Aprender a pensar lo nuevo

El racismo a nivel continental (además de esa larga cadena suya de desprecios que determinó la sumisión social y política de los pueblos indios americanos durante cinco siglos) está afectado por un desdén, que llega a la negación total, del pensamiento indio a nivel filosófico, legal, analítico, teológico, metafísico si se quiere. Pero como bien sabemos, una cosa es negar a los indígenas y su matriz civilizatoria, y otra que no existan.

Sin atenerse a los parámetros del monopólico pensamiento occidental, que se las da de racional, los pueblos originarios de las Américas han tenido y tienen una concepción original del mundo y sus avatares. Y no se reduce a folclor, mitología, animismo o creencias en dialecto como quisieran las ideo­logías dominantes. Las comunidades de la América profunda poseen una estructura interna propia, hondamente vinculada a sus lenguas, a los espacios geográficos y biológicos que habitan y cuidan desde hace siglos, al los que un día sí y otro también defienden denodadamente, contra tantos obstáculos que hasta duele.

La sabiduría de estos pueblos, ancestral y moderna, ofrece en nuestro hemisferio respuestas plausibles e inteligentes para las desesperadas interrogantes del globo capitalista que se derrumba con todo y mundo.

El epicentro del nuevo pensamiento indio se localiza en los Andes: Perú, Ecuador, Bolivia, países donde el siglo XX conoció no sólo una consolidación identitaria realista como pueblos, sino también la construcción teórica y práctica de un pensamiento que tuvo su José Carlos Mariátegui y su José María Arguedas, y más tarde su Fausto Reinaga. Hoy florecen en esos países corrientes diferentes y poderosas de reflexión, y también de acción política, social, educativa, artística. Allí los pueblos cuentan con cuadros universitarios de todo tipo, dirigentes bragados, partidos, y sobre todo comunidades que ejercen la democracia y la autodeterminación ejemplarmente.

En un mundo amenazado en términos humanos e incluso físicos, las propuestas andinas significan uno de los pocos antídotos viables para la modernidad occidental, que ha perdido el rumbo infectando de capitalismo y poniendo en riesgo al planeta entero. El desafío intelectual andino ha logrado irritar incluso al pensamiento formal progresista de Europa, como ilustran por ejemplo la polémica contra el “pachamamismo” enarbolada por autores de Le Monde Diplomatique, o la cada día más evidente incomprensión de los estudiosos sociales en Francia y España respecto a los indígenas de América, los actores más concretos de pensamiento decolonial.

El otro epicentro se localiza en Mesoamérica, pero la permanente guerra contra los mayas de Guatemala y Chiapas, que se extiende al centro y norte de México, ha forzado a los pueblos a invertir todo su esfuerzo intelectual en las prácticas de resistencia. Los pensadores indígenas de nuestro país permanecen en la milpa, en las calles, en la línea de fuego. Los de mayor formación académica suelen ser abogados defensores, etnolingüistas o profesores. Casos como el de Floriberto Díaz, del pueblo mixe, siguen siendo aislados.

Pero los consejos de ancianos, los chamanes y los sabedores, con frecuencia ágrafos, no han permitido que se interrumpa el largo y finísimo hilo que los une con los otros siglos. Además, las comunidades mismas elaboran desde la praxis, revolucionaria en algunos casos, verdaderas construcciones de pensamiento moderno y profundo. El caso más influyente son los zapatistas de Chiapas, que en su inseparable unidad de palabra y acción han creado una eficaz autonomía rebelde, y desde ahí una crítica pionera al neoliberalismo en términos (y de ahí su éxito) de dignidad, que no se vende ni se negocia.

De norte a sur, en la vertiente del Pacífico sobre todo, conviene escuchar a todos estos pueblos. Nunca es tarde para aprender a pensar lo nuevo. Que les vayan avisando a los banqueros.

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