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Ver día anteriorDomingo 15 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Un museo taurino para aprender... lectura rápida

C

olonizados premios nobeles, intelectuales sin perspectiva y algunos aficionados defienden una fiesta mansa como si fuese fiesta brava, en aturdido apoyo a los abusos y fraudes sistemáticos de los llamados taurinos (empresarios, ganaderos, matadores, crítica especializada y autoridades) que sí saben cómo se debe llevar (al descrédito) la fiesta de los toros, y además solicitan que los gobiernos de los países y la UNESCO reconozcan esta versión trivializada de fiesta como patrimonio cultural inmaterial de algunos pueblos. Van a batallar, sobre todo tras haber manoseado hasta el cansancio un rito más serio que la autorregulación de millonarios, el divertimento de élites, la acomplejada dependencia y el lucro de mafias.

Sin poder evitar la Houstonización de que han sido objeto las ciudades mexicanas importantes, con un extenso crecimiento horizontal no necesariamente planificado, pero donde proliferan centros comerciales, edificios, amplias avenidas y puentes, en esa absurda apuesta por el automóvil antes que por las personas y a costa del descuido y desaseo de su centro viejo, Saltillo, capital del estado de Coahuila, ha tenido además un apoyo taurino oficial tan despistado como el que menciono líneas arriba.

En la ciudad natal del maestro Armillita fue instalado un Museo de la Cultura Taurina con afanes didácticos e interactivos, donde el visitante tiene la oportunidad de intentar la farragosa lectura de numerosos textos, aunque no de disfrutar de una cuidadosa selección de objetos, obra plástica, fotográfica e ilustraciones sobre el culto táurico en el mundo y en nuestro país.

Habilitada como museo una vieja casona de tres plantas que dificulta la visita a personas de la tercera edad o con capacidades distintas, el inmueble, sufragado por el gobierno estatal por medio del Instituto Coahuilense de Cultura, que en 2007 patrocinó muy a la sorda el libro Vertientes del toreo mexicano, de Heriberto Murrieta, cuenta con cinco salas tan pretenciosas en su temática como fallidas en su museografía, más dos salas para exposiciones temporales en la planta baja.

Habiendo en Coahuila pintores y fotógrafos taurinos magníficos, es notable la pobreza de imágenes del museo, así como la falta de buenos cuadros y esculturas sobre el tema. A falta de una buena iconografía son excesivas las cédulas que en letra pequeña mal sirven de apoyo al modesto acervo reunido. Como cereza en el pastel, el madrileño José López Canito, tan modesto como solicitado por esos rumbos, decoró una de las paredes. Afortunadamente, un espléndido mural del artista saltillense Javier Rodríguez García, titulado Altamira, Lascaux y Zimbawe, rescata al visitante de tanta mediocridad.

En un abuso de confianza a la altura de sus capacidades, los metidos a museógrafos de esta malograda exhibición decidieron incluir un breve capítulo sobre antitaurinismo, más para curarse en salud que con propósitos de defensa sólida de lo que del denigrado espectáculo va quedando y lo único que se les ocurrió fue aprovechar dolosamente una video entrevista con el autor de esta columna sobre la situación actual de la fiesta.

Lo que en esa ocasión no dije, puesto que el propósito de la charla era otro, es que un antitaurino por lo general dista de ser un cuestionador consistente de la tauromaquia ya que carece de conocimientos para ello, mientras que muchos conocedores y comunicadores se han instalado en antitaurinos encubiertos al empeñarse en presentar como válida y defendible una fiesta de toros que hace años invalidó su esencia taurina, social y cultural.

Simular el encuentro sacrificial entre dos individuos, confundir la emoción de la bravura con la diversión de la falsa estética ante la mansedumbre; cobrarle al público, con la complicidad de las autoridades, por lo que dejó de ser y difundirlo por todos los medios como algo auténtico, sí constituye una militancia antitaurina grotescamente disfrazada de taurinismo y de falsa defensa de la tradición tauromáquica, incluso a través de pretenciosos museos con cargo al estragado erario coahuilense.