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Economía Moral

Fin de la sociedad centrada en el trabajo pagado y visiones de futuro/ I

La automatización puede llevar a la degradación social o a la edad de oro

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obert Heilbroner (1919-2005) fue un economista con un gran significado para mí porque sus libros (entre ellos El problema económico, la formación de la sociedad económica y los filósofos mundanos), que me atrevo a llamar clásicos, fueron centrales cuando diseñé e impartí un curso de introducción a la economía (para tres semestres) en el ITAM entre 1969 y1971, que se separaba radicalmente del enfoque convencional de enseñanza de la economía, entrando a ésta por la historia económica y la del pensamiento económico, y no de la microeconomía y la macroeconomía ortodoxas. Heilbroner escribió el prólogo del best-seller de Jeremy Rifkin (El fin del trabajo). Ahí señala, entre otras cosas:

“Los economistas siempre se han sentido incómodos acerca de lo que la maquinaria hace para y a nosotros. Por una parte, las máquinas son la corporización misma de la inversión que impulsa la economía capitalista. Por otra parte, la mayor parte de las veces cuando entra una máquina sale uno o muchos trabajadores. En 1819 el famoso economista David Ricardo escribió que el monto de empleo en una economía no importaba mientras la renta y las ganancias, de donde salía la nueva inversión, no disminuyeran. A ello Simonde de Sismondi le respondió que entonces no habría otra cosa que desear que el rey, permaneciendo solo en una isla, moviendo una manivela constantemente, pudiera producir, a través de autómatas, todo el producto de Inglaterra. El libro abridor-de-mentes de Rifkin es acerca de un mundo en el cual las corporaciones han tomado el lugar de los reyes, y dan vueltas a manivelas que ponen en marcha autómatas mecánicos, eléctricos y electrónicos que proveen los bienes y servicios de la nación”.1

En su breve prólogo, Heilbroner recuerda cómo los desarrollos tecnológicos redujeron, primero, la proporción de la fuerza de trabajo en Estados Unidos de 75 por ciento a mediados del siglo XIX a sólo 3 por ciento a finales del siglo XX; mientras tanto creció el empleo en el sector industrial que llegó a su máximo (35 por ciento de la fuerza da trabajo en los años 60), pero entre 1960 y 1990 el producto de bienes manufacturados continuó creciendo pero el número de empleos requeridos para tal producción se redujo a la mitad, y añade que estamos llegando al final del drama. Que mientras crecía y después se reducía el empleo industrial, el tercer sector (servicios) ofrecía crecientes posibilidades de empleo. Este tercer sector habría pasado de 3 millones de trabajadores en 1870 a 90 millones a finales del siglo XX. Así, el sector servicios salvó a la economía de lo que hubiese sido un desempleo devastador. Pero añade que, al igual que en la industria, en los servicios los empleos que la tecnología creaba con una mano los destruía con la otra. Este sector, añade, creció sobre las espaldas de la máquina de escribir y del teléfono, se redujo con el impacto de la fotocopiadora y de las compras por catálogo, pero fue, concluye, la computadora la que lleva el drama a su cierre, amenazando con llevar la corporación a la isla, mover la manivela mientras los autómatas producen. Heilbroner concluye:

“Ésta es la transformación histórica acerca de la cual escribe Jeremy Rifkin. Si está en lo correcto –y la amplitud y profundidad de su investigación sugieren con fuerza que sí está en lo correcto– estamos empujando la relación entre máquinas y trabajo más allá de los difíciles ajustes de los últimos 200 años [véase gráfica que muestra que, a pesar de la ‘recuperación económica’ en EU el desempleo casi no baja] hacia una nueva relación acerca de cuya configuración podemos decir muy poco, excepto que será marcadamente diferente de la del pasado”.

