Opinión
Ver día anteriorViernes 13 de mayo de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Venganza: máscara de la envidia
A

ntes que Sigmund Freud, los aztecas tenían la concepción que detrás de la venganza había envidia rabiosa. Ante la muerte de Bin Laden, uno se pregunta, ¿por qué matar gente que mata gente, en una competencia de ser el dios omnipotente que sabe el día, la hora y el minuto de la muerte de su adversario. Porque, ¿cómo repercutirá la sorpresiva muerte de Bin Laden, ajusticiado mientras descansaba en su casa, por el premio Nobel de la Paz, Barack Obama? ¿Cómo repercutirá la muerte vengativa, sin juicio previo, sin justicia natural por el líder del país más poderoso de la Tierra? Especulo, ¿cuál será la envidia de Obama a Bin Laden, si es cierto que la venganza esconde envidia? ¿Será que Bin Laden es el líder espiritual de Al Qaeda y no un líder electoral? ¿Qué habrá detrás y qué consecuencias tendrá la indignación colectiva de millones por un lado y, por otro, la manía vengativa carnavalera de los afectados por los ataques terroristas del líder árabe el 11 de marzo?

Dinámicamente el mundo se mantiene sin importarle aparentemente los hechos que analizo por temor al helado contacto con la muerte, impotente a las decisiones de los poderosos y a lo sumo orquesta leves manifestaciones pacifistas en un marasmo sin nombre que pasa ignorado sin dejar más huella de sí que el ancho dolor que esta marca deja en el ser humano.

Un siglo antes Freud se había anticipado a estos actos de violencia que terminan en muerte al describir el instinto de muerte que persigue el fin de reducir lo viviente al estado inorgánico, partiendo de la base de que la sustancia viva apareció después de la inanimada originándose en ésta, y según la cual todo instinto perseguiría el retorno a un estado anterior. Esto no es aplicable al instinto de vida, pues supondría presuponer que la sustancia viva fue alguna vez una unidad destruida que más tarde tendería a su nueva unión. Este instinto de muerte expresado lo mismo en la irracionalidad de Bin Laden que de Barack Obama, cuyo discurso democrático pacifista escondía el resentimiento vengativo, juegan en un descuido a reducirnos al estado inorgánico. Algo que nos lleva a fantasear si alguna vez el mundo habría llegado al punto en que nos encontramos y el instinto de muerte la volvió sustancia inorgánica, regresándolo a un estado anterior para que apareciera de nuevo –según Empédocles– en tipos completos de hombres duales y así una parte nació de los hombres y otra de las mujeres acogiéndose unos al deseo de los otros.

El instinto de muerte descrito por Freud, basado en Empédocles, el presocrático griego, sigue tan vigente al terminar sus recitales poéticos tanto ayer como hoy y es declarado loco de remate, que al fin los cuerdos son los que defienden los intereses económicos, no entienden que dual es la génesis de lo mortal y la destrucción que coincide en engendrar los mortales, destruirlos y es alimentada por las cosas desnacidas, se volatiliza a sí misma y nunca descansa de repetir sus intentos: que unas veces por amistad convergen en uno todas las cosas, mientras otras veces, por odio de discordia cada una diverge de todas. Así se cuenta que Uno aprendiera a engendrarse de muchos y en cuanto de nuevo fueron surgiendo muchos desangrándose Uno, se engendraban las cosas, más ninguna en lo eterno apoyará los pies. Más en cuanto cambiándose unas en otras en ninguna reposa, y se mueven todas.

No en balde Empédocles canta como dije al principio los mitos capitales declaran dual el dicho y a veces uno crece y crece tanto a costa de muchos, que llega a ser Uno, a veces empata por desnacimiento y muchos surgen de Uno. Imbéciles por cierto de alcance largo sus mentes, esperan confiados que se engendre lo que antes no era o que de alguna manera y del todo perezca. Varón sabio, ni tales cosas en su mente adivinará que mientras él y los mortales vivan, lo que ellos nombran vida sean mientras tanto de veras y le sucedan cosas buenas y malas y por el contrario antes de ser compactos, como después de desatados ya de veras no fueran y ya de veras no sean. O sea, el mundo se agita, los líderes le juegan a ser dioses, las masas se agrupan y son dispersadas y el instinto de muerte asoma su maléfica destrucción en uno más de los intentos por regresar al estado inorgánico.