Opinión
Ver día anteriorMartes 21 de junio de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Ciudad Perdida

Los entresijos de la justicia

El caso nigeriano

Aplicación de la ley o simple notoriedad

E

l caso del nigeriano que falleció, entre otras causas, por los golpes que le asestaron un par de policías el 10 de mayo pasado, encierra una serie de incógnitas que no han sido despejadas, pero que no restan gravedad a la actuación policiaca ni al ejercicio de la justicia que, según se nos ha hecho saber, ya ha iniciado su quehacer en contra de los probables asesinos de Isaac Echinedu, nombre del extranjero muerto.

Decíamos, entonces, que el caso se ha ido complicando entre una serie de preguntas sin respuesta, o de mentiras, según se quiera ver, que tienen ahora al haitiano Wilmer Metelus en una huelga de hambre que busca, según ha dicho, justicia por la muerte del nigeriano.

Es indudable que en un principio el caso no fue prioritario para las autoridades capitalinas. Ni para la policía ni para la Procuraduría General de Justicia del DF, que días después del crimen dudaban de que los agentes policiacos hubieran cometido tal atrocidad; pero se abrió la investigación, se consignó a un par de policías, los que muy probablemente agredieron al nigeriano, y se siguen las indagaciones para no dejar cabos sueltos, asegura la representación social.

El asunto se ha complicado porque no hay razón aparente para la agresión. Los policías detenidos aseguran en sus declaraciones que no maltrataron al nigeriano y que sólo se trató de una revisión de rutina, a la que el hombre, ahora muerto, se resistió. Es decir, no había motivo para que los policías molestaran en su persona al originario de Nigeria, salvo que, según ellos, Isaac se hallara en estado de ebriedad.

Si es así, si el hombre no había quebrantado ninguna ley –el estado de ebriedad no resulta delito–, ¿por qué se le fueron encima los policías? No hay respuesta. Para Wilmer Metelus se trata de un acto de discriminación, pero lo más seguro es que los uniformados pretendían extorsionar al nigeriano.

Sea como fuere, es impensable que una revisión de rutina, como dicen los declarantes, se convierta en un crimen porque algún ciudadano sea tachado de sospechoso por un par de uniformados sin capacitación para entender que el hombre estuviera fuera de la ley. ¿Qué clase de rutina es ésa?

No obstante, y eso debe quedar claro, la presión que ejerció Metelus, nacido en Haití, fue importante para que las autoridades se hicieran cargo del asunto. Punto por punto se han ido cumpliendo cada uno de los requerimientos que para hacer justicia han presentado Liduvina Castillo, compañera de Isaac, y el propio Metelus.

Lo grave es que Metelus, en su afán quizá protagónico, ha falseado, según dicen las autoridades, algunos datos de su persona. Dijo que era profesor o alumno de la Universidad Autónoma Metropolitana, pero en esa casa de estudios nadie da razón de su trabajo; tampoco goza de apoyos personales que vayan más allá del interés de todos por que se haga justicia en el asunto.

Hay que decir, también, que la compañera de Isaac, Liduvina Castillo, que aunque no ha comprobado legalmente su relación con el nigeriano es evidente su vínculo, no ha pretendido, hasta el momento, ninguna indemnización por la muerte de su compañero que le permitiera sortear de mejor manera su situación económica precaria, y sólo exige justicia.

Los pasos que ha ido dando el procurador Miguel Ángel Mancera en ese sentido parecen ser los correctos. Ya hay, como se dijo, cuando menos un par de policías en la cárcel, y no hay carpetazo, la investigación sigue. Por eso tal vez, antes de iniciar una huelga de hambre que a todos lastima, el señor Metelus debería esperar un poco más a que las autoridades ofrezcan los resultados de sus indagatorias, y si eso no es suficiente, entonces sí habrá que hacer de todo, sin requerir apoyos inexistentes, para lograr la justicia, a menos que lo que se persiga en estos momentos sea únicamente notoriedad. Contra eso, ni la ley ni la justicia.

De pasadita

Ahora resulta que los chuchos ya no quieren ser chuchos, es decir, buscan reinventar la franquicia Nueva Izquierda, nombre con el que viajan legalmente en la vida política del país, para ver si engañan a alguien con esa supuesta refundación. Lo malo es que para mucha gente, aunque se vistan de gato, chuchos se quedan.