El fin del trabajo de Rifkin ha sido traducido a 16 idiomas y ha vendido millones de copias. Es uno de los trabajos importantes que examinaré en la serie de Economía Moral que hoy inicia. Rifkin, al igual que André Gorz, y que Radovan Richta, otros dos autores que examinaré en esta serie, reacciona ante la tendencia que consideran inevitable, contraponiendo sus potencialidades luminosas. En Luis J. Alvarez (coord.), Un mundo sin trabajo (editorial Dríada, México, 2003/2008), Rifkin (Tiempo libre para disfrutarlo o hacer filas de desempleados) alerta contra el uso de estadísticas de desempleo que excluyan de éste a quienes, víctimas del desaliento, dejan de buscar empleo, y a quienes están subempleados. Aclara que, cuando hablo del fin del trabajo, me refiero a la lenta disminución de trabajos de tiempo completo con todos sus beneficios y su remplazo por trabajos de medio tiempo y de trabajos a destajo. Discutiendo con quienes dicen que los empleos que se pierden en el primer mundo se crean en el tercero, señala que el trabajador más barato del mundo no será tan barato como la tecnología en línea que lo remplaza.Y añade que los textiles y la electrónica son los últimos dos mercados de trabajo barato responsables del crecimiento en el mundo en desarrollo. Pero los ingenieros alemanes han automatizado la costura y rápidamente nos dirigimos a la producción automatizada de componentes electrónicos. Y concluye:

“El siglo de la biotecnología, la fusión de la revolución de la información y las ciencias de la vida, va a terminar con el trabajo de masas. Ése es el momento antropológico en el que nos encontramos. Tenemos una revolución tecnológica que puede crear un renacimiento o una gran conmoción social. Podemos dar un salto hacia adelante para la generación de sus hijos o podemos tener años, décadas y generaciones de inestabilidad y disturbios.

Termino ilustrando las dos opciones de la encrucijada que anuncia Rifkin: la descomposición social o la edad de oro. La primera puede verse cuando André Gorz dice que algunos estrategas del desarrollo del capitalismo preconizan para el tercer mundo el desarrollo a rayas: no ya del país o de territorios, sino solamente de enclaves cuyo ingreso por habitante podrá llegar a ser 10 o 20 veces más alto que el de los habitantes del resto del país. El “desarrollo no deberá difundirse fuera de los enclaves, el capitalismo deberá amurallarse en ‘Estados ciudades’ y ‘villas privadas’, conducir sus ‘guerras privadas’ contra las poblaciones convertidas en nómadas y guerreras, tras la descomposición social”. (Miserias del presente, riqueza de lo posible, Paidós, Buenos Aires, 1998). La opción potencialmente luminosa se expresa en Marx (El Capital, Siglo XXI Editores, Vol.2, p. 497)2:

“Si todas las herramientas, soñaba Aristóteles, el más grande pensador de la Antigüedad, obedeciendo nuestras órdenes o presintiéndolas, pudieran ejecutar la tarea que les corresponde, al igual que los artefactos de Dédalo [inventor de la mitología griega], que se movían por sí mismos, o los trípodes de Hefesto [Dios del fuego y los herreros], que se dirigían por propia iniciativa al trabajo sagrado; si las lanzaderas tejieran por sí mismas [...], ni el maestro artesano necesitaría ayudantes ni el señor esclavos.” Y Antípatro, poeta griego, saludó la invención del molino hidráulico para la molienda del trigo, esa forma elemental de toda la maquinaria productiva, como liberadora de las esclavas y fundadora de la edad de oro. ¡Dejad reposar la mano que muele, oh molineras, y dormid plácidamente! ¡Que el gallo en vano os anuncie la aurora!

1 Jeremy Rifkin, The End of Work. The Decline of the Global Labor Force and the Dawn of the Post-Market Era (El fin del trabajo. El declive de la fuerza de trabajo global y el amanecer de la era pos-mercado), G. P. Putnam’s Books, Nueva York, 1996, p. xi. En español fue publicado por Paidós en 1996 con subtítulo diferente.

2 La existencia de esta cita y su localización en El Capital se las debo al prodigioso conocimiento de Luis Arizmendi (director de la excelente revista Mundo Siglo XXI) de la obra de Marx.