“Se escuchaban gritos y disparos;
era un caos todo eso”

Cuarenta años han transcurrido desde la tarde del 10 de junio de 1971, y los recuerdos de Guadalupe Galván Ortega todavía se agolpan con las imágenes de cuando, de manera repentina, se vio en medio de un grupo de jóvenes que huían despavoridos de un tanque militar que los perseguía y apuntaba amenazante con su largo cañón.

Era la tarde del jueves de Corpus Christi. Guadalupe regresaba de dar clases en una escuela primaria de Tacubaya. A pesar de haber egresado de la Escuela Normal de Maestros, siempre se mantuvo al margen de las protestas estudiantiles. Sin embargo, aquel día, sin quererlo, se fundió con el movimiento de protesta de jóvenes universitarios y politécnicos.

“Recuerdo que eran cerca de las seis de la tarde. Salía de la estación San Cosme del Metro rumbo a mi casa, en la calle Alfonso Herrera. Apenas me asomé y vi que sobre Ribera de San Cosme venía mucha gente corriendo y tanques detrás. Se escuchaban gritos, disparos, era un caos todo eso, y en la corretiza los muchachos se tropezaban entre sí.”

Entonces de 20 años de edad, la maestra no podía pasar desapercibida. Lo que militares, granaderos y los Halcones estaban cazando a esa hora eran jóvenes.


Granaderos formaron un cerco en las inmediaciones de la Escuela Normal de Maestros, antes de que comenzara la agresión contra los contingentes del Politécnico y la Universidad FOTO: Archivo personal de Paco Ignacio Taibo II

“Salgo de la estación y corro hacia Gabino Barreda, alcanzo a voltear y veo que también los tanques habían dado vuelta en la misma calle... empiezo a trotar, luego camino a paso rápido, tratando de disimular que no era estudiante, que no era parte del movimiento estudiantil; trataba de hacerme chiquita para que no me ubicaran, para que no me vieran, porque como eras joven eras un blanco perfecto. Los tanques seguían avanzando con sus ruedotas, con su ruido, eran dos o tres y movían el cañón hacia donde corría el grueso de jóvenes”.

Guadalupe es la mayor de tres hermanas, maestras todas, y fue la primera en conseguir trabajo en una primaria pública. Su padre –periodista– le había advertido de las consecuencias de sumarse a las protestas estudiantiles.

Nunca pensó acudir a la marcha que convocaron integrantes de la UNAM y del IPN para el jueves 10 de junio de 1971, pero los hechos en los que se vio envuelta le marcaron otra suerte.

“Tardé más de una hora en recorrer las dos calles que separan la estación San Cosme de mi casa. Me imaginaba que estaba en una película de policías y ladrones, porque me tenía que esconder en cada zaguán de los edificios que encontraba a los lados de la calle. Dejaba una puerta y tenía que salir corriendo hacia la siguiente; en ningún momento dejé de escuchar disparos.”

Recuerda un hecho que a no pocos manifestantes les salvó la vida: “algunos residentes de los departamentos decían a los jóvenes: ‘¡aquí, aquí métanse!’”, para librarlos de los balazos.

También, donde estaban medio abiertos los zaguanes, uno se metía y ahí aguantábamos. En mi caso me quedé en un inmueble un buen rato hasta que dejé de ver correr muchachos y pasar tanques. Cuando pensé que la cosa se había calmado pegué una carrera hasta la casa.

“Mis papás me esperaban angustiados en la puerta. ‘¡Qué barbaridad! ¡Mira cómo vienes! ¡Mira cómo estás! ¿Qué te pasó? ¿Qué te hicieron?’ Afortunadamente no me hicieron nada. Entonces no había celulares para decirles que estaba bien”.

Ya en casa, Guadalupe Galván relató lo que vivió en ese pequeño recorrido, que se le hizo una eternidad.

“Alcancé a ver camiones como de limpia, de basura, con gente uniformada de anaranjado que salió de ellos y traía palos… garrotes; otros venían en las tanquetas y perseguían a todos, y los muchachos, corre y corre, sólo atinaban a preguntar ¿qué pasa?”

Reflexiona sobre la sensación que la embargó aquella tarde de la agresión a los estudiantes: “como joven sientes coraje, no miedo, sino impotencia y rabia. Un día después –el viernes 11– en la zona se respiraba un aire como de frustración, de desesperación, de impotencia, y uno se preguntaba: ¿cómo el Ejército pudo haber agredido a los jóvenes que lucharon por sus ideales y que trataron de cambiar la mentalidad de políticos? Pero ya ves cómo somos los mexicanos, que nos vale todo y al otro día a seguir como si nada”.

A cuarenta años de los acontecimientos del 10 de junio de 1971, Guadalupe Galván Ortega concluye: “todas las ilusiones y los ideales de los jóvenes los truncaron en 1968 y en 1971; lo hicieron para evitar los motines y que la gente se subleve y diga a los políticos su precio.

“A la fecha todo es calladito, no puedes alzar la voz o protestar porque las mismas autoridades, si protestas contra la violencia, por ejemplo, les vale sorbete. Eso ha sido de toda la vida y en los mexicanos siempre la misma mentalidad: si yo me alebresto y me dan un estate quieto dices ya ni modo, ya valí, y seguimos en lo mismo, lo mismo, lo mismo. Por mucho que quieras pelear por tus ideales te cortan las alas, sea por las buenas o por las malas”.