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Murió la Pintora de lo Eterno

Amable, pero tajante, Carrington rehusaba hablar de su vida privada

La verdadera felicidad es no tener miedo a la muerte, dijo la pintora a La Jornada
 
Periódico La Jornada
Viernes 27 de mayo de 2011, p. 8

Dibujar no es algo que se herede, manifestó la pintora surrealista Leonora Carrington (Inglaterra, 1917-DF 2011) hace un año, en vísperas de su cumpleaños 93. Entonces dijo que su principal proyecto era estar sana.

Pese a que no le agradaban las entrevistas, este diario la buscó varias veces y sobre todo en charlas que concedía previas a sus onomásticos y a su asistencia a la apertura de exposiciones y entrega de reconocimientos.

Amable, pero tajante, rehusaba hablar de su vida privada, porque hay cosas que nada tienen que ver con el arte, decía.

Vivo una vida muy tranquila, aunque fumo. Hay mucha publicidad acerca de los horrores de fumar, pero, aseguró, rara vez veo doctores.

Durante esa charla, Carrington aseveró que el acto creativo no es doloroso, porque de otro modo no lo haría; además, existe suficiente sufrimiento en lo ordinario sin tener que llevarlo a las artes.

En la entrevista realizada en su casa, Carrington recordó: mis padres fueron personas sin ningún conocimiento ni interés artísticos. Mi madre era irlandesa y mi padre inglés. Dibujar, puntualizó, no es algo que se herede.

Llamada la novia del viento por Max Ernst, la escultora ,de carácter rebelde y místico, dijo en otro momento: La idea de pintar o escribir algo surge así nomás, como cocinar o coser algo. Es un momento y ya, viene de manera natural.

Carrington también escribió una decena de libros. Sus dibujos y grabados han ilustrado otros más. Sus pinturas y esculturas habitan importantes recintos del mundo.

Buscando refugio en la Europa dividida, la frágil joven sufrió una crisis nerviosa que la llevó de España a Portugal, donde contrajo nupcias con el escritor mexicano Renato Leduc (1898-1986), de quien se separó poco después de llegar a América. En México conoció y se casó con el fotógrafo húngaro Imre Weisz, padre de sus dos hijos. Hizo amistad, entre otros, con Octavio Paz y Remedios Varo, quien la llamó mi alma gemela en el arte.

No me gusta la violencia, afirmó alguna vez. No soy política, pero es un hecho que uno no puede estar de acuerdo con las guerras. El arte es la única manera que yo conozco de expresarlo.

No obstante, en junio de 2006 donó un grabado para una subasta en apoyo de la campaña del candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador y en 2004 firmó una carta de repudio ante la inminente invasión estadunidense a Irak.

La pintora, quien en 1963 fue comisionada para pintar un mural en la Sala Maya del Museo Nacional de Antropología y viajó en varias ocasiones a Chiapas para ese propósito, aclaró en 2000: No distingo entre indios y franceses y chinos e ingleses y rusos, o lo que sea. Los indígenas no son diferentes de los demás. Me da lástima cuando la gente es muy pobre. En el pasado han hecho cosas maravillosas y en el presente hay cosas que hacen que son muy hermosas, pero no porque sean indígenas. Sólo viven de manera diferente. Tal vez si los ingleses estuvieran en Chiapas, y los indígenas en Londres, entonces se hablaría de estos ingleses chistosos que viven en la selva. No sé, me gustan los individuos, no las razas.

En 1995, luego del levantamiento zapatista, Carrington expresó: “¿Qué pasa con el EZLN y con Marcos? Lo que hoy sucede en México es una cacería absurda. Los zapatistas tienen demandas justas y básicas. Yo creo que esa cosa de las pláticas con el gobierno era sólo un truco para agarrar a Marcos. ¿No creen? Lo que pasa es que yo no creo nada de lo que dice el gobierno”.

También la magia era una palabra que se relacionaba con su vida y obra. Ahora estamos vivos, mañana quizá estemos muertos. No sé a qué magia se refiere usted. Todo es asombroso. ¿La vida? La muerte también. Kati Horna, una muy buena amiga mía, murió recientemente. Kati, que era tan llena de vida, de repente está en una caja.

Cuando tenía 77 años, en entrevista, dijo: Para mí la felicidad hoy en día es no tener miedo a la muerte. Ésa es la verdadera felicidad: hacer la paz con la muerte.