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Penultimátum

Mahler y Cantinflas

E

l busto que de Gustav Mahler hizo Augusto Rodin (1840-1917) es una de las obras más celebradas del famoso escultor. En 1909, dos años antes de morir, Mahler finalmente aceptó la invitación que su admirador le había hecho en años anteriores para que lo visitara en su taller a fin de reproducir en bronce su cabeza.

El resultado final de esa invitación fue un busto en el que los expertos destacan, entre otras cosas, las facciones angulares y ascéticas que le dan al compositor un aire aristocrático.

La visita al taller de Rodin se repitió varios días y de ellas Alma, la esposa del autor de la Canción de la Tierra, recuerda lo difícil que resultó mantenerlo quieto, debido a su nerviosismo extremo. Agrega que posar para Rodin era en realidad un descanso, pero que Mahler veía el descanso como tiempo que lo dis-traía de su trabajo.

No tuvo en cambio Mario Moreno Cantinflas oportunidad de ponerse nervioso cuando en 1948 el maestro Rufino Tamayo acordó con él inmortalizarlo por medio de su pintura. Cantinflas no acudió al taller del oaxaqueño, pues lo que hizo Tamayo fue plasmar en la tela al personaje de la carpa, el teatro y el cine, al hombre de la gabardina, olvidándose de la figura del actor y empresario exitoso e influyente.

Quizá por eso el óleo de Tamayo no fue del gusto del cómico, quien resolvió rechazarlo, para satisfacción de alguien, muy cercano a Cantinflas en negocios y que sí supo apreciarlo en todo su valor.

Arte en su máximo expresión encierra el autorretrato (un óleo sobre lienzo) que Leonora Carrington realizó en 1936. En él plasmó su belleza física y espiritual y el mundo fantástico que ya entonces la inundaba.

Recién se cumplieron cien años de la muerte del gran compositor checo y en agosto hará un siglo del nacimiento de Cantinflas. No terminamos de lamentar la pérdida física de Leonora. Como una forma más de recordarlos, esta columna hace al Consejo Nacional para la Cultura y las artes (CNCA) una modesta proposición: solicitar en préstamo las tres obras referidas a quienes administran la colección Jacques y Natasha Gelman a fin de exhibirlas en México.

Quienes visitan el Museo Metropolitano de Nueva York pueden admirar las de Rodin y Carrington en las salas que en exclusiva dicho museo asignó a una parte de las valiosas obras de arte que en vida lograron adquirir los Gelman.

El resto permanece en México. Los Gelman tuvieron la idea de sacar del país también esta parte de su colección, ante el temor de que algunas de las pinturas que la integran terminaran en la casa de algún político o funcionario.

Afortunadamente dos de sus amigos (el productor cinematográfico Gregorio Walerstein y Emilio El Tigre Azcárraga), los convencieron de no hacerlo, máxime que en México  habían hecho su fortuna y vivido los años más felices de su existencia.