“Estábamos en clase cuando de repente se escucharon disparos”

A sus escasos 10 años, la matanza de jóvenes en las inmediaciones de la Escuela Normal de Maestros (ENM) dejó honda huella en Mónica Sarabia Rodríguez. Primero fueron los disparos que estremecieron el salón donde recibía clases la tarde del 10 de junio de 1971, luego la imagen de un joven que en un portal se desangraba sin remedio ni atención.

Hoy Mónica es maestra jubilada, pero hace cuatro décadas formaba parte de un grupo reducido de alumnos de quinto grado de la escuela primaria Genoveva Cortés Balladares, anexa a la ENM, del turno vespertino.

“Estábamos esa tarde todos en clase. La profesora –me acuerdo– se llamaba Alicia. De repente se escucharon disparos en el exterior, muy continuos. La maestra nos dijo ‘vengan, acérquense’. Nos abrazó, nos protegió y así nos mantuvo durante un buen rato.”

La entrevista con Mónica se realiza al tiempo que se recorren las calles aledañas a la estación Normal del Metro, de manera que, 40 años después, vuelve a transitar, a paso lento, el tramo que aquel jueves recorrió a toda prisa.

El trayecto es sobre avenida de Los Maestros . “Por aquí salimos”, recuerda, mientras señala con el dedo índice la puerta lateral de la ENM.

El primero en entrar al salón aquel día –detalla mientras frena su andar– fue su hermano mayor, de 17 años, quien luego de pedir permiso para llevarse a Mónica la maestra le preguntó:

–¿Estás estudiando?

–Sí, en la prepa —respondió apresurado.

–Pues esconde tu credencial –le recomendó. Mónica tomó la mica que lo identificaba como universitario, la guardó en su mochila y salieron.

“La verdad es que cuando uno es niño no sabe qué está sucediendo, lo único que veía era violencia y oía disparos”. De la mano de su hermano alcanzaron la calle. “Vete agachada”, le dijo.

Avanza unos cuantos metros y se vuelve a detener. Observa el inmueble que está en la esquina de avenida de Los Maestros y Amado Nervo. “Ésa era la Escuela Normal Altamirano. Ahí trabajaba mi mamá, y el día que agredieron y mataron a los jóvenes tuvo la oportunidad de auxiliar a estudiantes que huían de las balas y los ayudaba a que no se desmayaran”.

La ruta continúa. Cruza Amado Nervo, se detiene media calle más adelante. Su habla es pausada. Recuerda con detalle: “por aquí nos venimos mi hermano y yo; nos veníamos protegiendo. Escuchábamos los disparos, el silbido de las balas que iban de un lado a otro”.

En el cruce de avenida de Los Maestros y Sor Juan Inés de la Cruz para totalmente y vuelve a señalar: “nosotros vivíamos en el número 245 de Sor Juan, allá, en aquel zagüán negro”.

Hasta ahí corrimos mi hermano y yo, remarca Mónica y pone énfasis: “me acuerdo que corría gente, había mucha movilización, era un alboroto, los chavos corrían de un lado para otro”.

Ya frente al número 245 evoca: “en la noche vi que había un estudiante en esa puerta negra, donde vivía Meche, en el número 241; se estaba desangrando. Estaba escondido porque lo habían golpeado”.

—¿Usted lo vio?

—Sí, lo vi desde la azotea y vimos cómo sangraba, estaba herido, sangraba de la cabeza. Ya no supimos si lo auxiliaron.

Hasta aquí llega esa parte de sus recuerdos. Luego ensalza la lucha de aquellos jóvenes, que contrasta con la actitud conformista de la juventud actual. “Hay problemas gravísimos y los jóvenes no se dan cuenta; viven en el facebook y en twitter. No digo que sea malo, pero por medio de esas redes podemos crecer, ser diferentes, reflexionar sobre lo que pasa en nuestro país. Son cosas muy serias, pero parece que no lo entienden”.