloja una escultura del Sagrado Corazón de Jesús, el retablo de mármol y justo atrás se encuentran los 12 apóstoles elaborados en cantera. Aquí se encuentra la sepultura de Catarina de San Juan, mejor conocida como la China Poblana.

Tras este disfrute de la prodigiosa arquitectura nos fuimos al gastronómico. Las opciones son múltiples, así es que optamos por ir a la Casa de Los Muñecos, una de las más bellas, con su fachada de ladrillo que muestra figuras grotescas tamaño natural, realizadas en la famosa talavera poblana. La extraordinaria mansión barroca alberga dos casas en su interior, una es el museo universitario y la otra es un restaurante que ofrece las ricuras locales y algo más: chalupitas, chiles en nogada en la temporada, recuerden que aquí nacieron; gusanos de maguey y buen mole. Para no extrañarlo en la ciudad de México, mi querida lectora doña Conchita Carrillo, me mandó su inigualable mole con su nieta Lourdes y el bisnieto Iván.

Para el postre fuimos a la calle 6 oriente en donde están las dulcerías; locura total: tortitas de Santa Clara, camotes, muéganos, polvorones, jamoncillo, mazapanes, gaznates, macarrones y ahí le paro porque se acabó el espacio.